L os dientes de conejo. El gol como prolongación de su cuerpo. La picardía que aprendió en las calles de su infancia. Los desmarques eléctricos para quedar a tiro de gol o abrir espacios para sus amigos Messi y Neymar. El mismo corte de pelo que llevaba en la adolescencia, cuando surgió como promesa de Nacional y se prometió a sí mismo jugar en Europa para reencontrarse con Sofía, su amor de juventud y hoy madre de sus hijos Delfina y Benjamín.
Los recuerdos se vuelven amarillos y el estribillo de la tribuna, aquel de “la Copa Libertadores es mi obsesión”, parece una broma de mal gusto para un fútbol peruano que, año a año, se viste alegremente para acudir al matadero. El torneo de clubes más antiguo del continente vuelve la próxima semana con una cartelera que incluye a César Vallejo enfrentando al Sao Paulo en la llamada primera fase. Se trata de un escalón previo a la ronda de grupos donde no nos ha ido nada bien. En ese despeñadero, los nuestros suman cinco eliminaciones consecutivas y esta no debería ser la excepción, salvo que los ‘Poetas’ se rebelen y hagan saber que pertenecen –al menos ellos sí– a una ‘raza distinta’. Melgar y Cristal entrarán en acción más tarde en dos llaves muy duras. Será difícil hallar la cerradura que abra la puerta de los octavos de final. Los rojinegros tendrán como rivales a Atlético Mineiro, Colo Colo y al ganador de la eliminatoria entre Independiente del Valle y Guaraní. Los celestes se las verán con Atlético Nacional, Peñarol y el vencedor del duelo Huracán-Caracas. No les sobra nada a nuestros clubes para pensar que este año sí seremos protagonistas. La historia, por encima de los cantos, define nuestro verdadero lugar en la escena internacional: al igual que Bolivia y Venezuela, Perú nunca ha levantado el trofeo. Dos subcampeonatos en 56 ediciones y pocos instantes de esplendor no alcanzan para marcar con fuego la presencia blanquirroja en el gran libro del torneo. Sí, Universitario se quedó a un paso de la gloria en 1972 y Cristal mereció campeonar en 1997, con aquel equipo que eliminó a Vélez y a Racing. La afición enloqueció en 1967 cuando la ‘U’, en solo 48 horas y con Chumpitaz y Chale como figuras, venció a River y a Racing en Argentina. También en 1993, el día en que Cristal remontó un 0-3 y goleó 4-0 a El Nacional de Quito para avanzar a cuartos de final. O la noche mágica e irreal del 2010, cuando el ‘Zorrito’ Aguirre desplomó al Estudiantes de La Plata con un triplete en Matute. Momentos, pasajes de alegría que se cuentan con los dedos de una mano en un certamen que, a partir del 2000, se hizo más exigente para los peruanos. Entre 1989 y 1999 era habitual ver un equipo peruano en octavos porque clasificaban tres de cuatro y los grupos estaban integrados por equipos de solo dos países. Bajo el nuevo formato, solo seis clubes nacionales de 39 que participaron en la fase de grupos pudieron avanzar a octavos. Un dato no menor: con 29.9 % de puntos ganados en el periodo 2000-2015 y 35.5 % en el historial de la Copa, el balompié bicolor está por debajo del boliviano (33.1 % y 36.37 %) y solo supera al venezolano (13.3 % y 27.87 %). Que los hinchas sigan cantando, pero la Copa no es una obsesión, solo una muestra más de dónde estamos hace mucho tiempo.
Nadie lo vio venir. Veinticuatro horas antes de sus 81 puntos ante Toronto Raptors, nada especial se cocinaba en el cuerpo y en la mente de Kobe Bryant. Ningún proceso químico parecía anunciar lo que el escolta de Los Angeles Lakers llegaría a producir la noche del 22 de enero del 2006. Era un domingo cualquiera en el Staples Center. Ni siquiera Jack Nicholson, la celebridad más ubicua en cada juego de los californianos, estaba en el estadio. Bryant ya era el jugador más importante de su generación, pero aquel partido no lucía especialmente atractivo en una jornada donde se definía a los clasificados al Super Bowl. Kobe tampoco lo vio venir. El día anterior celebró el tercer cumpleaños de su hija Natalia y cenó pizza de pepperoni. Le dolían las rodillas. Venía de marcar 12 de 33 tiros de campo ante los Suns en Phoenix. “Tengo noches en que los tiros no entran”, había dicho tras la derrota. De vuelta en Los Ángeles volvió a lo suyo, a ser Kobe. Y ser Kobe es como ser Messi, es no saciarse nunca y levantarse otra vez. Es convertir un encuentro cualquiera en una obra de arte. Así te duelan las rodillas y te hayas comido una hamburguesa con papas fritas minutos antes. Eso es lo que hizo Bryant a puertas de su partido 666 en la NBA, curiosamente el mismo día en que su abuelo –ya fallecido– cumpliría años y la misma noche en que su abuela asistió por primera y única vez al estadio y lo vio jugar como una bestia incontrolable. Los Lakers perdían por 18 puntos y la ‘Mamba Negra’, como se apodó a sí mismo en honor a un personaje de la película Kill Bill, logró la segunda mayor anotación histórica de la NBA desde los 100 puntos de Wilt Chamberlain en 1962. La adversidad fue el combustible que necesitó para rebasar la mejor marca anotadora de su ídolo Michael Jordan (69) o los 62 puntos que firmó un mes antes en un duelo que los Lakers ganaron fácil a Dallas Mavericks. Cuando el técnico Phil Jackson mandó a preguntar si quería jugar algunos minutos del último cuarto para superar los 70 puntos, el escolta dijo que lo haría en otro momento. “Lo haré cuando realmente lo necesitemos”, respondió. Ese momento llegó hace una década y, como la actuación de Maradona ante los ingleses o la exhibición de la gimnasta rumana Nadia Comaneci en Montreal ‘76, nadie lo olvidará. Las zapatillas que usó aquel 22 de enero se lucen en el Salón de la Fama, pero la camiseta púrpura y oro con el número ocho está enmarcada en el gimnasio de su casa y en la memoria colectiva. El único jugador de la NBA que militó 20 temporadas en un mismo equipo se retirará dentro de algunas semanas. Tendrá tiempo para jugar un último All Star (el °18) antes de quedar suspendido en una canasta inacabable.
U n día después de su triunfo en la gala de Zúrich, Lionel Messi se tomó una foto que probablemente no se verá más en la historia del fútbol. Radiante, detrás de sus cinco balones de oro, el argentino posó para la posteridad y puso el listón todavía más alto para sus competidores e incluso para su principal rival, el portugués Cristiano Ronaldo, un delantero formidable al que el gol, su principal arma para tutear a la ‘Pulga’, le empieza a ser un poquito más difícil. Con 28 años, Messi está en el pico de su carrera y lidera una nueva versión maravillosa del Barcelona. La complicidad con sus compañeros Neymar y Luis Suárez no solo hace más grande al equipo sino también a cada miembro de la ‘MSN’. ‘Lío’ no compite desde el egoísmo con el brasileño ni con el uruguayo. Tampoco desde una posición de autoridad que en su momento, por ejemplo, lo distanció de David Villa. Al ‘Guaje’, su principal socio de ataque en el último Barza de Guardiola, le puso mala cara más de una vez por no pasarle la pelota. Hoy no ocurre lo mismo. Y no es solo porque Ney y Lucho muchas veces renuncian al gol para que el rosarino convierta. Tiene que ver también con una evolución en el propio Leo, convertido ya en un futbolista total que regatea, asiste y anota como nadie. Un auténtico jugador de equipo que sabe que las victorias individuales de sus magistrales camaradas del tridente refuerzan al mismo tiempo su estatura de crack sin parangón en este siglo XXI. Mientras que Messi amplía su oferta y hace de la solidaridad una nueva virtud, un ya treintón ‘CR7’ no cambia el libreto individualista que desarrolla hace años. Es como un primer actor que repite las mismas líneas con oficio y perfecta impostación. No hay misterio con el nacido en Funchal y eso es lo que, a mi juicio, lo aparta de cualquier debate sobre los mejores de siempre. Con tres balones de oro en su palmarés, aún tiene una buena oportunidad de desprenderse de Cruyff, Platini y Van Basten para acercarse más a Messi que ningún otro en este apartado. Sin embargo, ganar más balones de oro no es el único parámetro para medir la grandeza de un jugador. Las reglas de este galardón han ido cambiando con el tiempo, por lo que comparar es un ejercicio un poco injusto. Un ensayo de la revista France Football, creadora del Balón de Oro en 1956, consideró hace unos días que Pelé (1958, 59, 60, 61, 63, 64, 70) hubiera ganado siete trofeos y Maradona (1986 y 1990) apenas dos en caso el panel de periodistas elegido por dicho medio hubiese podido votar también por cracks sudamericanos. Zidane, un jugador más importante que Cristiano para la historia del fútbol, solo se llevó la esfera dorada en 1998, aunque se alzó con tres FIFA World Player (98, 2000 y 2003), distinción nacida en 1988, gracias a los votos de los técnicos y capitanes de selecciones nacionales. En el 2010 se fusionaron ambos galardones y sistemas de votación y así nació el Balón de Oro de la FIFA. De no haber ocurrido ello, el holandés Wesley Sneijder se habría llevado el premio de France Football y Messi, cuarto en la votación de los periodistas aquel año, tendría solo cuatro balones en la foto tomada hace unos días. Como sea, el ejercicio ayuda a contextualizar lo conseguido por ‘Lío’ esta semana. No se puede afirmar que es el mejor de todos los tiempos por los balones de oro que ha ganado. Tal vez lo acabe siendo por todo lo que inventa en una cancha hace una década, sin desmayo.
Los dos goles de cabeza a Brasil en la final del Mundial de Francia 98. La volea colosal al Bayer Leverkusen para definir la ‘Novena Orejona’ del Real Madrid. El cabezazo en el pecho de Materazzi, en el violento e inesperado cierre de Alemania 2006. Resumir en tres imágenes una carrera tan fantástica es tan difícil como pedirle a un mago que otros hagan sus trucos con tanta gracia como él. A eso se enfrenta Zinedine Zidane en el siempre turbulento mar del Bernabéu. Enfundado en el buzo de entrenador, lejos del silencio y el perfil bajo que han marcado su vida pública y sus propios modales como ayudante de Ancelotti y conductor del Castilla B, ‘Zizou’ salta a la cancha otra vez con el papel protagónico y con ganas de brillar. La pregunta es si podrá frente al Barcelona de la ‘MSN’ o el Bayern de Guardiola. Y para eso no hay garantías.
Siempre digo que el deporte está lleno de momentos mágicos. En cualquier escenario, aún en aquellos donde se juega por una pequeña porción de gloria y bajo la última luz de la tarde, algo distinto y sorprendente es capaz de iluminar el rostro del aficionado, del hombre que sigue guardándole asiento al asombro, del niño que se emociona sin esconderle nada a la sonrisa, del joven que sueña y se agita cuando algo muy parecido a la sangre le corre por las venas. Y es que el deporte es eso: una fuerza irrefrenable que nos convoca desde muy adentro y nos hace converger en un mismo lugar para que cada cual sintonice después su propia señal.
Dos postales definen al Sampaoli de la prehistoria. La primera es de mediados de los 90, cuando aún tenía algo de pelo y era un DT novato en el Alumni de Casilda, el equipo de su pueblo. Luego de ser expulsado en un partido, Sampaoli se trepó a un árbol y desde allí dio instrucciones a sus jugadores. El diario La Capital de Rosario captó todo en una foto y el santafesino, un perfecto desconocido hasta entonces, ganó la suficiente notoriedad como para ser contratado por el Argentino, un club del ascenso que era manejado por Newell’s. La otra postal corresponde al 2002 y parece otro guiño que el destino tenía preparado para el hoy encumbrado técnico. ‘Chiquitín’ Salazar, presidente del Aurich, dio con él mientras buscaba refuerzos para su equipo y casi sin proponérselo lo fichó por mil dólares al mes. Se trataba de una ganga y todos estaban de acuerdo, Sampaoli el primero. Aquí se ganó el mote de ‘Hombrecito’ e inició su carrera en el fútbol profesional, esa que ahora anda por las nubes gracias a su capacidad para hacer de sus equipos protagonistas del juego. Con posesión, agresividad, amplitud y desmarque, llevó a Chile al título de la Copa América y se catapultó a sí mismo al estrellato. Es uno de los tres candidatos a DT del año, gana US$1.3 millones por temporada –fuera de bonos– y ya lo vocean para dirigir a clubes top del planeta como Manchester y Chelsea. Y pensar que todo comenzó arriba de un árbol.
“Por favor, no me llamen arrogante, pero soy campeón europeo y pienso que soy un tipo especial”. Hace once años, José Mourinho aterrizaba en Stamford Bridge dispuesto a comerse el mundo. De entrada, sus palabras impactaron. Venía de ganar la Champions con el Porto, pero la Premier era por entonces la principal liga del planeta y allí nadaban tiburones como Alex Ferguson y Arsene Wenger, dos tipos con mucha más experiencia que el cuarentón de Setúbal. No iba a ser fácil. Explosivo, egocéntrico, narcisista y mesiánico, el luso no se arredró y rápidamente ayudó a forjar la identidad de un club que carecía de ella. El Chelsea era los millones de Abramovich y una vitrina casi vacía. Con su apego al trabajo y un discurso ganador, ‘Mou’ convenció a los futbolistas y los llevó a su máximo nivel para convertir al club en un grande de Europa. El día que anunció su partida por desavenencias con Roman Abramovich, las lágrimas invadieron el camarín. Lampard, Terry y Drogba, los pesos pesados del plantel no lo podían creer. “Más que un entrenador, nos dejaba un amigo”, diría después Lampard. Algunos años más tarde la escena se repetiría en las afueras del Santiago Bernabéu, luego de alzar la Champions con el Inter de Milán. Las cámaras inmortalizaron a Mourinho bajando de su auto para abrazarse con Materazzi mientras los dos rompían en llanto. “Maldito, me dejas con Benítez”, fue el sentido reproche del zaguero al oído de su apreciado entrenador. El italiano sabía que nada sería igual sin Mourinho, pero lo que nadie podía intuir es que Mourinho tampoco sería el mismo a partir de ese momento. Su arribo al Madrid fue el momento cumbre de su carrera, el cénit, aunque también una experiencia que lo llevó al borde del paroxismo. Frente a un Barcelona imparable, su ego se desbordó irremediablemente. El dedo en el ojo de Vilanova y sus broncas con Casillas y Cristiano Ronaldo marcaron su paso por Chamartín. El luso levantó una Liga y una Copa del Rey, pero estuvo lejos de involucrar a todos los jugadores en su proyecto. “Los resultados son más difíciles de alcanzar cuando no hay una persona que produzca en el vestuario lo que conocemos como orgullo de pertenencia”, comentó hace unos días Jorge Valdano para referirse al Madrid de Rafa Benítez. El análisis calza a la perfección con el Mourinho que vimos en la Casa Blanca y con el Mourinho que acaba de ser despedido del Chelsea después de mandar a sus jugadores al paredón una y otra vez. El técnico que sabía convencer de pronto dejó de ser especial. Nadie lloró su partida del Madrid y ningún ‘Materazzi’ ha salido a despedirlo ahora de Stamford Bridge.
El gol no tiene edad. Es un relámpago que atraviesa redes e impone una suerte de vida paralela a la que vivimos fuera del rectángulo verde. En ese espacio singular, los sueños son los mismos, solo cambia el color. La emoción anida por igual en el hincha celeste que espera alzar su decimoctavo título como en aquel fanático rojinegro que se vuelve loco ante la posibilidad de ser campeón nacional por segunda vez. Cristal y Melgar llegan con merecimientos a esta doble definición. Los dos coronan proyectos que se iniciaron en el 2014 con técnicos serios y capaces. Daniel Ahmed tuvo estrella el año pasado. Su equipo remató bien y abrochó Clausura y título nacional sin haber tenido regularidad la mayor parte del año. El Melgar de Juan Reynoso fue protagonista en todos los torneos, pero se frenó en los últimos metros y se quedó sin nada, a pesar de hacer más puntos que nadie.
“Solo huyen los que tienen miedo o los que tienen el popó sucio”. La frase salió de la boquita de Manuel Burga hace algunos años, cuando declarar en la Dirincri o el Congreso era una pichanga para el entonces presidente de la FPF. El hombre más odiado de la historia de nuestro fútbol perdía todos los campeonatos sin sonrojarse, pero la mataba de pecho y definía de tijera si tenía que enfrentarse a los ‘sabuesos’ de la Policía o a los parlamentarios figuretis que intentaban acorralarlo con algún documento incriminatorio. Blindado por el escudo de la FIFA y premunido de una batería de triquiñuelas legales, el ex dirigente sorteó obstáculos y desactivó denuncias con una habilidad que nunca mostró para gestionar el balompié nacional. El chiclayano se sentía intocable detrás de esa barba color ceniza que le gustó llevar en los últimos tiempos. Y así lo hizo saber más de una vez, con ese aire petulante que despertaba tanto rechazo en un hincha cansado de los fracasos y del caos que su figura representaba. Ahora que pesa sobre su espalda una inminente extradición a Estados Unidos, por su presunta participación en el FIFA Gate a través del cobro de sobornos, Burga se ha defendido con el mismo lenguaje articulado que empleó para afrontar sus líos de entrecasa. Pero esto no se trata del irregular manejo de la Escuela de Entrenadores; de la escandalosa amnistía al Sport Áncash de su aliado Mallqui; de sus amarres ventajistas con los presidentes de las Departamentales para perpetuarse en el poder sin un mínimo de vergüenza o del ‘pasapiolismo’ que instauró como estilo de gobierno mientras fue amo y señor de la Videna. Impune en el Perú durante 22 años de mediocre y poco transparente ejercicio dirigencial –por suerte ya interrumpido–, la justicia internacional ha golpeado a su puerta y esta vez, así quisiera, no hay manera de huir. Pronto sabremos si Burga tenía el popó sucio. Lo que es yo, no apostaría por su inocencia.
Es casi imposible ser inmune al Barcelona. Su juego ilusiona, enciende, te eyecta del asiento. El 4-0 del clásico ante Real Madrid y el 6-1 sobre la Roma han puesto al equipo de Luis Enrique en la misma conversación con aquel irrepetible once de Guardiola. Aquel del ‘sextete’ que escondía la pelota y dormía a los rivales. Xavi dictaba el juego como nadie e Iniesta desparramaba magia con más frecuencia que en su versión de hoy. Arriba, para liquidar, un Messi endemoniado ya acribillaba redes sin cansarse.
La sensación es cruel. Solo cuatro partidos y ya empezamos a sentirnos eliminados. Esto no ocurrió ni siquiera con Markarián. Gareca no tiene el verso del uruguayo, pero lo que parecía una virtud asoma ahora como un exasperante defecto. La imagen del entrenador de Perú luego de la derrota con Brasil fue incluso más sorprendente que la titularidad de Paolo Hurtado en Salvador o Yordy Reyna en Lima. Para el ‘Tigre’ no pasa nada, hay que seguir intentando. Ni un atisbo de crítica. Nadie le pide que lleve a sus jugadores al paredón, pero sí un mensaje menos indulgente, siquiera un jalón de orejas a un equipo que se desmorona muy temprano mientras el capitán mira a otro lado.
Más allá del corazón y del aguante, Perú edificó su primer triunfo en las Eliminatorias sobre dos pilares fundamentales: Renato Tapia y Jefferson Farfán. El del Twente es un ‘6’ con despliegue, buena ubicación e inteligencia; el del Al Jazira, sin duda, el futbolista más desequilibrante de esta generación y de varias otras que fracasaron en el intento de llegar al Mundial. La ‘Blanquirroja’ dominó hasta que a Tapia se le acabó el gas. Después, Gareca entró en pánico y puso en riesgo el resultado al demorar mucho en los cambios.
El corazón nos dice que somos más que Paraguay y no hay que ir muy lejos para encontrar un antecedente que sirva de refuerzo a la ilusión: solo basta recordar a Paolo Guerrero coronando la fantástica jugada de André Carrillo, en la definición del tercer puesto en la Copa América, para sentir que podemos sumar nuestros primeros tres puntos en las Eliminatorias el próximo viernes.
A Gustavo Roverano le tendieron la cama. Una cama king autoajustable para su 1.84 metros. Lo increíble es que no fueron los jugadores quienes maniobraron para su salida. Su estancia en La Victoria solo fue una máscara. Un parche que la administración tuvo que ponerse cuando el uruguayo ganó cinco partidos seguidos y se hizo ‘indiscutible’ bajo el parámetro de los resultados. Pero en las oficinas de Matute la factura ya estaba preparada.
No sabemos qué sonido fue el primero que dejó escapar cuando era realmente una pulga, aunque a juzgar por su reiterado romance con el gol, debió de ser ‘U’. Raúl Ruidíaz Misitich tuvo una infancia dura en Villa María del Triunfo, pero las dificultades personales cincelaron su carácter hasta cuajar al hombre de 25 años que ahora pide selección sin hacer más aspavientos que reventar redes. Con permiso de Carlos Lobatón, el delantero de 1.68 m es el futbolista más en forma de este esperpéntico campeonato peruano que solo alza vuelo en el pecho de los hinchas más intensos.
El fracaso del partido contra Chile no fue la falta de un plan, sino la elección del plan. Ningún equipo en Sudamérica construye su ataque de manera tan armónica, mecanizada y veloz como el de Jorge Sampaoli. Fajarse con un pegador sin tomar los suficientes recaudos suele ser un suicidio: metes algunos buenos golpes, pero a la larga acabas en la lona. Eso le ocurrió a Perú en un martes 13 de pesadilla, donde Christian Cueva se disfrazó de muñeco diabólico. Y la película No vamos al Mundial comenzó a filmarse otra vez. Hablar de matemáticas tan temprano es más que una señal. Como lo es el descontrol emocional de algunos futbolistas ante encuentros límite como el Clásico del Pacífico. Las circunstancias también juegan, y de hecho influyeron en el resultado, pero el anhelo del Mundial exige estar fuerte de la cabeza. Y bien.
“Jugar contra Chile es una tortura”. La frase de Santiago Segurola, crack del periodismo deportivo español, define en gran medida lo que significa enfrentar al campeón de América. Brasil lo comprobó rápidamente y fue desdibujándose hasta terminar como un equipo vulgar, sometido sin remedio en el vértigo que imponen los de Jorge Sampaoli. Que la ‘Roja’ haya confirmado con tanta autoridad su muy buen nivel futbolístico preocupa mucho tras una primera fecha donde todos los resultados parecieron ser pergeñados por una mano antiperuana.
Jefferson lesionado. Jefferson en una discoteca. Jefferson y Yahaira. Jefferson haciendo terapia de recuperación hasta las seis de la mañana. Jefferson escribiendo en el Facebook un mensaje medianamente bien estructurado. Diciendo que está enamorado. Dándole de comer a una prensa que supuestamente desdeña. Hablando como si David Beckham oficializara su romance con Victoria Adams. Cosa de ricos y famosos. De celebridades que se divierten sin que nada los perturbe y se van a dormir cuando la mayoría salta de su cama. Es lunes 28 de setiembre. La vida comienza otra vez los lunes. Los simples mortales, los que no tenemos nada garantizado, sabemos bien eso.
Karim Benzema se ha sacado el cascabel. Ya no es el gato que Mourinho sacudía a golpe de críticas ni el jugador que coleccionaba silbatinas con la camiseta de Francia. El delantero del Real Madrid está firmando su mejor arranque de temporada con seis tantos en sus primeros cinco partidos, pero este dato que tranquiliza a los puristas del gol está lejos de definir a un futbolista tan completo como el galo. Benzema no es un killer del área, sino más bien un atacante que hace goles, asiste, abre espacios a puro desmarque y posee una sensibilidad con el balón más propia de un enganche que de un ‘9’ clásico. En un fútbol donde todo se categoriza, el galo supone una rareza y por eso su aura es la del incomprendido.
El chico pobre de Funchal no ha dejado de correr. Los demonios de su infancia en la isla de Madeira parecen haberse difuminado, pero Cristiano Ronaldo sigue siendo el niño al que sus compañeros llamaban ‘abejita’ porque nadie lo podía alcanzar. El hijo menor de Dolores Aveiro corre como nadie y no se detiene. Hace una vida que dejó las penurias económicas y el dolor de un padre alcohólico para ir más allá de sus posibilidades. De aquel Cristiano frágil y ligero a este deportista esculpido en el gimnasio hay miles de horas de trabajo. Su evolución física favoreció sus notables aptitudes futbolísticas, condiciones que él entrenó una y otra vez con un espíritu fanático que no se les recuerda a otros grandes jugadores.
Convertido en piñata mediática, Carlos Zambrano atraviesa su momento más difícil como seleccionado. El jugador que mejor defiende en el fútbol peruano parece quedarse sin defensa, sometido al bombardeo en las redes sociales y a los varapalos de la prensa internacional. De pronto, algunos ya no lo ven como el zaguero que juega al límite sino como el futbolista proclive a la violencia que puede boicotear nuestras posibilidades de ir al Mundial. Su expulsión en la semifinal de la Copa América, el tonto penal sobre Jozy Altidore y la salida temeraria que rebanó a James Rodríguez lo han puesto en el centro de las miradas, a menos de un mes del inicio de las Eliminatorias.
“Me querían pagar lo mismo que gano en El Bocón y en Teledeportes”, contó Roberto Chale a sus allegados. Ya no tenía el gesto risueño de ayer por la mañana, cuando dirigió su primer y único entrenamiento con el equipo crema. En solo 48 horas pasó del sueño a la pesadilla. “Soy como el fenómeno de El Niño, que viene cada 15 años”, dijo el miércoles mientras celebraba, a su estilo, su increíble designación. Ahora vuelve a ser un técnico en retiro.
La vuelta de Manco a Matute no es una parábola. Es solo la constatación de que, aun sin haber hecho mayores méritos, el mediocre fútbol peruano siempre te ofrece una nueva oportunidad. Ocho años después de su fantástica irrupción en el Sudamericano Sub 17 de Ecuador, cuando rompía cinturas con una habilidad que yo jamás le he visto a ningún futbolista peruano de categorías menores, Reimond regresa al lugar donde casi todo comenzó.
“El fútbol no es como la electricidad. Tú no puedes simplemente hundir un botón para cambiar de lento a rápido”, solía decir John Greig, jugador, mánager, técnico y máxima figura histórica del Glasgow Rangers de Escocia. Tras la clasificación de Universitario a segunda ronda de la Copa Sudamericana, me queda claro que Luis Fernando Suárez no chocó sus palmas para que se hiciera la luz. En el doble 3-1 sobre Anzoátegui no hubo magia en el juego ni un técnico iluminado en la estrategia. La diferencia la hicieron los refuerzos Maximiliano Giusti, Henry Giménez y Raúl Ruidíaz, tres jugadores que le dieron peso futbolístico a un equipo menudo, inexperto y falto de confianza. Sin ellos, la ‘U’ marcó 10 goles en 15 partidos del Apertura. Con los tres, los cremas anotaron seis tantos en dos cotejos del torneo internacional.
La victoria de la ‘U’ en la Sudamericana no cambia la mueca de la semana. El Apertura, de pésimo nivel, tampoco genera entusiasmo ad portas de una más que segura consagración de Cristal. En medio de tanta pobreza, el ex futbolista Mauro Camoranesi y el nadador Michael Phelps ofrecen historias extraordinarias que merecen ser rescatadas. A los 38 años, Camoranesi dirige al Coras Tepic de la segunda división mexicana. El argentino ha decidido empezar desde abajo su carrera como DT.
Un equipo inmenso. Una letra que nadie olvida. Un ídolo que empequeñece a los demás vestido de mito, el blanco y negro que no cesa, la paleta de colores de la pasión, la redecilla en la cabeza para gritar los goles de antaño y el pañuelo batiéndose en el aire de una tribuna futura. Los 26 títulos tatuados en la piel del tiempo y la delantera histórica, a pesar de la foto del Apertura. Decenas de jugadores brillantes, centenares de páginas gloriosas, leyendas del ayer y del mañana que ningún meme o eventual visita al piso de abajo podrían manchar.
Ninguna sonrisa en el fútbol fue tan cautivante como la de Ronaldinho. Esa mueca feliz coronaba un cuerpo que bailaba con pelota a ritmo de samba, como un artista de carnaval que hubiese saltado a la cancha para iluminarlo todo con sus movimientos imposibles y sus trajes multicolores. Todo en el Gaucho era fantasía y fiesta. El fútbol lo disfrutó mientras le alcanzó el físico para brillar en el césped tanto como en las discotecas. A los 35 años, Ronaldo de Assis Moreira se alista para su última temporada de trucos en el Fluminense. Ya empezó a ser un imán de taquilla para el tradicional equipo de Río, pero sus hinchas esperan que los lleve al campeonato.
Detrás de cada triunfo deportivo hay miles de historias. Una película interminable que no deja de recrearse en la cabeza mientras transcurre la vida y uno entrena para hacer realidad al menos una parte de lo que soñó. Gladys Tejeda, Natalia Cuglievan, Alexandra Grande y Jefferson Farfán marcaron con fuego la pauta noticiosa de la semana. Cada uno, a su manera, coronó con éxito un nuevo capítulo de su carrera. Las chicas con tres oros panamericanos que no paramos de agradecer; el futbolista con un contrato histórico para cualquier deportista peruano.
Llegó como bombero, se puso el overol para rescatar a un grupo confundido y ahora está haciendo un curso acelerado para quitarse el traje de interino y ponerse en el pecho la placa oficial de entrenador blanquiazul. La última victoria sobre Alianza Atlético, paradójicamente inmerecida, debería haber convencido a la administración de lo evidente: no vale la pena cambiar de timonel si la nave ha capeado el temporal y ya vislumbra la costa. Menos aún si el improvisado comandante ha ganado cuatro partidos seguidos, entre ellos clásicos a la ‘U’ y Cristal, y ha puesto al equipo en la punta del Apertura.
Wimbledon hervía de tenis. Andy Murray buscó con fuerza el revés de Roger Federer, la pelota tomó altura como un conejo escapando de un sombrero y el mago suizo devolvió a la carrera, al influjo de su muñeca prodigiosa. Fue un tiro de videojuego, una de esas delicatessen que ‘Su Majestad’ sigue ofreciendo a los 33 años para levantar al planeta tenis de su butaca. Nadie espera que Roger sea infalible, aunque a veces se esfuerza por parecerlo. La perfección es imposible incluso para los deportistas inmortales como él. Por eso, Rafael Nadal le ha ganado 23 de 33 partidos y nueve de once en Grand Slam, una estadística que va más allá de lo tenístico y que se instala en terrenos del subconsciente. Superado en la batalla mental por su incansable rival, el helvético cedía después, en el combate cuerpo a cuerpo. Nada que hacer: los mejores no siempre pueden ser los mejores. ¿Entenderán esto los críticos que despedazaron a Lionel Messi por el fracaso en la Copa América?
Desde la modestia, Ricardo Gareca ha construido un artefacto futbolístico de cierto brillo. Nada le sobró. Con los retazos de las ilusiones perdidas armó un muñeco que ahora desborda vitalidad. En la cancha de la escasez, el ‘Tigre’ administró los recursos con la clarividencia de un economista consumado. Casi siempre eligió bien. El hombre que liquidó al último gran equipo peruano con un gol tramposo en el barro del Monumental, hace ya 30 años, le ha devuelto a nuestro fútbol, por lo menos en esta feria de temporada que es la Copa América, la fe en una manera de sentir el juego que creímos extraviada, inútil, perdida. Gareca respondió con hechos a quienes se preguntaban de dónde tenía que agarrarse Perú para enfrentar a equipos más fuertes, más veloces, más dinámicos. El fútbol moderno enseña que no se puede competir sin tales atributos. El equipo del ‘Tigre’ no renegó de eso, más bien hizo suyos el esfuerzo, el orden y la disciplina táctica. Y agregó a la mezcla dosis exactas de habilidad y desenfado, ingredientes ‘made in Perú’, para equilibrar la balanza frente a rivales con más rodaje y una gama más amplia de recursos. El tercer puesto en Chile 2015 no es casualidad. Nos abre un panorama distinto al que teníamos hace cuatro años, después del triplete de Paolo Guerrero frente a Venezuela.
“Ustedes jugaban mejor, pero nosotros les ganábamos”. Carlos Caszely, ese gordito correlón que nos hacía la vida imposible en los Perú-Chile de los setenta, me lanzó esa sentencia con aliento a verdad, hace casi dos décadas. Y creo que no lo hizo para regalarme un titular. El tiempo ha acabado por certificar las palabras del pícaro delantero (la ‘Roja’ gana dos de cada tres Clásicos del Pacífico), solo que desde hace un buen rato no se cumple la premisa inicial: Perú ya no juega mejor que Chile. Y aún más: hombre por hombre, el equipo de Sampaoli tiene mayor jerarquía que el nuestro. Entonces, ¿podemos ganarle al vecino en su propia casa?
James Rodríguez tiene dotes de ilusionista, Cuadrado es un puñal por la banda, los laterales Zúñiga y Armero van y vienen como si hicieran delivery y la ‘Roca’ Sánchez muerde en el medio con modales de caníbal del balón. Colombia es todo eso, pero también un ataque poderoso donde titulares y suplentes atesoran talentos similares. Falcao está lejos de su mejor versión, aunque todavía infunde respeto y José Pekerman se puede dar el lujo de esperar su regreso goleador. Ese lujo también incluye a Jackson Martínez, un artillero en plena vigencia que apenas ha jugado 8 minutos en los dos primeros partidos y sigue afilando sus cuchillos para acudir al matadero.
@franciscocairog
El fútbol es un deporte vivo que se alimenta de hechos extraordinarios. No soy hincha del Barcelona, aunque creo que su victoria en la final de Berlín tendría un mayor valor para la épica de este juego que una eventual consagración de la Juventus. Comencemos por los fríos números.
En el fútbol, la fidelidad es un valor en decadencia. El romanticismo está en retirada en un deporte que juega sucio y luego muestra la bandera del fair play. Dejar Corinthians y fichar por Flamengo es algo así como abandonar a la esposa para irse con la vecina. Paolo Guerrero ha tomado una decisión difícil, pero finalmente se ha alineado con el pragmatismo que mueve a la mayoría de jugadores: más me pagas, más te quiero. No todos son así, claro.
No se puede comparar la carrera internacional de Cristian Benavente con la de Claudio Pizarro o Juan Manuel Vargas. Allí el Chaval pierde por goleada y los argumentos de Ricardo Gareca para dejarlo fuera de la lista de la Copa América podrían resultar demoledores. El chico está en la tercera división española, el chico no dio el salto que su calidad reclamaba y, quizá por culpa suya o de un empresario obtuso, decidió quedarse en un lugar donde no tiene ninguna chance de alcanzar el primer equipo del Real Madrid.
De niño no coleccionaba figuritas, apenas le alcanzaba para sobrevivir entre las balas de ‘Fuerte Apache’. En ese barrio tallado por el peligro, Carlos Tevez se hizo hombre a golpes. Tenía seis meses cuando su madre lo abandonó sin más. Algunas semanas después se quemó parte de la cara y el pecho con agua hirviendo. El accidente le dejó marcas para toda la vida, al igual que la muerte de su padre biológico, asesinado de 23 tiros cuando Carlitos no había cumplido los 6 años.
El pequeñito que descosía la pelota en el Grandoli se ha convertido en un hombre inalcanzable. Sitiado por cazadores inútiles que le llevan una cabeza, Lionel Messi corre sin huir, impulsado por Dios sabe qué secreta divinidad. Un movimiento del cuerpo, un amague impensado seguido de un arranque furioso coronan su victoria sobre los gigantes que le salen al frente en manada. El último fue Jerome Boateng, un campeón del mundo al que muchos conocen ahora como ‘Cadera Loca’. Messi es tan brillante que puede transformar a un defensor top en un jugador vulgar.
Gran resultado de la Juventus en una semifinal de discreto nivel técnico en Turín. El 2-1 no es garantía de nada con miras al duelo de vuelta, pero vaya que le traslada toda la presión a un Real Madrid que llevaba 444 minutos sin recibir goles a domicilio en Champions.
No se pelea más a puño limpio, como en tiempos del estadounidense John L. Sullivan, el último peso pesado que ganó un combate con los nudillos al viento, allá por 1889. A partir de ese momento, el boxeo introdujo el uso de guantes y se convirtió en un fenómeno mundial. En la primera época dorada de este deporte, la radio fue el vehículo que llevó a los gladiadores del ring hasta la sala de la casa. Allí reinaron los Sugar Ray Robinson, el enorme Joe Louis y el imbatible Rocky Marciano.
“Mi hija María está muy contenta porque va a poder ver a sus abuelos”. Josep Guardiola apela al humor para referirse a su próxima visita a Cataluña. La familia Guardiola vive en Baviera hace dos años, pero el cordón umbilical con Barcelona permanece conectado. Con Pep estos lazos van más allá.
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Francisco Cairo,Opina.21 Editor de Deportes
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