Siempre digo que el deporte está lleno de momentos mágicos. En cualquier escenario, aún en aquellos donde se juega por una pequeña porción de gloria y bajo la última luz de la tarde, algo distinto y sorprendente es capaz de iluminar el rostro del aficionado, del hombre que sigue guardándole asiento al asombro, del niño que se emociona sin esconderle nada a la sonrisa, del joven que sueña y se agita cuando algo muy parecido a la sangre le corre por las venas. Y es que el deporte es eso: una fuerza irrefrenable que nos convoca desde muy adentro y nos hace converger en un mismo lugar para que cada cual sintonice después su propia señal.
En este 2016 que acaba de empezar, muchos moverán su dial hacia el fútbol, agitarán la rojiblanca en la noche oscura, retarán a la matemática con absoluta terquedad, prenderán velas para que nadie se lesione. Quizás yo sea uno más de ellos en cuanto al deseo, pero la verdad es que no espero mucho de la selección ni de un fútbol peruano que sigue a paso de tortuga gobernado por dinosaurios. Que la ‘Blanquirroja’ tenga un año redondo me daría una enorme alegría, pero en tanto encuentro eso improbable prefiero pensar en algunas situaciones que realmente me entusiasman camino a Río 2016. En los próximos Juegos Olímpicos competirán tres de los más grandes deportistas de la historia: Michael Phelps, Usain Bolt y Roger Federer. Y yo los quiero ver ganar y agigantar su leyenda.
El nadador es el máximo medallista en la historia olímpica (18 de oro, 2 de plata y 2 de bronce), pero su hambre no ha saciado e irá por nuevas hazañas con 30 años. El velocista de 29 buscará su tercer triplete olímpico (100, 200 y 4x100) para ratificar su condición de mejor atleta de todos los tiempos y, de paso, igualar a Carl Lewis (9) en preseas de oro en la máxima justa.
Y el tenista, armado con su raqueta tenaz, luchará con 35 almanaques por el único gran título que falta en la sala de su casa: el metal dorado en singles. Esas estrellas individuales aguardan sus citas marcadas con la historia.
A nivel colectivo, imposible no ilusionarse con más hazañas del Barcelona, el maravilloso equipo de la ‘MSN’, un tridente que solo puede haber sido pergeñado por un asesino serial. Desde el Milan de Arrigo Sacchi, ganador de las Copas de Europa 1988/89 y 1989/90, ningún club ha podido defender con éxito su corona. No lo hizo el irrepetible Barza de Guardiola, pero quizá Luis Enrique pueda conducir a los azulgranas a una conquista que la historia les debe con todas sus letras.
Los héroes aguardan sus citas en el calendario de siempre. Nosotros, henchidos de asombro, esperamos que se prendan los reflectores. En el gran escaparate del deporte, en las canchas peladas por el sol, la esperanza de lo extraordinario se dispara otra vez para felicidad del mundo.
@franciscocairog
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