“Ahora vamos a proteger a las mujeres, pero dentro de la familia, que también debe ser protegida del embate de los emisarios de la ideología de género y el lobby gay”. Eso es lo que parecen querer decir los congresistas que presentaron ayer un proyecto para desaparecer el Ministerio de la Mujer fusionándolo con el de Desarrollo Social y rebautizarlo como Ministerio de la Familia y Desarrollo Social.
Es una suerte que abrir, cerrar o fusionar ministerios sea una atribución exclusiva del Poder Ejecutivo y que esta iniciativa no sea, en la práctica, más que la manifestación de una forma de ver e interpretar a la sociedad en general y a las mujeres en específico.
La agenda de igualdad parece retroceder en algunos aspectos (en otros, aunque discretamente, algo se ha avanzado) y esto se manifiesta desde los trágicos números de feminicidios registrados en el último año hasta algo tan importante como la marcha #NiUnaMenos, que este año tuvo una convocatoria muy por debajo de aquella realizada en 2016. Y eso es preocupante.
Hay quienes piensan que el Ministerio de la Mujer no debería existir y que, en su lugar, su agenda, tarea y funciones deberían ser transversales, de modo que cada ministerio tenga una dirección que se encargue de incorporar el enfoque de género en todo lo que salga de cada ministerio. Una idea interesante pero que –pienso– no funcionaría en un país con los niveles de violencia y desigualdad que tiene el Perú, donde las mujeres son convertidas en víctimas por la sociedad, las autoridades y las instituciones de un Estado que no puede responder a las necesidades y urgencia de la situación de las mujeres sin una entidad centralizada y ad hoc. Precisamente lo que la iniciativa fujimorista quisiera eliminar.
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