Ayer entrevisté a la periodista colombiana Natalia Orozco, que está de visita en Lima presentando su documental, El silencio de los fusiles, sobre el proceso de paz colombiano. Ocho millones de víctimas en 50 años. Natalia ha sido corresponsal de CNN, ha cubierto conflictos en Egipto, la guerra en Libia (su primer documental) y durante cuatro años estuvo recogiendo material para el filme que ha venido a presentar.
Impresiona cuán parecida es la sociedad colombiana a la peruana en términos de desigualdad y de cómo en las ciudades más grandes se vive de espaldas a lo que ocurre en el resto del país, a veces a tan solo 100 km de distancia (algunas playas de Asia que frecuentan muchos limeños están más lejos que eso).
Pero lo que más me llamó la atención fue la distancia que Natalia logró mantener con los bandos objeto de su mirada pese a que, en ambos lados (responsables ambos de atrocidades indecibles), existían elementos con los que ella se sentía profundamente identificada.
“No hay buenos y malos”. ¿No? Alguien jaló el gatillo primero. ¿Que el primero en disparar fue el Estado? Para eso tiene el monopolio de la fuerza, además de eso pasaron ya 50 años. ¿Que mató niños y ancianos? Las FARC secuestran y también mataron hombres, mujeres y niños. Y uno ve que en ninguno de los dos lados queda ninguno de los que disparó primero o segundo, pero que los muertos los sigue poniendo el pueblo atrapado entre dos fuegos que dicen luchar y matar en su nombre. Para protegerte de los terroristas, te mato. Para protegerte del Estado explotador, abusivo y hambreador, te mato.
El mundo no es una película de Disney. Ni de John Wayne. Eso sí, si viene el bueno, déjate matar.
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