22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

“Solo huyen los que tienen miedo o los que tienen el popó sucio”. La frase salió de la boquita de Manuel Burga hace algunos años, cuando declarar en la Dirincri o el Congreso era una pichanga para el entonces presidente de la FPF. El hombre más odiado de la historia de nuestro fútbol perdía todos los campeonatos sin sonrojarse, pero la mataba de pecho y definía de tijera si tenía que enfrentarse a los ‘sabuesos’ de la Policía o a los parlamentarios figuretis que intentaban acorralarlo con algún documento incriminatorio. Blindado por el escudo de la FIFA y premunido de una batería de triquiñuelas legales, el ex dirigente sorteó obstáculos y desactivó denuncias con una habilidad que nunca mostró para gestionar el balompié nacional. El chiclayano se sentía intocable detrás de esa barba color ceniza que le gustó llevar en los últimos tiempos. Y así lo hizo saber más de una vez, con ese aire petulante que despertaba tanto rechazo en un hincha cansado de los fracasos y del caos que su figura representaba. Ahora que pesa sobre su espalda una inminente extradición a Estados Unidos, por su presunta participación en el FIFA Gate a través del cobro de sobornos, Burga se ha defendido con el mismo lenguaje articulado que empleó para afrontar sus líos de entrecasa. Pero esto no se trata del irregular manejo de la Escuela de Entrenadores; de la escandalosa amnistía al Sport Áncash de su aliado Mallqui; de sus amarres ventajistas con los presidentes de las Departamentales para perpetuarse en el poder sin un mínimo de vergüenza o del ‘pasapiolismo’ que instauró como estilo de gobierno mientras fue amo y señor de la Videna. Impune en el Perú durante 22 años de mediocre y poco transparente ejercicio dirigencial –por suerte ya interrumpido–, la justicia internacional ha golpeado a su puerta y esta vez, así quisiera, no hay manera de huir. Pronto sabremos si Burga tenía el popó sucio. Lo que es yo, no apostaría por su inocencia.


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