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Opinión

Desde la modestia, Ricardo Gareca ha construido un artefacto futbolístico de cierto brillo. Nada le sobró. Con los retazos de las ilusiones perdidas armó un muñeco que ahora desborda vitalidad. En la cancha de la escasez, el ‘Tigre’ administró los recursos con la clarividencia de un economista consumado. Casi siempre eligió bien. El hombre que liquidó al último gran equipo peruano con un gol tramposo en el barro del Monumental, hace ya 30 años, le ha devuelto a nuestro fútbol, por lo menos en esta feria de temporada que es la Copa América, la fe en una manera de sentir el juego que creímos extraviada, inútil, perdida. Gareca respondió con hechos a quienes se preguntaban de dónde tenía que agarrarse Perú para enfrentar a equipos más fuertes, más veloces, más dinámicos. El fútbol moderno enseña que no se puede competir sin tales atributos. El equipo del ‘Tigre’ no renegó de eso, más bien hizo suyos el esfuerzo, el orden y la disciplina táctica. Y agregó a la mezcla dosis exactas de habilidad y desenfado, ingredientes ‘made in Perú’, para equilibrar la balanza frente a rivales con más rodaje y una gama más amplia de recursos. El tercer puesto en Chile 2015 no es casualidad. Nos abre un panorama distinto al que teníamos hace cuatro años, después del triplete de Paolo Guerrero frente a Venezuela.

Entonces sabíamos que en las Eliminatorias había que jugar de otra manera, pero Markarián se quedó a medio camino entre el equipo defensivo de Argentina 2011 y el cuadro descompensado que montó para dar cabida a los ‘4 Fantásticos’. Nunca supo cómo.

Con solo un puñado de partidos, Gareca ha encontrado la fórmula. Ninguna selección peruana, desde aquella que arañó la clasificación a Francia 98, pudo mostrar una identidad de juego definida y sustentada en la regularidad. Se ganaron algunos partidos, hubo noches felices a lo largo de varios procesos fallidos, pero no un equipo que nos representara cabalmente. Gareca ha rescatado el gusto por la pelota, la limpieza en el traslado, la confianza del jugador en sus condiciones y el imperio del toque, no como un mero artificio sino como el punto de partida para elaborar con verticalidad. Siempre pensé que el argentino era la mejor alternativa para dirigir a la bicolor, pero no imaginé que pudiera hallar tan pronto un remedio contra el pesimismo. “Un grupo convencido no es menos”, dijo el día de su presentación. Sin vender humo, lejos de la demagogia que obnubiló a otros entrenadores, Gareca ha conseguido que el futbolista a su cargo rinda a plenitud y se la crea. El reto será consolidar la idea en las Eliminatorias. Si mantenemos la misma tensión competitiva y la misma convicción podemos ser protagonistas y no simples actores de reparto. Así sea.

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