El fútbol es un deporte vivo que se alimenta de hechos extraordinarios. No soy hincha del Barcelona, aunque creo que su victoria en la final de Berlín tendría un mayor valor para la épica de este juego que una eventual consagración de la Juventus. Comencemos por los fríos números.
Si alzara la ‘Orejona’, Barcelona se haría con el trofeo en propiedad, algo solo reservado para aquellos que ganan tres copas consecutivas o cinco alternas. El equipo ‘culé’ alcanzaría, con cinco coronas, una dimensión que hasta aquí solo comparten Real Madrid (10), Milan (7), Bayern Munich (5), Liverpool (5) y Ajax (4).
El título, sin embargo, traería un logro aún más reluciente para el Barcelona: un segundo triplete Liga-Copa del Rey-Champions, trébol de trofeos que le permitiría desmarcarse de Celtic (66/67), Ajax (71/72), PSV (87/88), Manchester United (98/99), Inter (2009/10) y Bayern Munich (2012/13), únicos clubes capaces de tamaña proeza junto con el ‘Barza’ de Guardiola en la campaña 2008/09.Las conquistas personales también abonan el terreno de la épica y por eso resulta tan atractivo imaginar a Lionel Messi rompiendo récords y redes, como hizo en las finales ante Manchester United. O ver si a la ‘MSN’ le alcanza y le sobra para desmontar el rocoso sistema defensivo de la ‘Vieja Señora’.
Mientras todo eso esté en juego en la capital alemana, Xavi Hernández se alistará para los últimos 90 minutos de su carrera como azulgrana. Sentado en la banca como la mayor parte de la temporada, el crack de 1.70 metros será otro actor fundamental de la final. Y la razón principal del porqué deseo una victoria del ‘Barza’.
Sin los lujos de Andrés Iniesta ni el juego demoledor de Messi, Xavi construyó un templo de adoración a la pelota. Como el sumo sacerdote de una tribu remota, el volante dictó los tiempos de un equipo irrepetible que revolucionó este deporte desde el asombro. A contracorriente de los agoreros que le pronosticaban desgracias, Xavi se impuso sin renunciar a su pequeño pero inacabable tarro de esencias. Su triunfo personal en aquel equipo fundacional que fue el de Frank Rijkaard marcó el camino de una década en la que el Barcelona fue sinónimo de arte popular. No fue veloz, ni potente, tampoco hábil para el regate, aunque su inteligencia y su entendimiento del juego lo pusieron por encima del resto.
Combinando toque, desmarque y maravillosos pases al hueco, el genio catalán supo trasladar su impronta a la selección española, que también jugó a su ritmo para subir a la cima del fútbol. A los 35 años, Xavi deja el Barcelona y lo vamos a extrañar. El mejor jugador español de la historia merece irse campeón.
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