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Opinión

Ninguna sonrisa en el fútbol fue tan cautivante como la de Ronaldinho. Esa mueca feliz coronaba un cuerpo que bailaba con pelota a ritmo de samba, como un artista de carnaval que hubiese saltado a la cancha para iluminarlo todo con sus movimientos imposibles y sus trajes multicolores. Todo en el Gaucho era fantasía y fiesta. El fútbol lo disfrutó mientras le alcanzó el físico para brillar en el césped tanto como en las discotecas. A los 35 años, Ronaldo de Assis Moreira se alista para su última temporada de trucos en el Fluminense. Ya empezó a ser un imán de taquilla para el tradicional equipo de Río, pero sus hinchas esperan que los lleve al campeonato.

El año pasado, Diego Maradona inmortalizó una frase que bien podría aplicarse al mago de Porto Alegre. “¿Sabes qué jugador hubiese sido si no hubiese tomado droga?”. El ‘Diez’ dio ventaja, aunque igual se graduó de crack de todos los tiempos. Lo ayudaron algunas temporadas sensacionales con el Napoli y una actuación incomparable en el Mundial de México 86 para no bajarse del Olimpo. Ni la coca ni la vida licenciosa pudieron con el mito creado a punta de amagues, pases teledirigidos, una colección de frases tribuneras y, sobre todo, un campeonato mundial.

Ronaldinho no puede decir lo mismo. Campeón del mundo en el 2002, el genio brasileño tuvo todo para entrar en el pequeño grupo de los más grandes. En el campo combinaba ingenio con regates maravillosos y asistencias de ensueño con remates majestuosos que morían en la red. Y, por si no fuera suficiente, tenía alma de líder y dos dientes prominentes que le agregaban carisma a su imagen de ganador total.

Recuerdo una charla con El Veco antes de Alemania 2006. Conocedor como pocos, don Emilio Lafferranderie me dijo que si Ronaldinho conducía al ‘Scratch’ al título ya podría sentarse codo a codo con Pelé y Maradona. Aquella no era una opinión ligera, sino la consecuencia de dos años esplendorosos en los que el brasileño dominó el planeta fútbol como ni Zidane ni Ronaldo lo pudieron hacer en su mejor momento. Tristemente, aquel Mundial inició el declive de un jugador asombroso que ya había transformado al Barcelona hasta llevarlo a la cima de la Champions. No son muchos los que le reconocen ese mérito.

Ronaldinho tampoco ayudó a construir su propio mito. En la cancha fue perdiendo explosión con la misma rapidez con la que sumaba malas noches y mujeres. Su sonrisa perpetua a menudo fue confundida con desidia. Y su poco apego al trabajo quedó retratado en el Querétaro, donde evitaba entrenar en doble turno como los demás.

Al borde del retiro, Ronaldinho prepara su montaje de despedida. Le queda talento, pero el fuego ya se apaga. Ese fuego que, mientras duró, lo puso por encima de todos en su época. Una pena que no lo acompañara más tiempo en su carrera.

@franciscocairog


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