Francisco Cairo,Opina.21
Editor de Deportes
Ninguna postal del Mundial me llegó tanto como la de Arjen Robben tras los penales contra Argentina, cuando intentó calmar el desconsolado llanto de su hijo Luka. Será porque uno también es papá, pero desde ese momento el holandés de apariencia engreída entró en mi lista de jugadores preferidos. A lo mejor Thomas Müller, Toni Kroos o Lionel Messi, con un gran partido hoy, se llevan el Balón de Oro, aunque para mí no ha habido un jugador tan decisivo para su equipo como el pelado de 30 años.
Con la misma determinación con la que hace una década superó un cáncer de testículos, el extremo del Bayern Munich desparramó rivales en la cancha como si fuesen palitroques. Solo Argentina logró construir un cerco en torno a él, pero ante Brasil volvió en modo avión, como si jugar en el estadio Mané Garrincha, otro artista del regate eléctrico, le hubiera dado un plus de motivación.
Mientras recreo la imagen de Arjen frente a su pequeño, pienso también en las íntimas historias detrás de la final. Se suele hablar de la gloria colectiva, del amor a la camiseta y a la bandera, del orgullo que genera una estrellita más en el pecho. Por esos valores jugarán hoy alemanes y argentinos, cuchillo entre los dientes, en el mítico Maracaná. Cuando cada protagonista vuelva a casa, sin embargo, no habrá reflectores ni micrófonos, tampoco pequeñas o grandes vanidades. Alguien como Luka estará allí para calibrar mejor el triunfo o la derrota.
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