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Columna José Cevasco

La convivencia política en el Congreso, al menos por ahora, será tensa, no solo porque Fuerza Popular es oposición, sino porque el grupo parlamentario oficialista lo hizo manifiesto cuando votó en blanco en las elecciones para la Mesa Directiva multipartidaria. Unos dicen que esa posición fue porque no los invitaron a conformarla. Sin embargo, creo que fue un mal paso, porque dejaron pasar una buena oportunidad para iniciar a tender un puente de diálogo.

La semana que pasó acudí, junto a los congresistas Luz Salgado y Jorge del Castillo, a la Cumbre Latinoamericana de Comunicación Gubernamental. El tema de nuestra participación fue la construcción de la imagen del Congreso; todos coincidimos en decir cómo los que conforman este poder del Estado –legisladores, empleados, cronistas y ciudadanos– ayudan a edificar su buena imagen.

Este titular no es ficticio, fue realidad, pero lamentablemente no sucedió en el Perú. Cuando me encontraba en la fila para ingresar al Congreso de EE.UU., para asistir a reuniones como parte de mi entrenamiento, el frío calaba mis huesos y fui tan evidente que un miembro de la seguridad se me acercó y me preguntó: “¿Siente mucho frío?”. “Sí”, le respondí e inmediatamente me pidió acompañarlo y, al hacerme entrar, soltó la frase que titula este artículo.

Después de muchos años regresé a la docencia universitaria, y el mismo nerviosismo que sentí cuando, con un poco más de 21 años, di mi primera clase en educación superior, me embargó ahora.

Miro con agrado el deseo del próximo gobierno de distribuir mayores recursos económicos a las regiones y a las municipalidades. Sin embargo, hemos visto que el modelo de descentralización no ha obtenido el éxito deseado. El tema no es más dinero, sino emplearlo bien: buenos proyectos y no obras sobrevaloradas y que quedan inconclusas.

Hemos oído sobre las comisiones de transferencia, que son conformadas por personas del nuevo gobierno, que se reunirán con los funcionarios responsables de las instituciones públicas, con el fin de recibir la información del estado situacional de cada una de ellas: problemas, proyectos, presupuestos, entre otros aspectos.

El resultado de la segunda vuelta electoral me hace repensar si realmente debemos mantenerla. Si somos honestos con nosotros mismos, es la primera vuelta la que realmente refleja la voluntad popular para elegir a los integrantes del Congreso y al presidente del Perú.

El próximo domingo, los peruanos ya deberán haber escogido a la persona que nos gobernará por los siguientes cinco años; las ofensas y ataques habrán terminado y un nuevo capítulo se abrirá para nuestro país. Sea cual fuere la decisión, el o la ganadora deberá de inmediato cerrar las heridas de campaña y lograr la ansiada reconciliación que el país necesita.

El domingo pasado prendí la televisión puntual a las siete de la noche para observar el debate. La primera impresión al escuchar a PPK fue que este soltó cierto desdén a Piura por el malestar de no debatir en Arequipa. Ignoro por qué no se guardó ese sentir, pero en un criterio político correcto no se puede iniciar una presentación a nivel nacional enfrentando a los propios peruanos. Lo que buscamos en el Perú no son las restas ni las divisiones, sino las sumas y las multiplicaciones.

Recuerdo mis años de pregrado en la universidad, todo lo que leía me parecía interesante y novedoso. Por aquella época ya trabajaba en el Congreso, al lado de don Enrique Deza Mendoza, funcionario que llegó a ejercer el cargo de Oficial Mayor del Senado hasta 1992. Don Enrique me pedía siempre algunos informes escritos; yo los hacía usando un lenguaje técnico y de redacción compleja. Además, mis informes no eran cortos, pues pensaba que mientras más largos serían mejor y de esa manera se verían más interesantes y útiles.

La composición del nuevo Congreso, más allá de lo que significa que un partido tenga la mayoría, se caracterizará por tener más del 70 % de nuevos parlamentarios. Esta situación no es nueva. Durante la década de los noventa fue la particularidad que primó en el Congreso Constituyente y luego en el Congreso de la República.

Hace algunas semanas, una vez conocidos los resultados electorales del Congreso, sugerí que el número mínimo para formar los Grupos Parlamentarios (GGPP) se reduzca de 6 congresistas a 5, con el propósito de que la composición del Legislativo refleje el nuevo mapa político y se evite la unión de congresistas por motivos administrativos.

Cuando en 1996 se crea el Parlamento Virtual Peruano(PVP), como plataforma tecnológica de comunicación del Congreso con la población, había muchos congresistas incrédulos; uno de ellos me visitó a la Oficialía Mayor para decirme algo así: “¿Dr. Cevasco, ahora los mítines se harán por Internet? Mi respuesta fue: “esto no está pensado para nosotros, está pensado para las futuras generaciones”.

Ayer publiqué en una red social algunas fotografías de mi paso por el Congreso de la República; la que me trajo más nostalgia fue la que, con escasos 17 años, me mostraba como ujier del Senado.

Al margen de lo que se podría suponer, administrar una mayoría absoluta no es tarea fácil, mucho tiene que ver con las personas que la conforman y del líder que los guía.

Se acabó la campaña y ahora es tiempo de reflexionar. El voto es la expresión democrática de nuestras preferencias políticas, y no debe ser por quién grita o insulta más.

Una campaña electoral no es fácil; el candidato está sujeto a diversas presiones que incluyen no solo las que vienen de los adulones, el público, los medios, las encuestas y hasta de la propia familia, sino también de aquellas creadas por su propio interior, es decir su cerebro.

Quien me conoce sabe de mi afición por tomar café en los restaurantes, y de lo grato que me resulta conversar con las personas que gentilmente me atienden; charlo con ellos sobre el día a día y, hoy más que nunca, sobre el proceso electoral.

El zapateo del partido Todos por el Perú (TPP) para desconocer el fallo del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), las protestas callejeras contra Keiko Fujimori, las reiteradas agresiones a candidatos arrojándoles objetos para generar violencia y el comunicado del Partido Nacionalista mencionando “que las condiciones no son positivas para continuar” en el proceso electoral me hacen pensar que algo antidemocrático se vendría cocinando desde algunos sectores, para deslegitimar el proceso electoral y traérselo abajo.

Al analizar las cifras de la última encuesta de GfK, respecto a las preferencias presidenciales y congresales, encuentro que existe una brecha importante por cerrar: el apoyo al candidato presidencial no está reflejado en el apoyo a su lista congresal.

Un policía me dice: ¿Señor, por qué usted camina calato por la calle? Simple, señor policía, la Constitución me otorga el derecho de transitar libremente por todo el territorio nacional… Pero usted –me dice el policía– está infringiendo las normas… ¿What? ¿Qué normas? Si la Constitución está por encima de cualquier norma y, según su artículo segundo, tengo todo el derecho de transitar libremente, salvo por razones de sanidad, y yo, jefe, estoy sano y aseado, por lo cual no tengo ninguna restricción.

La campaña de los candidatos al Congreso está plagada de propuestas legislativas como si las leyes fueran la única solución a los problemas que aquejan a la mayoría de las personas. El error quizás nazca de la propia Constitución cuando habla del Poder Legislativo cuando debería hablar del Poder Parlamentario.

En un sano juicio político y de defensa de la institucionalidad en el país, bajo ninguna circunstancia debe avalarse la actitud que pretende realizar Julio Guzmán para mantener su candidatura presidencial.

Un amigo de mi generación, político él y viejo en esas lides, me dijo: “En política no hay que usar el karate, sino el judo”. Cuando le pregunté por qué, me respondió: “De lo que se trata es usar la fuerza del atacante en beneficio de uno”. Hoy me pongo a pensar y creo que el escándalo del plagio de César Acuña, que emergió como un problema grave para él, se ha convertido en un “escándalo inducido” a su favor: sacando algo bueno de lo malo, para cumplir con un objetivo, “hacer que todos sigan hablando de él”.

No es solo ganar la presidencia de la República. De lo que se trata es de obtener también una mayoría parlamentaria que dé estabilidad política y gobernabilidad al país. Las mayorías, como sabemos, pueden ser absolutas o relativas; las absolutas son aquellas que están por encima de la mitad más uno del número legal de congresistas, que son 130; y la relativa, la que está por debajo de la mitad más uno del número legal.

“Me metieron cabeza” y “me hicieron perro muerto” son frases que hablan por sí solas, ya que nos hacen recordar la conducta de algunas personas que incumplen sus obligaciones económicas, generándoles una pésima imagen y volviéndolas inelegibles para contar con nuestra confianza. Pero, ¿qué podemos pensar cuando el que aplica la política del perro muerto es un gobierno –en este caso el peruano y en diferentes mandatos– que, a ritmo de villancico, “mece y mece y vuelve a mecer”? Pues, simplemente, que esa equivocada política crea una pésima imagen del Estado y convierte al país en un “gran cabeceador”.

Desde que nacemos hasta que dejamos de existir estamos sujetos a los exámenes. Todos vivimos sometidos al escrutinio privado o público; en la escuela o universidad, en el trabajo al postular o para ascender, y por último hasta en el amor el escrutinio nos acompañará siempre. Excepto el de la autopsia, el examen nos acarrea nerviosismo; a algunos les sudan las manos o los pies, a otros les da por “comerse” las uñas o el lapicero, otros, ante la pregunta del ser amado, mirarán por doquier antes de responder la incómoda interpelación, pero, al fin y al cabo, siempre somos examinados.

Ágil y eficiente es el Estado que quiero. No uno que pretenda ser la solución a todos mis problemas; eso no existe y quien diga lo contrario es un mentiroso. Un Estado que tenga empleados con vocación de servicio, no que busquen servirse de él. Un Estado que piense en el beneficio social y haga la vida más simple a las personas.

e vez en cuando, un toque de puerta característico anunciaba la llegada a mi oficina, en el Congreso, de don Roger Cáceres Velásquez, quien siempre fue y es un referente autorizado para entender la historia de nuestro Congreso. Fue elegido por primera vez diputado en 1956 y reelegido varias veces, totalizando cerca de 33 años de labor legislativa –récord en el medio regional– llamándolo por ello el Decano Parlamentario del Perú y América Latina.

Somos un país fragmentado. Proclamamos la unión, pero en la práctica no la propiciamos. En el Congreso se vocifera unidad, pero en los hechos esto no sucede; nueve bancadas parlamentarias lo gobiernan, haciendo que sea cada vez más difícil llegar a los acuerdos que cimientan la estabilidad política del país.

Leer en las calles la publicidad mentirosa de algunos candidatos al Congreso me indigna. Periodistas, analistas, sacerdotes, políticos y ciudadanos venimos analizando desde hace mucho tiempo que la crisis de imagen parlamentaria también es culpa de aquellos candidatos que, con tal de ganar, prometen soluciones milagrosas para los problemas de los votantes, cuando saben que una vez electos, no podrán cumplir lo que prometieron.

Hoy que las alianzas están hechas, toca el turno de reflexionar sobre las listas parlamentarias. Al respecto, debemos tenerlo claro. Lo que le da estabilidad política al gobierno es el Congreso, porque les da el voto de confianza a los gabinetes y aprueba las leyes que precisa el Ejecutivo para gobernar.

Hagamos números y evaluemos lo que significa para la población y para el Congreso la suspensión de los congresistas por faltas éticas. Durante el quinquenio que está por terminar, 17 congresistas han sido suspendidos; el total de suspensiones alcanza a 1,740 días de legislatura.

No estoy en contra del apoyo que puedan dar artistas y deportistas a los políticos, es más, lo creo pertinente como parte de una estrategia de publicidad para llamar la atención del votante. Pero, ¿es una obligación incluirlos en las listas para el Congreso? El Congreso es mucho más de lo que los medios de comunicación informan; lo que se da a conocer es solo la punta del iceberg.

De acuerdo con el artículo 97 de la Constitución, el Congreso puede iniciar investigaciones sobre cualquier asunto de interés público. Sin embargo, durante los últimos años la mayoría de las investigaciones que ha realizado y realiza son básicamente sobre asuntos políticos. El Legislativo tiene asidero legal para ello. Sin embargo, la propia Carta Magna dice a la letra: “Sus conclusiones no obligan a los órganos jurisdiccionales”.

Era claro que la estrategia del gobierno, desde el inicio del régimen, era desaparecer al Apra, Perú Posible y al fujimorismo de la escena política, para que la señora Nadine Heredia tenga la cancha libre para postular a la presidencia de la República.

La Ventanilla Única de Antecedentes para Uso Electoral, aprobada por el Congreso, es una valiosa herramienta que permitirá a los partidos consultar si sus probables candidatos al Congreso tienen antecedentes de sentencias condenatorias con calidad de cosa juzgada, certificados sobre órdenes de captura por delito doloso existentes en el exterior, información por deudas originadas en tributos, contribuciones, tasas, arbitrios o multas de naturaleza municipal y deudas a la Sunat.

La semana que terminó fue interesante. Acudí a una reunión con mi amigo César Nouchi, joven cusqueño que radica desde hace 20 años en el Japón; él tuvo a bien presentarme al alcalde del pueblo de Otama, don Toshikasu Oshiyama; su propósito es hermanar a su Machu Picchu natal con el pueblo japonés donde hoy vive, con la intención de trasladar lo mejor de una nación desarrollada a su ciudad natal, pero no solo avances tecnológicos y modernidad, sino aspectos como la educación, que mejoren la calidad del ciudadano, incidiendo particularmente en la niñez y juventud.

Hoy voy a ser mal pensado. El presidente Ollanta Humala ascendió a sus amigos y para ello modificó las normas de ascensos, reduciendo de 5 a 4 años la permanencia en el grado de general de brigada para que cuatro integrantes de su promoción asciendan a generales de división, es decir que ahora gente de su entera confianza estará a cargo de las divisiones –antes llamadas regiones– del norte, centro y sur, pasando a tener el control operativo de las fuerzas militares del país.

En las épocas en que el país tenía Senado y Cámara de Diputados, las solicitudes de información tenían que ser aprobadas por sus presidentes; así se hacía hasta que el Congreso Constituyente Democrático (1992) empezó a aplicar la transparencia de la información.

El Congreso perfecto solo existe en la imaginación. Los Congresos, aquí y en todo lugar, son imperfectos por donde se les mire; pero la pregunta es: ¿fallan los congresistas o falla el sistema parlamentario? Muchos creen que el problema está en los dos; algunos piensan que las personas electas no dan la talla para ser integrantes del Congreso; otros, que el sistema parlamentario es caduco y obsoleto. Pero, ¿siempre será así?

“Espero que el Perú no tenga que elegir entre una dictadura y una corrupción”, dijo Mario Vargas Llosa. Cuando leí sus declaraciones las sentí despectivas, alejadas, como si no se tratara de su país, como si sintiera que no es su patria.

No cabe duda de que el Congreso ganaría mucho si debate y aprueba, dentro de las reformas electorales, el financiamiento público y privado para los partidos políticos.

Parte del problema de la imagen del Congreso radica en sus políticas administrativas, que no son bien vistas por la población. Hoy el Legislativo destina el 70% de su presupuesto a las remuneraciones de los congresistas y los trabajadores. Si bien las remuneraciones de los legisladores no son de las más altas de la región, el gasto se incrementa por la cantidad de empleados que tiene el Congreso, que sobrepasa los 3 mil.

Ayer el presidente del Congreso, Luis Iberico, hizo un llamado al premier Pedro Cateriano para que renueve el diálogo con las fuerzas políticas con el propósito de desterrar los rumores sobre una eventual asonada golpista. “Le digo a Pedro para que escuche Ollanta”, pero también para que las demás fuerzas políticas lo acompañen y generen el diálogo que destierre cualquier sospecha de un golpe de Estado.

Es probable que nuestros jueces y fiscales aún no reparen que sus decisiones influyen gravitantemente en la paz social del país. Liberar delincuentes, escudándose en la aplicación fría de la ley o algunas veces incluso prevaricando, sin tomar en cuenta el efecto social que propician, solo genera en la población un sentimiento de odio contra ellos.

¿Qué pasa cuando queremos agarrar el agua con las manos? La respuesta es: nuestras manos no agarran nada y el líquido desaparece. Seguramente, es la misma frustración que las autoridades sienten cuando ven que la delincuencia se sale con la suya todos los días. La estrategia utilizada hasta hoy no les ha dado resultados porque sus métodos son previsibles; el delincuente sabe que los policías no pueden estar en todos lados, que sus miembros son insuficientes y que el discurso que usan nuestras autoridades no les transmite miedo ni respeto.

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