22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El domingo pasado prendí la televisión puntual a las siete de la noche para observar el debate. La primera impresión al escuchar a PPK fue que este soltó cierto desdén a Piura por el malestar de no debatir en Arequipa. Ignoro por qué no se guardó ese sentir, pero en un criterio político correcto no se puede iniciar una presentación a nivel nacional enfrentando a los propios peruanos. Lo que buscamos en el Perú no son las restas ni las divisiones, sino las sumas y las multiplicaciones.

Vi en Keiko Fujimori mayores reflejos, frontalidad y precisión en sus planteamientos técnicos para llevar el debate a su terreno. Estudió bien a su contendor, aplicó la sonrisa triunfante y serenidad en las pausas, aun cuando era atacada, mientras que a PPK se le notaba adusto, serio y por instantes nervioso al no poder improvisar respuestas fuera del libreto técnico que domina.

He opinado antes sobre la mixtura que debe tener un gobernante al hablar: saber combinar sus planteamientos técnicos junto a la sazón de la sal y la pimienta de lo que es el habla popular. Para llegar al público no se necesita pulirse; lo técnico es para el escritorio y lo político es para la tribuna.

Keiko impuso el “debatres”: PPK, la población y ella; habló de regiones, distritos y centros poblados, con mensajes directos, claros y metas concretas; por momentos le hablaba directamente a la cámara, es decir, a la gente. PPK lo hizo en menos oportunidades y sin la firmeza que se precisa para ser creíble ante el votante.

Keiko le sacó brillo a su condición de mujer, usando una voz suave pero firme, con autoridad y desmarcándose de los ataques de lo que fue el gobierno de su padre.

Inclusive, obligó a PPK a hablar sobre la inseguridad ciudadana, cuando en un principio él dijo que ese no era tema del debate. Lo hizo retroceder.

Creo que a PPK le faltó la audacia del político y la emotividad necesaria para cautivar al votante, olvidó que el voto es emotivo y estuvo muy rígido con grandes pausas antes de exponer y responder.


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