La semana que pasó acudí, junto a los congresistas Luz Salgado y Jorge del Castillo, a la Cumbre Latinoamericana de Comunicación Gubernamental. El tema de nuestra participación fue la construcción de la imagen del Congreso; todos coincidimos en decir cómo los que conforman este poder del Estado –legisladores, empleados, cronistas y ciudadanos– ayudan a edificar su buena imagen.
Sin embargo, es también necesario señalar que existen factores externos que contribuyen a la formación de la mala imagen de una institución. Me refiero a aquellas personas que, usando las redes sociales y el Internet, empiezan –con fines ideológicos– a tratar de destruir la imagen de las personas y de las organizaciones.
Ellos tergiversan, mienten, difaman, generan leyendas urbanas basándose en determinados hechos y construyen, cual verdad impoluta, una falsa realidad, cuyo único fin es destruir personas e instituciones.
Ante ello, es importante que las instituciones y las personas respondan con trabajo serio y sostenido. En el caso del Parlamento, incidiendo en la transparencia y en las buenas prácticas para el manejo político interno, que no tiene que ver solo con los asuntos parlamentarios, sino también con la buena marcha administrativa. Esto con el fin de asignar eficientemente los recursos públicos, respetando las normas, haciendo uso transparente del presupuesto y estableciendo niveles de control que verifiquen la legalidad de las decisiones y sus procesos, y se establezcan otras, como por ejemplo la obligatoriedad de que todos los empleados del Congreso, sin excepción, presenten anualmente declaración jurada de bienes y rentas.
Creo que la imagen es la permanente construcción de las percepciones, pero creo aun más que la imagen se logra con trabajo que tiene que ser bien transmitido hacia la sociedad.
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