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Opinión

“La imagen es algo así como la ‘piedra de los doce ángulos’; es decir, tiene varias aristas”.

Este titular no es ficticio, fue realidad, pero lamentablemente no sucedió en el Perú. Cuando me encontraba en la fila para ingresar al Congreso de EE.UU., para asistir a reuniones como parte de mi entrenamiento, el frío calaba mis huesos y fui tan evidente que un miembro de la seguridad se me acercó y me preguntó: “¿Siente mucho frío?”. “Sí”, le respondí e inmediatamente me pidió acompañarlo y, al hacerme entrar, soltó la frase que titula este artículo.

El diálogo me hizo pensar que la imagen no solo es responsabilidad de una persona, sino de cada integrante de una institución. La imagen es algo así como la “piedra de los doce ángulos”; es decir, tiene varias aristas.

Cada “arista” tiene que ver con los actores que conforman el Congreso, que es como un “gran teatro”: no solo los actores principales –los congresistas–, lo son también los empleados, que sin darse cuenta van generando una buena o mala imagen, los cronistas y los ciudadanos que visitan el Congreso. Es decir, los actores del “gran teatro” confluyen en la construcción de la imagen. Pero la imagen genera sentimientos negativos o positivos, ya que es un hecho comunicativo, y es el “sentimiento” el que genera la “fidelidad” o no a las instituciones. Si la institución logra generar buenos sentimientos, la opinión será buena; caso contrario, la evaluación será negativa, y costará trabajo cambiar ese sentimiento. La imagen se destruye en un segundo, mientras que construirla demora años. Tener buena o mala imagen tiene que ver con conductas individuales e institucionales, pues generan percepción, sentimiento y opinión social, transmitida por los medios de comunicación y las redes sociales.


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