Ágil y eficiente es el Estado que quiero. No uno que pretenda ser la solución a todos mis problemas; eso no existe y quien diga lo contrario es un mentiroso. Un Estado que tenga empleados con vocación de servicio, no que busquen servirse de él. Un Estado que piense en el beneficio social y haga la vida más simple a las personas.
Un Estado que esté presente en todo el país. Que tenga una visión global y amplia, donde exista coordinación entre sus instituciones para evitar el doble o triple esfuerzo y, con ello, reducir el gasto público.
Hasta ahora, las propuestas son solo ideas sectoriales que brotan sin ninguna articulación y no son dirigidas hacia su único cliente: las personas.
Tampoco quiero un Estado asistencialista. El asistencialismo sin límites genera más personas que desean ser siempre atendidas gratuitamente por el Estado. El asistencialismo debe tener fecha de inicio y de finalización. De lo contrario, el gasto será permanente cuando la ayuda debe ser transitoria.
El gasto para programas sociales está previsto en S/5,300 millones para el 2016, distribuidos en 90 programas presupuestales. Sin embargo, el Estado no sabe a ciencia cierta si el efecto del gasto en la reducción de la pobreza es eficaz.
Un Estado debe sentar las bases para el crecimiento económico, con menos normas y burocracia. Las trabas legales y las del control excesivo desincentivan la inversión. Igual efecto genera el Estado cuando no cumple con sus deudas. En gran magnitud lo vemos, por ejemplo, en el tema de los bonos agrarios, pero también en aquellas municipalidades que pagan a sus proveedores con letras, las cuales tienen que ser negociadas en entidades financieras.
Un debate sobre el modelo de Estado que necesita el Perú debe ser materia de una discusión amplia de nuestros candidatos, pero hasta ahora “no se oye, padre”.
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