09.DIC Lunes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
Clasificados

Columna Sandro Venturo Schultz

El presidente Kuczynski volvió al punto más bajo de evaluación de su gestión (34%), al mismo lugar al que había caído al final del verano. Como recordarán, entre mayo y junio su popularidad mejoró debido a la auspiciosa respuesta que todo el Ejecutivo protagonizó frente a los impactos de El Niño. Ahora, PPK ha vuelto adonde tenía que estar debido a que el gobierno no continuó trabajando con el mismo sentido de urgencia y unidad. Es un gobierno que no pone la agenda, se la ponen. Es un presidente que sigue con su estilo errático a la hora de enfrentar a los periodistas. Es un premier que parece estar más cómodo en Economía que en la PCM. Así pues, la imagen de liderazgo de Kuczynski se ha diluido con la misma velocidad con la que decreció el caudal de todos nuestros ríos.

Ayer me tocó ir a una notaría. Tenía que formalizar unos acuerdos que hemos logrado con mis vecinos. Entré apurado como siempre. En la sala de espera el televisor estaba a todo volumen. Me pareció raro. Todos estaban atentos a la transmisión en vivo de la instalación del nuevo congreso constituyente venezolano. Dejé mis trámites por un momento y me sumé al público boquiabierto. Vi la juramentación de la presidenta del nuevo legislativo, la ex ministra de relaciones exteriores Delcy Rodríguez. Aplausos combativos. Acto seguido, acompañada por los repuestos retratos del libertador Simón Bolívar y el comandante eterno Hugo Chávez, se dirigió a los nuevos legisladores con estas palabras: “¿Juran ustedes defendernos de las agresiones imperialistas, de la derecha traidora?”. La frase me quedó rondando toda la tarde.

Cuando un talentoso diseñador desesperado por reconocimiento –algo más que desesperado, ciertamente– es descubierto impecablemente en su estúpida estafa, se inicia el usual y automático linchamiento en las redes sociales, pero lo que ninguno de los que están lanzando las piedras digitales sospecha es que más de una de las piedras ofendidas podría ser equiparada al blanco al que estas precisamente se dirigen: me refiero al evidente deseo –no siempre ansioso– de coleccionar la mayor cantidad posible de “me gusta”, es decir, de puntos de reconocimiento.

Las imágenes de los maestros cusqueños bloqueando carreteras, botando el muro del aeropuerto y amenazando algunos sitios turísticos no ayudan a su causa. Al verlos, mi reacción inmediata fue escribir estas líneas descalificando su pliego de reclamos. Entre todos los oficios que existen, el docente es el que ejemplifica, o debiera ejemplificar, el perfil del ciudadano que esperamos para nuestra sociedad. Muchos maestros lo saben, pero ya no les importa. Ni el desprestigio ni el estado de emergencia los detiene. Están hartos.

En mi cabeza hay dos Lula. El más antiguo es el sindicalista luchador que sin estudios completos llegó a ser presidente del Brasil, sacó a millones de familias de la pobreza y colocó a su país entre las economías más grandes del mundo. Un ejemplo de constancia y compromiso. Un referente ejemplar para una izquierda latinoamericana que debía convivir con populistas como Chávez e impresentables como Ortega. El otro Lula, el más reciente, es un presidente que al finalizar su segundo gobierno vio caer a su alrededor a ministros, congresistas y figuras claves de su partido por diversas fechorías, unas peores que las otras, aunque sin mellar su invencible popularidad. Un político carismático que no ha respondido con claridad a las acusaciones –y ahora penalidades– por corrupción y lavado de activos. Un líder campechano que ha afirmado desafiante que el único que lo puede juzgar es su pueblo, el mismo pueblo que viene diciendo que no importa que robe con tal de que haga obra (social). Este Lula, el desfigurado, es quien le habría pedido a Odebrecht que contribuya al financiamiento ilegal de la campaña electoral de Humala dada la “afinidad ideológica” respectiva.

La principal fuerza política del país va a la cita del martes atolondrada. Los fujimoristas no se pueden poner de acuerdo acerca del modo en que deben manejar el indulto del patriarca. La tensión entre los herederos está pasando a un nivel superior con el proceso que Kenji seguirá frente al tribunal de la “banKada”. A Fuerza Popular le debe estar costando encontrar aliados para las próximas elecciones regionales que no se parezcan a Joaquín Ramírez. Por último, no saben cómo deben manejar provechosamente su liderazgo opositor. Pero ninguno de estos asuntos es estratégicamente tan amenazante como la vitalidad del antifujimorismo.

Flotando en esta marea desmoralizante, donde una ola es peor que la otra, uno se pregunta qué de bueno tenemos los peruanos. Porque entre tanta porquería es natural que comencemos a envilecernos. Miren nomás cómo se degradan los amigos en las redes sociales, mientras los políticos actúan como pandilleros exaltados. ¿Cómo ve la situación, estimado?, pregunto en cada lugar en estos días. Y obtengo, en general, dos tipos de respuestas. Una, “este es un país insalvable, todos son corruptos”. La segunda, más bien cínica, “antes de que te atrasen, hay que entrarle a la cumbiamba”. Así parece cumplirse esta sentencia: de un país desmoralizado solo se debe esperar más confusión y aprovechamiento.

En estos días escucho el mismo comentario entre muchas y diversas personas. Dicen: qué raro que hayan tantos incendio seguidos en Lima. En las últimas semanas se han sucedido inmensos incendios cerca al aeropuerto, en Mesa Redonda y, hasta ayer, en Las Malvinas. En el verano pasado los desastres en la Plaza Dos de Mayo y en el Jirón de la Unión tampoco pasaron desapercibidos. A fines del año pasado la metrópoli tuvo otros siniestros igualmente trágicos. Solo basta recordar los eventos en la fábrica de pinturas de Ate y, poco antes, en el centro comercial Larcomar. No existe mes en el que las pantallas y las primeras planas muestren la espectacularidad de estas contingencias y las respectivas y lamentables desgracias. Esas que pronto olvidamos y, porque las olvidamos, nos vuelven a sorprender periódicamente.

Para algunos críticos está entre las mejores películas peruanas de los últimos años. Coincido. Es un largometraje audaz y a contracorriente. Rosa Chumbe, el personaje, es rotunda en su apatía (magnífica Liliana Trujillo). Ella y su hija comparten la misma casa pero sobreviven separadas. Su hija está en el negocio de telecomunicaciones: vende llamadas en la calle. Rosa es policía aunque no se parece a las correctas oficiales que vemos en las avenidas. Ella no tiene honor ni divisa. Su vida es una letanía que se ahoga todas las noches buscando el olvido.

Perú 21 publica por tercer año consecutivo la encuesta sobre segmentación ideológica de los peruanos. La realiza Datum siguiendo la metodología creada hace casi cinco décadas por el norteamericano David Nolan, quien se propuso ir más allá de la división izquierda-derecha en los estudios de opinión pública. Se realizan 20 preguntas que buscan la opinión del entrevistado sobre cuál cree que debe ser la intervención del Estado en la realización de ciertas libertades civiles y económicas. El enfoque tiene, entonces, una definición relacional de la noción de ideología –no es por ejemplo antropológica– y proviene de un enfoque abiertamente liberal.

Cuando uno llega por primera vez al hospital lo primero que ve es mucha gente. El ingreso, el estacionamiento, los jardines, los pasadizos, las salas de espera, cada esquina, cada espacio está saturado de personas que están esperando su turno o acompañando a sus familiares. Y, sin embargo, todos los días que estuve allí me sorprendió cómo, de alguna forma, al final de la jornada, (casi) todos son atendidos.

Esta semana pude ver una serie de documentales producidos por Netflix titulado Abstract. En cada capítulo se presenta la filosofía y el método de ocho diseñadores destacados: un arquitecto, una diseñadora gráfica, una escenógrafa, un ilustrador, un fotógrafo, entre otros. Todos ellos son artistas de diversos lugares del mundo que trabajan para grandes industrias –es decir, llegan a millones de personas– proponiendo innovaciones que realmente vienen mejorando la vida en este mundo asustado y atareado en el que vivimos.

Estamos hartos. La corrupción se destapa nuevamente por todos lados. Ex presidentes. Empresarios. Funcionarios. Alcaldes. Gobernadores. Periodistas. Abogados. La lista recién empieza. Estamos en el inicio de una ópera que va a traer sorpresas de distinto calibre. Cuando la información judicial se desclasifique en Brasil y Estados Unidos, nos enfrentaremos, además, a muchos inimaginables. Algunos me dicen que no me sorprenda, que no sea ingenuo. Pero cuando leo estas noticias me invade la cólera. Y no soy el único, hay quienes sienten mucho más que cólera. Cuando veo las caras de los implicados en los diarios pienso, ¿cómo pueden dormir tranquilos? ¿Cómo pueden justificarse a sí mismos delante de sus hijos? ¿Cómo pueden andar orgullosos por la calle cuando su “mérito” proviene del engaño y la estafa? Sinvergüenzas. Traidores a la patria.

Cada vez que paso por el Jorge Chávez tengo la impresión de que las cosas empeoran. Hace poco más de una década el cambio fue notable y estuve entre quienes celebraron las mejoras y ampliaciones. Pero ahora la lista de mis insatisfacciones tiene más peso. Para evitar generalizar a partir de mi experiencia pedí a los amigos opiniones sobre el aeropuerto. La avalancha de críticas fue imparable. Y las exclamaciones y subidas de tono también. Tantas y tan fuertes que no caben en este artículo. En resumen me dijeron: 1) el aeropuerto quedó chico, muchos de sus espacios y servicios están colapsos, 2) predomina el desorden dentro y fuera del local y esto agrava el punto anterior, 3) la mayoría de servicios están perdiendo calidad, 4) estas quejas no son nuevas, lo que incrementa la irritabilidad, 5) las últimas mejoras o novedades –el nuevo bus, la simplificación en migraciones, etc.– se difuminan ante las insatisfacciones acumuladas.

Al salir del cine pensé en el libro de Sergio Ramírez, Adiós muchachos. En sus páginas, el ex vicepresidente sandinista lo cuenta casi todo. Describe las claves internas del proceso por el cual la rebeldía antisomocista se transformó en una organización corrupta e institucional. Se trata de un testimonio adolorido en busca de redención. Al explorar sobre qué motivó a su generación a tomar las armas, Ramírez recuerda la famosa frase: “lo mejor de la burguesía son su vino y sus mujeres”. Y con ella alude a cierto arribismo que anidaba en muchos revolucionarios nicaragüenses y que brotaría de forma descarada al tener el poder en sus manos.

No entiendo a las personas que celebran la llegada del viernes como quien sale de la cárcel. Bueno, sí las entiendo. Nos quieren decir que su chamba es una condena y que su vida sucede, de verdad, el fin de semana. Allí es cuando se sienten dueños de sí mismos. Viven sus pasiones con intensidad, se expresan sin medirse ni calcular los resultados. Las fotos que comparten en la red dan cuenta de eso y de mucho más, esto es, del valor de los abrazos sinceros, del cariño familiar que alimenta, del compromiso con los demás. Fuera del mundo del trabajo, todo les parece realmente importante.

Cada semana hay un alboroto. Cada semana Facebook y los principales medios de comunicación –sí hasta los principales– nos traen por lo menos un escándalo que se vuelve tendencia en las redes. Los casos son variados y diversos. Van desde las íntimas discrepancias de una parejita de la farándula hasta un “por confirmar” caso de corrupción, pasando por el disparate de algún líder de opinión. La clave está en que el exabrupto tenga potencial para elevar el rating respectivo.

En feriados como estos la ciudad tiene dos caras. En los barrios de sectores altos y medios las calles están tranquilas y los parques también. El ambiente es sosegado. Vas al cine o a un restaurante y no encuentras saturación. No es lo mismo en los barrios populares, allí las calles están alegres. Es como un domingo amplificado. La gente está afuera conversando, bebiendo, jugando, comiendo. Los negocios funcionaron (casi) normalmente el jueves y viernes para liberar a sus dueños el fin de semana. Ahora los mercados bullen antes del almuerzo. El movimiento es alegre pues no lleva el estrés de cada día. Cuando hay días no laborales como estos, ambas ciudades tienen escala humana.

Les escribo sobre Av. Larco, el musical. Al comienzo me costó conectar, acaso porque, como bien dice Mariana de Althaus, se trata de un género que nos invita a asumir su carácter artificial. Y a mí, a veces, me cuesta jugar. De pronto, sin embargo, me vi inmerso en su trama, justo cuando la tensión dramática se teje entre El Agustino y Miraflores. Me regresó a una época triste y a la vez excitante, un momento de mi vida en el que descubría a un país que se demolía a sí mismo y, al mismo tiempo, destruía uno a uno mis prejuicios. Esa ingenuidad adolescente y de clase media también fue mía.

Vivimos en una tierra de Niños periódicos. En los últimos 35 años hemos pasado por tres de ellos, todos devastadores. Hace unos días un amigo periodista subió unas fotos de Piura de 1998 y parecían de este verano. Otro amigo compartió imágenes de la cerámica moche donde se podía observar la forma pedagógica en que nuestros antepasados describían las implacables inundaciones de entonces. Nada de esto es nuevo, pero nunca estamos preparados. Ya sabemos que el Estado es precario y las autoridades, en gran parte, incompetentes. La descentralización es una farsa. El poder local una ficción. También sabemos que los gobernados contribuimos a esta negligencia institucional. No presionamos a las autoridades para actuar a favor de la prevención de desastres. Ni priorizamos en nuestros hogares –ni en los barrios– estas cuestiones. Lo estamos viendo.

Los desbordes de los ríos y quebradas trajeron muerte y destrucción. Denunciaron lo poco preparados que estamos para enfrentar los conocidos desafíos de nuestra geografía. Hicieron evidente que el desastre está en nosotros, en la improvisación, la informalidad y la desorganización que nos caracterizan. Sin embargo, no todo ha sido calamidad. Hace apenas una década el derrumbe de Pisco no generó una reacción similar, ni del Estado ni de la sociedad, mucho menos los Niños de 98 y 83.

Hola Tocho. Tal como lo ves en las noticias, gran parte del país está en emergencia. El norte está inundado y el principal reto del gobierno es evitar las epidemias con una amplia campaña de fumigación. Mientras tanto, en toda la selva se esperan tormentas. En el sur están en alerta pues con las lluvias pueden venir granizadas. En el departamento de Lima, no solo en la capital, el clima seguirá desafiante, desde el río Pativilca hasta el río Cañete. Hasta ayer, a nivel nacional, se contaban 119 mil casas afectadas, la mitad de ellas colapsadas; además de medio millón de peruanos afectados y más de 70 mil damnificados. El país llora.

Uno de los cambios más interesantes en la última reorganización de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) fue la creación de la Dirección de Gestión del Conocimiento. Esto se hizo siguiendo las tendencias en el mundo que nos dicen que para ser relevantes los temas técnicos – en este caso el monitoreo de la calidad y cantidad del agua– deben responder realmente a los desafíos de sus ciudadanos.

Si comparamos las oportunidades de las mujeres de hoy con las de nuestras abuelas notaremos esos grandes cambios que han redefinido en el último siglo el mundo del hogar y de toda la sociedad. Ciertamente eso no significa que hayan desaparecido todas las inequidades entre ellas y nosotros. Cuando miro a mi lado, y más allá, encuentro todavía, en varios campos de la vida, un predominio masculino. Y si miramos dentro de nuestros hogares, podremos encontrar otras desigualdades, más profundas, que pasan desapercibidas por lo cotidianas que son. Hablo de la realidad de las trabajadoras del hogar, es decir de esas personas que soportan la vida doméstica de otras mujeres y hombres que, paradójicamente, necesitan de alguien que se ocupe de sus hogares mientras ellos luchan por su propio progreso.

Las ciudades que visito al sureste de Florida se ven igual. El ambiente no ha cambiado en estos treinta y tantos días de Donald Trump. A donde voy converso con grandes y chicos. Les pregunto por la situación política del país y la mayoría me responde con evidente displicencia, la misma que se expresa en el mayoritario ausentismo electoral. Unos adolescentes me dicen que cuando tengan edad de votar, no ejercerán ese derecho porque las cosas no van a cambiar. Les insisto: ¿pero ustedes saben que las decisiones de los gobernantes afectan nuestras vidas? “Es verdad”, me dicen, y luego viene un largo silencio. Así, en este país donde todo parece funcionar, algo me resulta familiar.

Ese día cantamos la frase entre risas. Estábamos los amigos del colegio en el acogedor Queirolo de Pueblo Libre repasando las anécdotas de siempre y, de pronto, apareció Rivasplata. Silencio total. Alguien a mi lado casi se desmaya. Todos creíamos que estaba muerto. Más de dos décadas atrás habíamos escuchado la noticia sobre el aparatoso accidente automovilístico del oficial FAP Mauricio Rivasplata en la Vía Expresa. Pero no, “estaba de parranda”. Entonces del estupor pasamos a la euforia mientras nos abalanzamos sobre nuestro resucitado.

Toledo siempre fue un tipo desordenado. Además de impuntual, charlatán y juerguero, se sabía que era un padre irresponsable y un presidente relajado. Por eso hay quienes no se han sorprendido. Sin embargo, se reconocía que supo convocar a personas comprometidas y competentes para rescatar al país de la debacle y la podredumbre fujimoristas. El Perú, bien que mal, comenzó a crecer sostenidamente y muchos corruptos fueron juzgados siguiendo la ruta iniciada por el gran Valentín Paniagua.

¿Qué significa que haya urbanizaciones donde no existen veredas? Tienen tranquera en la entrada y fueron diseñadas para que sus residentes transiten en auto y sus empleados a pie. Trabajadores del hogar que caminan por las pistas sin estatus de ciudadanos, es decir, carentes de los mismos derechos que sus propietarios. Como en ciertos balnearios donde el malecón no se construyó para evitar las visitas de los “foráneos”. Si quieres cruzar mi zona, date la vuelta, no toques mi burbuja.

El volante repartido ayer en la inmensa marcha de este movimiento decía en una de sus caras lo siguiente: “Detente. Entérate de lo que el Gobierno quiere hacer con nuestros niños este 2017. Se quiere enseñar que ser niño o niña es lo mismo. Tus hijos podrían “escoger” su sexo y no ser como han nacido. Los niños y las niñas podrían usar cualquier baño, sea de hombre o mujer. Desde el kinder se les enseñaría que existen mucho más opciones que hombre o mujer”.

El miércoles fue el aniversario de la capital. La ciudad intratable y fea en la que vivimos casi un tercio de peruanos. No es fácil vivir aquí. Casi todo funciona mal. El transporte público mella la dignidad humana. El transporte privado es una caricatura de lo absurdo: todos atollados, estresados y perdiendo el tiempo. La inseguridad marca a las calles. Todos hemos sido asaltados alguna vez. Mientras las mujeres enfrentan diversas formas de violencia, desde el faltoso piropo hasta la misma muerte. Observando al conjunto, y no solo a sus barrios excepcionales, Lima no le ofrece servicios públicos adecuados a sus habitantes. Peor aun, es un laberinto listo para sucumbir al próximo terremoto.

Me lo crucé a mediados de los noventa. Yo estaba en una fotocopiadora en la Av. Larco reproduciendo los volantes de un evento multimedia. Él llegó con sus setenta y tantos años, jean, camisa abierta y saco sport. Un tío juvenil.

Quiero comenzar este año evocando a grandes peruanos, a esos personajes que casi nunca fallan e inspiran a los demás a salir adelante.

Cuando el reloj marque los últimos segundos de este año, todos nos sentiremos emplazados. Algunos, para evitar ese estrés simbólico, renunciarán a la festividad, acostándose más temprano. Otros estarán tan ebrios que pasarán flotando, ya sea felices, ya sea hundidos en sus penas. Los demás estarán jugando a la cuenta regresiva y se enfrentarán a sus sentimientos mientras intercambian abrazos con los suyos o con extraños. Otros se quedarán paralizados, fuera de la fiesta, observando una película en la que hasta hace un momento se sentían incluidos. He vivido todas.

Es la fiesta patronal de mi familia (Javier). Tiempo para dar las gracias (Claudia).

El último número de la revista Poder ofrece un especial sobre innovación. Resulta pertinente tratar un asunto que está de moda pero que, como toda moda, tiene dos caras. La buena: la innovación se ha convertido en un factor clave para el desarrollo, especialmente en una época en que la creatividad y el conocimiento pueden ser tan o más decisivos que el poder del capital a solas. La frívola: la innovación es, entre nosotros, una noción vacía. Cuando se usa generalmente apenas alude a una que otra anécdota. Ya ha pasado antes. A mediados del siglo pasado estuvimos a la cola de la industrialización. Ahora nos venimos integrando deficientemente a la sociedad informacional.

El lunes pasado, la Comisión Presidencial de Integridad, presidida por el ex defensor del Pueblo Eduardo Vega, y conformada por ciudadanos de reconocida trayectoria, entregó al gobierno su propuesta para enfrentar a la corrupción, ese monstruo que habita cómodamente entre nosotros. Como se recordará, esta comisión se formó como respuesta al destape del “negociazo” del doctor Carlos Moreno, aquel asesor principal del presidente Kuczynski.

Hace un siglo, en sociedades como el Perú, las mujeres no iban a la universidad. Tampoco podían ser propietarias. Se esperaba que realizaran tareas domésticas. Si trabajaban fuera de casa, debía ser en áreas relacionadas al mundo doméstico. Recuerde: las peruanas recién tienen derecho al voto desde hace seis décadas. La vida de las chicas de hoy no se parece en nada a la de sus abuelas.

Lo que tus clientes no hicieron durante el año, lo quieren hacer en dos semanas. Obviamente no vas a decir que no porque nadie le dice que no al trabajo. Menos cuando es un enigma qué vendrá mañana. Mientras tanto, la frecuencia de las reuniones amicales y familiares se incrementa notablemente y tampoco hay manera de renunciar a ellas. Al contrario, te entregas agradecido; el cariño nunca sobra. En la mañana, el cuerpo te pide chepa. Después de almuerzo cabeceas con roche. En la noche estás agobiado y quieres una chela que te relaje, aunque no hay primera sin segunda, ni segunda sin tercera. Así, el maltrato de cada día va minando tu (cada vez más) precaria entereza. Pero todavía falta casi un mes para el furor de fin de año.

Hace unos días, alguien me decía que me prepare porque a fin de año vienen los incendios más grandes. Lo decía sin estadística en la mano, apenas se trataba de un apurado ejercicio de memoria. Primero fueron los almacenes del Ministerio de Salud, luego la tragedia de Cantagallo. Ahora ardieron los cines de Larcomar. Las investigaciones de este incidente todavía están en curso, pero la ansiedad, naturalmente, nos carcome. Por eso es imprescindible que la prensa guarde prudencia, que trate las hipótesis y los murmullos como lo que son. Buscar la noticia llamativa avivando el morbo colectivo nos va a quemar, tarde o temprano, a todos. En una sociedad en la que predomina la desconfianza entre conciudadanos y abunda la impunidad de los malos funcionarios y autoridades, la veracidad es imprescindible.

Cumplidos poco más de cien días de silencio, Keiko salió a cumplir su papel: cuestionó el liderazgo del presidente y señaló que la posición de su partido ha sido tan crítica como colaboradora con el nuevo gobierno. Lo hizo en la inauguración de su nuevo local institucional. El problema es que al día siguiente los principales medios de prensa destacaron otra cosa: la infeliz frase con la que inició su discurso.

Las últimas encuestas (GfK, CPI y Datum) nos traen la confirmación de lo que se veía venir. La aprobación nacional del presidente comenzó a caer en el último mes, antes de cumplirse los convencionales 100 primeros días. La cosa se nota más grave cuando se observa que la desaprobación al presidente sube de forma significativa en los estratos medios y más pobres. Según Datum, si en agosto estuvo en apenas 14%, ahora se ha incrementado a más del doble. Algo semejante sucede con el premier Zavala y sus ministros más mediáticos.

Al inicio todo gobierno genera entusiasmo. El de PPK no fue la excepción. Durante el primer mes contaba inclusive con la aprobación de la mitad de quienes votaron por Fujimori. Le ayudó lucir un estilo fresco y franco que incomodó a los convencionales. Los ejercicios matinales, los mandamientos para sus ministros, sus mensajes a través de las redes sociales, su sentido del humor casual, todo apuntaba a una buena idea: conectar con la gente y desde esa conexión relacionarse con el aparato estatal y los demás actores políticos. Al contar con un gobierno sin partido ni mayoría en el Congreso, la popularidad podía ser el único activo político manejable desde el cual otorgar cierta estabilidad a su gestión. Ahora notamos que esto no fue parte de una estrategia sino, apenas, el resultado de la espontaneidad.

Tres bomberos murieron esta semana. Tres familias están de luto y con ellas todo un país. Ellos ingresaron a hacer la inspección regular que se hace antes de la extinción con sus botas, pantalón, capotín, guantes, capucha y las botellas de aire respectivas, pero fueron alcanzados sorpresivamente por las inclementes llamas. Murieron cumpliendo su deber.

En el país se hacen dos encuestas sobre el poder. La más antigua es la que se publica actualmente en Semana Económica y que fue iniciada hace más de tres décadas por Apoyo. La segunda es nueva, la realiza Datum desde el año 2013. Ambas hacen preguntas semejantes (“¿quién tiene más poder o influencia en…?”) pero difieren en el método de investigación. La primera entrevista a un selecto grupo de líderes de opinión y personas destacadas en diversos campos de la vida nacional. La segunda, en cambio, hace la pregunta a la gente de la calle.

Si dejas cochinadas en la playa, lo más probable es que la encuentres sucia más adelante. Si además el descuido es compartido con otros, la porquería colectiva abrazará, tarde o temprano, también a tu familia. Acostumbrarse a la mierda toma poco tiempo. Y pronto la vivimos como una condena inevitable. El resultado es patético: en vez de apelar al esfuerzo conjunto para revertir al mal común, cada quien vela por su metro cuadrado de dignidad. Un metro cuadrado rodeado de inmundicia.

El alcalde de Lima está confundido. Cuando los concejales de oposición le piden información sobre las obras municipales en curso, y sobre diversos aspectos administrativos, responde denunciando mala onda detrás de estas ordinarias preocupaciones. En realidad, solo le están exigiendo que rinda cuentas, como le corresponde a todo funcionario o autoridad. Tal vez el alcalde, que se supone es un excelente gestor, podría responder con cifras y plazos para demostrar que su administración es limpia y sus obras son adecuadas, es decir, que se hacen bien y sin sobrecostos. Pero su respuesta a la defensiva justifica, una vez más, esas sospechas.

Edición Impresa