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Opinión

“Ya sabemos que el Estado es precario y las autoridades, en gran parte, incompetentes”.

Vivimos en una tierra de Niños periódicos. En los últimos 35 años hemos pasado por tres de ellos, todos devastadores. Hace unos días un amigo periodista subió unas fotos de Piura de 1998 y parecían de este verano. Otro amigo compartió imágenes de la cerámica moche donde se podía observar la forma pedagógica en que nuestros antepasados describían las implacables inundaciones de entonces. Nada de esto es nuevo, pero nunca estamos preparados. Ya sabemos que el Estado es precario y las autoridades, en gran parte, incompetentes. La descentralización es una farsa. El poder local una ficción. También sabemos que los gobernados contribuimos a esta negligencia institucional. No presionamos a las autoridades para actuar a favor de la prevención de desastres. Ni priorizamos en nuestros hogares –ni en los barrios– estas cuestiones. Lo estamos viendo.

Me he dado el tiempo de conversar con muchas personas en estas semanas. La inmensa mayoría no puede explicar cómo se origina este fenómeno, cómo afecta a nuestro país y a una buena parte del mundo. Mucho menos pueden especificar qué tiene de particular este evento climático que los especialistas llaman, por ahora, Niño costero. Nuestra ignorancia cotidiana es suprema. Nadie pide que conozcamos lo que saben los científicos. Es más simple: vivimos sobre un territorio que apenas comprendemos. Hacemos nuestras vidas desconectados de los flujos regulares de nuestro territorio.

Ahora nos parece obvio lo insensato que resulta edificar viviendas en la orilla de los ríos. Pero muchos presionarán para seguir haciéndolo. Recién ahora nos parece negligente levantar centros poblados, y hasta ciudades, sobre las huellas de antiguos huaycos. Y tirar basura a los ríos. Y vivir en ciudades sin desagües callejeros. Y construir puentes inútiles frente a las contingencias que se activan cada dos décadas o cada siglo.

Esta ignorancia compartida comienza en la escuela y continúa luego en otros ámbitos de nuestras vidas. Salimos del colegio habiendo olvidado la paporreta de los cursos de historia, geografía y ciencias sociales. Salimos de las aulas sin haber comprendido en qué parte del planeta vivimos. Si por ecología se entiende la manera en que los seres humanos nos relacionamos con nuestro ambiente, en esa materia tenemos cero, estamos jalados. Ahora estamos desesperados por que los niños comprendan los textos que leen y resuelvan problemas aritméticos básicos. No pasa por nuestra mente algo mucho más elemental: aprender a vivir en comunidad y en armonía con nuestro entorno.

Tenemos que inundar nuestras escuelas de sentido común. Tenemos que rebalsarlas de vida cotidiana. Esta crisis me empujó a tomar la iniciativa en mi familia pero sé que es insuficiente. Ahora me toca llevar el tema al colegio de mis hijos. No hay tiempo que perder.


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