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Opinión

“El lenguaje no verbal dice más que las palabras que pronunciamos, las interjecciones quedan más grabadas que las grandes ideas”.

Cumplidos poco más de cien días de silencio, Keiko salió a cumplir su papel: cuestionó el liderazgo del presidente y señaló que la posición de su partido ha sido tan crítica como colaboradora con el nuevo gobierno. Lo hizo en la inauguración de su nuevo local institucional. El problema es que al día siguiente los principales medios de prensa destacaron otra cosa: la infeliz frase con la que inició su discurso.

Generalmente, el lenguaje no verbal dice más que las palabras que pronunciamos, las interjecciones quedan más grabadas que las grandes ideas. Ese día vimos a una Keiko con muchas ganas de trasmitir una actitud de liderazgo. Lo hizo con la misma energía que mostró después de su derrota electoral, cuando de forma desafiante afirmó que el pueblo le había dado el encargo de ser una oposición firme. Aquella vez no tuvo la generosidad de desearle buenas nuevas a Kuczynski, ni celebró el final de un proceso electoral que contribuyó a nuestra débil tradición democrática.

Cuando Fujimori, desde el balcón, exclama que no está deprimida, que no la conocemos, que ella jamás caería en depresión, que eso es para los perdedores y que ella no se siente perdedora, nos ofrece, paradójicamente, una señal indeseable: que todavía le irrita no estar allí donde estuvo a punto de estar, en Palacio. Pudo haber dicho, por ejemplo, “algunos pensaban que estaba desmoralizada, la verdad es que estaba trabajando para preparar a nuestro partido para afrontar los grandes retos del país”. Pero no. No pudo. Keiko nos recordó, de la misma forma que algunos de sus voceros más altisonantes, que todavía le queda algo de animosidad en las venas.

Ejemplos de superación del fracaso tiene varios y muy cerca del Perú. Cuando el presidente Santos se dio de cara con el triunfo del No, salió el mismo día a rendir cuentas ante la ciudadanía colombiana diciendo que había entendido el mensaje, que debía convocar a los sectores opositores para encontrar mejores términos para su país en la negociación con la guerrilla. Cuando Hillary Clinton se pronunció una vez confirmada la inesperada victoria de Trump (inesperada hasta para muchos republicanos), ella manifestó el dolor que esto le producía y la responsabilidad que todos los norteamericanos tienen, más allá del sinsabor de muchos, con su sociedad. Pidió recibir al nuevo presidente con la mente abierta. Para muchos Hillary será antipática pero en esa alocución demostró responsabilidad y clase.

Para que Keiko pueda edificar el liderazgo que sus seguidores demandan, para promover en ellos esa voluntad redentora ante su pasado autocrático, va a necesitar trascender ese temor a la depresión que la amenaza, ese rechazo a la adversidad que todavía nos transmite.


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