Cada vez que paso por el Jorge Chávez tengo la impresión de que las cosas empeoran. Hace poco más de una década el cambio fue notable y estuve entre quienes celebraron las mejoras y ampliaciones. Pero ahora la lista de mis insatisfacciones tiene más peso. Para evitar generalizar a partir de mi experiencia pedí a los amigos opiniones sobre el aeropuerto. La avalancha de críticas fue imparable. Y las exclamaciones y subidas de tono también. Tantas y tan fuertes que no caben en este artículo. En resumen me dijeron: 1) el aeropuerto quedó chico, muchos de sus espacios y servicios están colapsos, 2) predomina el desorden dentro y fuera del local y esto agrava el punto anterior, 3) la mayoría de servicios están perdiendo calidad, 4) estas quejas no son nuevas, lo que incrementa la irritabilidad, 5) las últimas mejoras o novedades –el nuevo bus, la simplificación en migraciones, etc.– se difuminan ante las insatisfacciones acumuladas.
Para no quedarme con el punto de vista del consumidor, busqué información en la web del concesionario. LAP tiene premios internacionales, estándares de gestión reconocidos, iniciativas sociales y de sostenibilidad interesantes, su aporte al fisco es significativo y sus inversiones no son desdeñables. También revisé sus memorias institucionales. Mi impresión es que la empresa se está durmiendo en sus laureles y que vive de algunos recuerdos. Algo pasa cuando tu gestión corporativa se lee bien pero la mayoría de tus clientes está reventando contra tu trabajo diario.
¿Cuál es la respuesta de LAP a todo esto? Revisé entonces la prensa de los últimos tres años y encontré su posición: que el Estado no está cumpliendo con su parte y que la construcción de la segunda pista y el nuevo terminal tienen un retraso de 10 años, por eso la capacidad del aeropuerto está sobrepasada en 60% de viajeros anuales. Esto responde a la estrechez denunciada pero no a la falta de iniciativa para hacer las mejoras pendientes en el caos automotriz, el falta de wifi, la lenta cobranza del estacionamiento, la educación del viajero, la demora en las fajas de maletas, etc. ¿Por qué no atacan los problemas de desorden y calidad de servicio? Tal vez, a pesar del fastidio de la ciudadanía, sigue siendo un buen negocio. Tal vez, dado que el Estado tiene un gran rabo de paja, están tranquilos pues creen que eso los escuda y los salva. Tal vez no han pensado que en cualquier momento sobreviene una crisis y que hoy no tienen crédito moral ante la gente que los proteja. No tengo idea si son conscientes del daño que le hacen a su reputación y al país. Van a perdedor. Y los peruanos con ellos.
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