22.NOV Viernes, 2024
Lima
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Opinión

“Esta contaminación social nos envilece. Nos convierte en los monstruos que perseguimos”.

Si dejas cochinadas en la playa, lo más probable es que la encuentres sucia más adelante. Si además el descuido es compartido con otros, la porquería colectiva abrazará, tarde o temprano, también a tu familia. Acostumbrarse a la mierda toma poco tiempo. Y pronto la vivimos como una condena inevitable. El resultado es patético: en vez de apelar al esfuerzo conjunto para revertir al mal común, cada quien vela por su metro cuadrado de dignidad. Un metro cuadrado rodeado de inmundicia.

Hace unos años, el desalojo del mercado mayorista de Lima terminó en una batalla campal por la cual vecinos, pandilleros y policías, todos, terminaron perdiendo (el parque sigue abandonado hasta hoy). Me quedé sorprendido al escuchar a una de las concejales izquierdistas denunciar al lumpen y justificar con eso la represión policial. Era la misma política que poco tiempo atrás había respaldado los desmanes que arrasaron –en una lejana provincia del país– con negocios locales, autos particulares y hasta plazas públicas. En el primer caso ella hablaba como autoridad del municipio, en la segunda como líder que defiende las causas populares.

Es el cuento de siempre. Hoy Humala denuncia que él y su esposa son objeto de una cacería de brujas por parte de los políticos que formaron la oposición durante su mandato. Todos los ex presidentes dicen lo mismo. Antes García, Toledo y Fujimori cumplieron con entregarnos sus respectivas quejas. Ninguno faltó a la verdad: hacer política en el Perú consiste en destruir al otro sin importar si en el camino todos terminan contaminados. Pero no hay cómo pararlos.

Los ejemplos se multiplican hasta el hartazgo. Como el vecino que perdió la elección y recoge firmas para la revocatoria del alcalde antes de que este haya cometido algún error garrafal. Como el artista que denuncia injustificadamente argollas después de no haber sido considerado en el prestigioso proyecto y que luego es acusado de argollero cuando obtiene el premio por mérito propio. Como en las redes sociales, donde abundan los apanados impulsados por titulares apresurados, por denuncias sin investigación previa, por frases descontextualizadas que son cargadas con el sentido contrario al que les dio origen. En la red de redes, lo vemos a cada rato, el pandillero de hoy es víctima del linchamiento de pasado mañana.

Esta contaminación social nos envilece. Nos convierte en los monstruos que perseguimos. Terminamos infectándolo todo y más en esta época en que los medios digitales aceleran nuestras reacciones, estimulando al delicioso esnobismo, alimentando al peligroso narcisismo. El punto de partida de esta polución colectiva es esa desconfianza que nos caracteriza. Inventamos maldades para difuminar las nuestras. Señalamos envidias para aplacar las que nos brotan del pecho. Vivimos enviciándonos.


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