Toledo siempre fue un tipo desordenado. Además de impuntual, charlatán y juerguero, se sabía que era un padre irresponsable y un presidente relajado. Por eso hay quienes no se han sorprendido. Sin embargo, se reconocía que supo convocar a personas comprometidas y competentes para rescatar al país de la debacle y la podredumbre fujimoristas. El Perú, bien que mal, comenzó a crecer sostenidamente y muchos corruptos fueron juzgados siguiendo la ruta iniciada por el gran Valentín Paniagua.
Esta vez, esta recaída lo trasciende. Mucho antes de que se inicie el proceso judicial y se confirme su culpabilidad, Toledo ha herido de muerte la endeble memoria de las movilizaciones ciudadanas que contribuyeron a la recuperación de nuestra precaria democracia. Esta democracia pegada con babas, ciertamente, que no se cae pues a la gente le importa poco, dado que está concentrada en progresar (o sobrevivir) en medio de tanto desorden y desconfianza. Sin embargo, ya se ha dicho que esta institucionalidad de cartón siempre será mejor a esas autocracias donde resulta imposible caerle encima a delincuentes como Fujimori, Montesinos y sus secuaces; y ahora a Toledo y, espero que muy pronto, a todos los demás implicados en esta feria de sinvergüencerías.
Pero no solo sus críticos machetean a Toledo, también lo hacen quienes le tenían alguna forma de cariño por representar al peruano emergente que logra, con coraje y terquedad, conquistar sus sueños. Ese peruano que se parece a tantos peruanos, como usted o como yo. Ese compatriota que escala sin descanso y, al mismo tiempo, tolera la corrupción si trae “progreso”. Ese que celebra la pendejada cuando se aplica contra el enemigo y hace trampas frente a la autoridad porque las considera inofensivas. Ese que exige la ley para el vecino y justifica las excepciones para los suyos.
En estos días pienso en esos políticos y empresarios, en sus recurrentes pendejadas mayúsculas, y no entiendo cómo alguien puede dormir tranquilo cuando se embolsica millones. Pobre gente. Se supone que todos estamos advertidos acerca de la atracción alienante del anillo del poder, pero al toque bajan la guardia. Me irrita el silencio cómplice e injustificable de los gremios empresariales, la satisfacción de los fujimoristas que ya no se sienten solos en la historia de la porquería, el oportunismo de la izquierda que ve en Odebrecht la perversión del modelo neoliberal y no la decadencia del populismo progresista. Lamentablemente, serán meses de caídas donde se manchará por igual a buenos y malos. Escupiremos nomás. Y lo peor será un gran sismo que incrementará la insalvable brecha entre el servicio público y la vida, entre la ética y la política. Justo ahora, que necesitábamos cerrarla para salvar lo avanzado.
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