Tres bomberos murieron esta semana. Tres familias están de luto y con ellas todo un país. Ellos ingresaron a hacer la inspección regular que se hace antes de la extinción con sus botas, pantalón, capotín, guantes, capucha y las botellas de aire respectivas, pero fueron alcanzados sorpresivamente por las inclementes llamas. Murieron cumpliendo su deber.
Este lamentable accidente ha generado, con justicia, miles de reacciones a favor de los bomberos y otras tantas de reclamo ante un Estado displicente: las críticas no han disminuido a pesar de los homenajes y las promesas oficiales. Muchas cosas importantes se vienen diciendo estos días. Que los gobiernos desde hace décadas tienen en abandono a los bomberos. Que en el gobierno anterior apenas mejoró el equipamiento de solo el 30% de estaciones en el país. Que la cobertura social de los bomberos voluntarios es insuficiente. En fin, que se debe, por fin, profesionalizar este servicio comunitario.
Entre las cosas más agudas que he leído en estos tristes días está la del periodista Guillermo Figueroa: “¿Pa ‘ cojudos los bomberos? A ver si la próxima piensas antes de decir esta gran estupidez del que se cree muy vivo y es un pobre egoísta infeliz”. Cierto. Es contradictorio –y patético– que por un lado valoremos a los bomberos como héroes y por otro lado consideremos que su compromiso es típico de cojudos. Celebramos la caridad y al mismo tiempo despreciamos el bien común.
Justo hace poco se publicó una encuesta mundial realizada por la Universidad de Michigan que midió la compasión de la gente por los demás y su tendencia a imaginar el punto de vista de otra persona. Fue una encuesta tomada a más de cien mil personas y ¡el Perú quedó tercero entre 63 países! Ese mismo Perú que se queja de los políticos corruptos y llama a las líneas telefónicas de emergencia para joder. Ese país que no deja pasar a las ambulancias ni a las bombas a menos que les abran el paso entre el atolladero. Esa ciudadanía que llora por sus mártires caídos mientras repudia al político de turno, pero que evade sus impuestos porque los considera injustos o inútiles. Esa misma comunidad, pues, que reclama por sus derechos y evita sus deberes.
Como dijo el comandante general del Cuerpo de Bomberos ayer a Perú21: “Estamos de moda una semana, luego nos olvidan”. Sería hermoso que todos estos sentimientos colectivos de pena e indignación nos llevaran a asumir nuestras obligaciones ciudadanas. Sería lindo que con esa renovada responsabilidad presionáramos al Estado para reivindicar a nuestros bomberos y, con ellos, a todos los servidores públicos. Sería revolucionario, de verdad.
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