Los desbordes de los ríos y quebradas trajeron muerte y destrucción. Denunciaron lo poco preparados que estamos para enfrentar los conocidos desafíos de nuestra geografía. Hicieron evidente que el desastre está en nosotros, en la improvisación, la informalidad y la desorganización que nos caracterizan. Sin embargo, no todo ha sido calamidad. Hace apenas una década el derrumbe de Pisco no generó una reacción similar, ni del Estado ni de la sociedad, mucho menos los Niños de 98 y 83.
Muchos estamos admirados por la entrega de soldados, policías, bomberos, enfermeras, serenazgos y todo tipo de funcionarios públicos que trabajaron sin descanso, sin queja, día y noche, en el campo y la ciudad, rescatando vidas, atendiendo a los damnificados, ofreciéndole al Estado una oportunidad de redención. En una sociedad como la nuestra donde la burocracia guarda una secular deuda con la ciudadanía, el ejemplo de estos miles de servidores públicos nos habla de una reserva moral que bien podría ser canalizada hacia causas más audaces.
Ayer un amigo decía: qué bien se ve cuando los políticos oficialistas y de oposición dejan las discrepancias superfluas y confluyen a favor de una causa común. Ciertamente no han sido todos (¡no pidamos tanto!). Demasiados alcaldes han brillado por su ausencia o incapacidad, demasiados congresistas tuvieron una primera reacción deplorable, criticando en vez de sumarse a la conjunción.
Pero al final predominó el buen temple de varias autoridades, trabajando de forma diligente para responder a las necesidades inmediatas de sus representados. La sorpresa mayor ha provenido de las miles de iniciativas de solidaridad que recorren el país, donando, clasificando, cargando, transportando y enlazando a otros ciudadanos (hablo de familias, colectivos, asociaciones y empresas). Son peruanos que no soportaron el lugar de espectadores y se zambulleron en la emergencia para atender a los afectados.
Estas circunstancias nos devuelven a las preguntas más elementales. ¿Cómo debemos edificar nuestras ciudades y centros poblados en este lado caracterizado por sismos y duros fenómenos climáticos? ¿Cómo debemos organizar nuestra vida diaria para estar realmente listos frente a la recurrente adversidad? ¿Qué lecciones debemos compartir sin distraernos con el oportunismo y la corrupción? ¿Cómo aprovechar a nuestros mejores técnicos para encarar estos retos? Me sumo a quienes ven en esta crisis una oportunidad para revisar el sentido de nuestra comunidad, para reescribir un pacto social que venza a la desconfianza, la disgregación y el pesimismo. No podemos volver a la mediocre normalidad. Gobernantes y gobernados no podemos dejar pasar esta oportunidad. No debemos. No deberíamos.
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