Si comparamos las oportunidades de las mujeres de hoy con las de nuestras abuelas notaremos esos grandes cambios que han redefinido en el último siglo el mundo del hogar y de toda la sociedad. Ciertamente eso no significa que hayan desaparecido todas las inequidades entre ellas y nosotros. Cuando miro a mi lado, y más allá, encuentro todavía, en varios campos de la vida, un predominio masculino. Y si miramos dentro de nuestros hogares, podremos encontrar otras desigualdades, más profundas, que pasan desapercibidas por lo cotidianas que son. Hablo de la realidad de las trabajadoras del hogar, es decir de esas personas que soportan la vida doméstica de otras mujeres y hombres que, paradójicamente, necesitan de alguien que se ocupe de sus hogares mientras ellos luchan por su propio progreso.
El trabajo doméstico es una de las labores menos valoradas de la sociedad. Se piensa que se trata de un conjunto de actividades simples que vienen “por naturaleza” en las mujeres, es decir, que no requieren ningún tipo de calificación, que son una tarea para personas que deberían agradecer esa oportunidad porque valen socialmente poco. Y así se justifican grandes desventajas que a muchos les parecen “normales”: ausencia de contrato y CTS, gratificaciones parciales, vacaciones recortadas, negación de permisos para estudiar o capacitarse, etc. No tengo que describir una realidad que todos conocemos.
Sin embargo, el trabajo doméstico es altamente valioso. Imaginemos a todas nuestras clases medias sin empleadas. Cada familia colapsaría. La sociedad, tal como está organizada, también. Reconozcamos ahora que se trata de una actividad de suprema confianza. Ellas participan o son testigos de nuestra intimidad y cuidan a nuestros hijos, lo más preciado que tenemos. Es más, porque se dedican a cuidar nuestra retaguardia, hacen viable que podamos realizar nuestros proyectos. ¿Cuánto debe valer un puesto de confianza en el hogar?
Felizmente las cosas están cambiando de a pocos. Muchas trabajadoras no aguantan pulgas ni maltratos, de allí la alta deserción laboral entre las más jóvenes. Y la emergencia de las agencias de empleo –unas más serias que otras– y de gente que trata a estas trabajadoras con propiedad contribuye a la profesionalización de una función social imprescindible. Si quiere sumarse a este cambio, visite el trabajo de la ONG emprendedorasdelhogar.org. Allí encontrará ideas concretas para practicar en su vida.
Una cuestión final. ¿Cuánto cobraría usted por hacer lo que hace esa persona en su casa? Ahora compárelo con lo que le paga y las condiciones que le ofrece. Esta es una brecha de género, de la condición femenina, que tenemos que enfrentar decididamente si queremos vivir en un país mejor. Piénselo, ahora que se acerca el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
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