Uno de los cambios más interesantes en la última reorganización de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) fue la creación de la Dirección de Gestión del Conocimiento. Esto se hizo siguiendo las tendencias en el mundo que nos dicen que para ser relevantes los temas técnicos – en este caso el monitoreo de la calidad y cantidad del agua– deben responder realmente a los desafíos de sus ciudadanos.
Siguiendo a los países de avanzada en la región, como México y Brasil, esta reorganización buscó que al trabajo de los ingenieros se agregaran dos tareas claves. La primera, brindar información pertinente, y en el lenguaje adecuado, que contribuya a procesar los dilemas de los usuarios. La segunda, promover una cultura del agua que motive a todos los ciudadanos, sean personas naturales o jurídicas, a ser responsables con el uso y consumo sostenible de los recursos hídricos.
Esta semana, como parte de la simplificación y las mejoras que el gobierno viene promoviendo en los ministerios, se corrió la voz de que la Dirección de Gestión del Conocimiento desaparecerá de la ANA. Por lo menos así se lee en el nuevo Reglamento de Organización y Funciones (ROF) entregado al Ministerio de Agricultura que deberá ser aprobado por la PCM. Es verdad que en los últimos años esta área fue perdiendo relevancia dentro de la institución después de un inicio auspicioso y, por eso, los actuales funcionarios han evaluado que es mejor redistribuir sus funciones en otras instancias. El problema es que se corre un gran riesgo: perder una columna hoy irrenunciable para la gobernanza de los recursos hídricos.
Un ejemplo. Uno de los factores que incentiva en el país los conflictos socio ambientales tiene que ver con la natural desinformación que existe en un tema complejo como el agua y en el que nadie está contento. Más aún en una sociedad que cuenta con un inmenso desbalance entre sus vertientes. En la vertiente del Amazonas fluye el 98% del agua disponible en el Perú, en la del Pacífico el 1.5% y el resto en la del Titicaca, sin embargo la población y las industrias están mayoritariamente concentradas en la segunda. Al Perú no le falta agua, pero su gestión es irracional y eso no está ni en la agenda pública ni en la cabeza de los peruanos.
Estos no son, pues, asuntos exquisitos sino estratégicos. Abandonar este reto favorece la generación de controversias que podrían gestionarse de manera más constructiva si el saber técnico supiera dialogar con otros saberes igualmente válidos provenientes del sentido común, las tradiciones, los nuevos discursos ecologistas, entre otros. Ojalá el gobierno no subestime la importancia de una innovación institucional que todavía no ha sido suficientemente probada.
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