¿Por quién vas a votar, mamá?
Mi esposa me ha puesto a dieta. Estoy pesando noventa y siete kilos. Debería pesar ochenta y cinco. Llevo dos semanas a dieta y he bajado apenas dos kilos.
Mi madre Dorita llegó sorpresivamente, sin anunciarnos su visita. En el aeropuerto tomó un taxi, vino a la casa, tocó el timbre y se presentó con una gran sonrisa.
Silvia y yo llegamos secretamente a Lima el 24 de diciembre por la tarde, sin que su familia ni la mía estuviesen al tanto de nuestra visita. Pasamos por mi apartamento, descansamos y, ya de noche, fuimos a casa de mi madre Dorita, a darle una sorpresa de Nochebuena. Tocamos el timbre, una empleada doméstica nos miró con extrañeza y corrió a decirle a Dorita que habíamos llegado, y abracé a mi madre y le dije:
La señora Dorita Lerner hereda cien millones de su hermano Bobby, empresario minero, soltero, sin hijos.
Mi madre Dorita llegó desde Lima con una maleta llena de regalos para nosotros, a saber: centenares de galletas de salvado, pastillas de chocolate La Ibérica, películas piratas de Polvos Rosados, camisetas azules extralargas marca Secretos que se adhieren suavemente a la piel, granadillas y lúcumas no declaradas en aduanas, galletas Pícaras y Morochas, elíxir mágico para prevenir la calvicie del doctor Stucchi, trufas artesanales de chocolate de Paloma Bernales Wiesse (deliciosas), ejemplares del diario El Comercio, revistas Cosas y Caras hurtadas del avión, salero y mantequillero también del avión, treinta frascos de plástico de mermelada de sauco birlados del salón VIP del aeropuerto de Lima, un edredón de plumas de Lan clase ejecutiva que por confusión se introdujo en su maletín de mano, libros de Aldo Mariátegui (buenísimo), Hugo Coya (muy bueno) y Juan Luis Cipriani (sin comentarios), una cadena de plata con un crucifijo que era de mi padre, panetones Wong, una chirimoya machucada que manchó el libro de Cipriani, justo ese.
Patricia, hola, soy Mario, ¡feliz cumpleaños!
Desperté tarde, pasado el mediodía, encendí la computadora, miré los correos electrónicos y me di con la grata sorpresa de que Shakira me había escrito.
Silvia tenía muchas ganas de ir a un espectáculo humorístico, y por eso contratamos a una nana para que se quedase en casa cuidando a nuestra hija y salimos temprano para conseguir entradas.
La revista Ideal de Hialeah me ha nombrado uno de los veinticinco hombres más sexys de Miami. No me sorprende. Desde niño he sabido que soy sexy. Yo no tengo la culpa de ser tan sexy. Es una cosa que me nace, que está en mis genes. La pena es que aparezco en el puesto veinticuatro de la lista. Lo he sentido como un golpe bajo. Debería estar entre los primeros.
Ha sido una semana malísima, puede que la peor del año.
Ya no salgo a caminar de madrugada. Ahora monto en bicicleta una hora. A veces la Policía me detiene y advierte cordialmente de que no llevo suficientes luces y estoy en peligro de ser atropellado. Le prometo encenderme de luces como un árbol de navidad, pero, por supuesto, no hago nada.
Por razones de trabajo, tuve que viajar a Houston, siguiendo instrucciones de mis jefes del canal La Poderosa de Miami, para dar una conferencia titulada “Cómo vencer tu adicción al pene”, pues mi programa tiene mucha sintonía en Houston y la comunidad latina me reclamaba con entusiasmo.
Mis hijas Camelia y Paulina vinieron a visitarnos el fin de semana desde Nueva York, después de cinco años sin vernos (ni en foto, porque no me aceptan como amiga en sus páginas de Internet y me tienen bloqueada para que no las espíe). Ellas dejaron de hablarme cuando me enamoré de Silvio y quedé dramáticamente preñada a una edad que parecía imprudente, cuarenta y cinco años, y no conocían a Silvio ni a nuestra hija Sol, ya de cuatro años y medio, y no habían querido verme todo este tiempo largo de guerra fría, en represalia por sucumbir a la inopinada pasión amorosa por Silvio, dos décadas mi menor, y por impregnarme de su emisión seminal con la esperanza de tener un cachorro que acabaría siendo Sol, y por pelearme soezmente, con profusión de improperios, a cachetada limpia, con su papá, mi ex esposo Sandro, que una noche en que se hallaba propasado de licores emboscó a Silvio en una calle de San Isidro y lo machacó a patadas y puñetes, dejándolo inconsciente y dejándome casi sin marido: es que Sandro, cuando bebía, se ponía belicoso, salía en moto y buscaba bronca con quien sea.
Dorita Lerner (setenta y cinco años, viuda, millonaria, misa y rosario diarios) compró las casas vecinas a su antigua casona de Miraflores, las mandó a demoler mientras viajaba por Europa y, con la ayuda de dos decoradores limeños que se esforzaron por disimular sus amaneramientos y mohines para que ella, tan religiosa, no fuera a escandalizarse y despedirlos, las convirtió en un jardín ornamental, lleno de plantas frondosas y flores exóticas, en el que se sentaba a rezar todas las tardes, aun si hacía frío o caía una odiosa garúa. Ella lo llamaba “El Jardín del Paraíso” y le gustaba imaginar que el cielo al que ascendería luego de morir no sería un lugar tan distinto a ese bello terreno floreado en el que inexplicablemente encontraba una paz que no hallaba en ninguna otra parte de su casa.
Hace cinco años, cómo pasa el tiempo, mi novia lolita me dijo que estaba embarazada, lo anunciamos en la televisión y, al día siguiente, me reuní con mis hijas, entonces adolescentes, y les conté que con suerte sería papá por tercera vez. Comprensiblemente, ellas, muy cercanas a su madre, se entristecieron y preocuparon, y aunque les prometí que nada cambiaría entre nosotros, no me creyeron, y el tiempo demostró que tenían razón, pues todo cambió con ese embarazo que yo había deseado desde que me enamoré de mi lolita.
La asistenta del músico A me escribe un correo para invitarnos a mi esposa y a mí al concierto que A dará el sábado en la arena de la ciudad.
Silvio, mi marido, me invitó unos días a Cayo Hueso. Me dijo para ir manejando nuestro carrito japonés, aprovechando que la gasolina está barata, pero yo insistí en tomar el avión, así nuestra hija Sol viajaba por primera vez en un vuelo corto, pues no sabíamos si se asustaría en el avión. Antes de viajar, Silvio estaba furioso porque compré tres pasajes a cuatrocientos dólares cada uno y los cargué a la tarjeta de crédito de mi madre Dorita, cuando podíamos ir manejando y gastar máximo cien dólares a la ida y cien a la vuelta, ahorrándonos mil dólares, o ahorrándoselos a Dorita, que ya está tan mayor que ni se entera de los cargos que le hago a la tarjeta.
No sé por qué me han hecho fama de tacaña. No me considero una mujer avariciosa, rácana, roñosa. Pero sí soy cuidadosa para gastar, enemiga de endeudarme, consciente de que hay que guardar pan para mayo y leña para abril, muy seria, casi alemana, para ahorrar. Gano bien como locutora de televisión, gasto lo menos posible, ahorro todo lo que puedo y gracias a eso he amasado un modesto patrimonio que me permitiría vivir el resto de mi vida sin trabajar. Pero no sé vivir sin trabajar. Soy sumamente trabajadora, casi diría una adicta al trabajo.
Estoy harta de que me digan gorda. Me lo dicen algunos patanes que ven mi programa: qué gorda estás, Jimena Barclays, estás hecha una ballena, una foca, un cachalote, qué tal papada la tuya, sal a correr, ociosa. Me escriben esas cosas en Facebook y cuando las leo, me deprimo tremendamente, me dan ganas de llorar, a punto estoy de contestarles una grosería a esos maleducados y termino bajando a la cocina a comer algo para calmar la ansiedad.
Yo desde chica he sido muy de derecha. Y no de derecha moderada: de extrema derecha. Y no de extrema derecha compasiva, democrática: de extrema derecha autoritaria, pistolera. Con los años me he vuelto no más conciliadora, sino más radical. Por eso tuve que irme de mi Perú natal y ahora vivo en una isla de la Florida tan de derecha que virtualmente no tiene gobierno y cuyos habitantes son, como yo, anarquistas, libertarios, anarco-capitalistas.
Patricia, hola, soy yo, Mario.
Jaimín, dime, estoy confundida: Isabel Presley, ¿es hija de Elvis Presley? –No, mamá, ¡es Preysler, no Presley!
Jaimín, ¿qué te ha parecido el escándalo de Vargas Llosa?
http://goo.gl/jeHNR
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Dorita Lerner viuda de Barclays viaja cuatro veces al año de Lima a Miami para visitar a su hijo Jimmy Barclays, quien se considera un escritor y dice que está escribiendo una novela voluminosa sobre su familia, pero, en la práctica, no trabaja y vive de las donaciones de su madre, unas transferencias bancarias que ella hace a escondidas de sus otros hijos, que nunca saben cuánta plata tiene Dorita, dónde la esconde, cómo va cambiando de escondites y en qué actos de caridad va gastándola a su antojo.
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Tal vez, embargado por el espíritu navideño que nos invade estos días, he decidido que pagaré las universidades de mis hijas mayores, y todos sus gastos personales, hasta que se gradúen en dos y tres años. Y si una vez que se gradúen quieren estudiar una maestría, les pagaré la maestría con el mayor gusto. Y si después quieren estudiar un doctorado, me mojaré igualmente y asumiré todo como corresponde a un padre que desea lo mejor para sus hijas. Y si no se gradúan y quieren que les colabore un tiempo indefinido, así será, será lo que ellas quieran, lo que me pidan. He obrado en consecuencia, les he mandado el dinero prometido y espero que eso nos permita a todos pasar unas fiestas de fin de año tranquilas, relajadas, exentas de rencores y resentimientos.