22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Tal vez, embargado por el espíritu navideño que nos invade estos días, he decidido que pagaré las universidades de mis hijas mayores, y todos sus gastos personales, hasta que se gradúen en dos y tres años. Y si una vez que se gradúen quieren estudiar una maestría, les pagaré la maestría con el mayor gusto. Y si después quieren estudiar un doctorado, me mojaré igualmente y asumiré todo como corresponde a un padre que desea lo mejor para sus hijas. Y si no se gradúan y quieren que les colabore un tiempo indefinido, así será, será lo que ellas quieran, lo que me pidan. He obrado en consecuencia, les he mandado el dinero prometido y espero que eso nos permita a todos pasar unas fiestas de fin de año tranquilas, relajadas, exentas de rencores y resentimientos.

Era un error estúpido (pero soy capaz de esas estupideces y otras peores) dejar de mandarles dinero solo porque no quieren verme. Es normal que no quieran verme: se aburren conmigo, a su edad quieren estar con gente que las divierta, que sepa entretenerlas, que vaya a su velocidad, y yo soy un hombre mayor y ellas me sobrepasan en todo. No tiene sentido hacer una escena tonta de despecho y decir: “Si no me quieres visitar, ni siquiera por mi cumpleaños número cincuenta, entonces no te pagaré esto y lo otro”. Es infantil. Lo mejor es entender por qué no quieren verme, y les he dado buenas razones, por qué no quieren conocer a mi hija menor, y no hacer más líos y dejar que cada uno esté donde quiera estar. Muy a menudo yo tampoco quisiera estar conmigo, pero no he encontrado la manera de divorciarme de mí. Es solo natural, una señal de madurez, que mis hijas mayores hagan una vida académicamente exitosa y socialmente feliz prescindiendo de mí, que soy un padre bastante impresentable y además escandaloso y de muy dudosa reputación. Quién podría culparlas, las entiendo, entiendo que se avergüencen un poco de mí, yo también estoy avergonzado de mí y tal vez por eso tomo tantas pastillas para dormir y para no deprimirme.

Les he mandado la plata y he prometido pagarles todo hasta el fin de los tiempos, o hasta el fin de mis tiempos, o hasta el fin de la plata que tengo en el banco, y me he sentido bien. No por estar casado y tener una hija menor dejo de querer profundamente y para siempre a mis hijas mayores. No porque no quieran verme dejaré de cumplir mis obligaciones no digamos legales sino morales, el mandato que me impone la conciencia. No porque no quieran venir a mi cumpleaños voy a reaccionar como una diva histérica y cortar de raíz el único vínculo que me une a ellas, que es el lazo del amor que no se expresa necesariamente en palabras o en abrazos, pero se manifiesta pobremente en transferencias bancarias. Al final del día, creo que no soy tan malo como papá: mando la plata que debo mandar y no me entrometo, no hago preguntas impertinentes o desatinadas y les digo que está bien si no quieren verme ahora ni después y ya nos veremos cuando sea oportuno y apropiado para todos, sin forzar las cosas ni incomodar a nadie. Ellas me dicen que tienen problemas emocionales no resueltos conmigo, y yo las entiendo, yo tengo problemas emocionales no resueltos con mi padre y está muerto hace ocho años. No es fácil ser padre, cualquier padre con hijos grandes lo sabe, pero mucho menos fácil es ser mi hija y aguantar todos los escándalos y numeritos que he montado para ganarme la vida.

Ya entendí que la foto familiar, mis tres hijas juntas, sonriendo a mi lado, es por el momento imposible, y no insistiré más en ello. Por suerte, mis hijas grandes son fuertes y han aprendido a ejercitar su libertad y son felices con su madre y la familia de su madre. Por suerte, yo soy feliz con mi esposa y mi hija menor, aunque por supuesto sería más feliz si mis hijas mayores me visitasen cada tanto. Siempre queda la opción de ir a visitarlas al norte, a la ciudad helada, pero eso solo es posible para mí en los meses del verano, y esos meses ellas están de vacaciones y van a divertirse a otra parte, con lo cual pasa un año, pasan dos, y no nos vemos, como ha ocurrido este año y me temo que ocurrirá el próximo. Pero no es tan grave no vernos cuando ellas me escriben correos tan afectuosos y agradecidos como los que he recibido después de mandarles el dinero del primer semestre del próximo año. Me han hecho el día y de paso las navidades y me siento más tranquilo al saber que ellas no dudan de mi profundo amor, ahora y siempre, con universidad o sin ella, con novios o novias, con trabajo más adelante o desempleadas y dedicadas a alguna pasión insana, incomprendida, quién sabe si artística. Los padres no debemos competir con los hijos, debemos aspirar a que los hijos nos superen en todo y la felicidad de ellos es la nuestra y sus grandes logros son también los nuestros, o así lo veo ahora, más tranquilo, después de algunos correos crispados que intercambiamos en un momento pesaroso. Soy un hombre afortunado, no cabe duda de ello. Y lo soy porque tengo tres hijas a las que amo parejamente, por igual, y sobre todo porque dispongo de los recursos para complacerlas según sean sus requerimientos, sin hacer distinciones ni preferencias por ninguna. De hecho mi hija menor irá al colegio público de la isla, que por ser residentes de la isla no nos costará nada, y no queremos mandarla a un colegio caro, privado, exclusivo, religioso, porque mi esposa y yo creemos que es mejor educarla en la diversidad y la tolerancia y el espíritu laico de sus padres, que somos agnósticos y un tanto libertinos y con fama de locos por decir lo menos. Siendo agnósticos, y gracias a la dedicación de mi esposa, que es un sol, tenemos un árbol bien puesto en la sala con muchas luces y bolas coloradas y dos pesebres, dos al pie del pino, y así está bien, porque la Navidad es una fiesta que nos encanta en la medida en que podemos expresar nuestro amor y hacernos regalos y comer rico, sin medida, aunque engordemos un poco, lo que resulta inevitable y hasta deseable en las fiestas de fin de año. Yo siempre he sido más feliz haciendo regalos que recibiéndolos y ya estoy viejo para cambiar. Estas navidades y todas las anteriores he tratado de hacerles muchos regalos a las niñas, y ahora las niñas son mujeres y prefiero enviarles plata para que ellas se compren sus regalos, no me queda mejor opción que esa. Pero mi hija menor es una niña de tres años y para ella habrá muchos regalos el 24 y el 25 y seguramente el 26 también: todos los días en esta casa son Navidad, así como mis hijas grandes no se graduarán nunca de mí y estoy dispuesto a pagarles lo que pidan, o lo que pueda, hasta el fin de mis tiempos. Es verdad que dar es mejor que recibir, eso lo sabe cualquiera con dos dedos de frente, y para dar hay que trabajar, y trabajar es para mí la cura de todos los males, hay que mantenerse ocupado, activo, concentrado en una pasión o en varias, y no retirarse ni jubilarse ni abandonarse al letargo de la vejez, porque entonces te apagas y te mueres. Así que no tomaré ni medio año sabático y seguiré haciendo el programa todas las noches y mis tres hijas contarán conmigo como padre aunque entre ellas se lleven mal o bien, eso ya es cosa de ellas y no me meto. Entre tanto, paso estos días previos a la Navidad haciendo dieta para comer como un demente el 24 y el 25. No he querido comer el pan dulce italiano de tres chocolates, pero me sacaré el clavo en Navidad. Y me he regalado lo que más me gusta regalarme en Navidad, medias y calzoncillos, y con eso soy sobradamente feliz. Podría comprarme un auto caro o ropa de marca o hacer un viaje disparatado a Londres y París, pero todo eso me parece absurdo y me da pereza y con mi ropa vieja y mis autos usados japoneses estoy bien, para qué cambiar una rutina si sabes que ella te depara una sensación de comodidad que no quisieras interrumpir por nada. Paso de viajar, de comprar para mí, soy más feliz sintiéndome un padre generoso que, a pesar de todo, y contra viento y marea, encuentra la manera de cumplir con su familia, o con sus dos familias, aunque por eso parezca un pavo, el pavo de Navidad, qué más da.


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