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Opinión

“–Entonces ¿qué quieres, Patricia? –Que dejes a la filipina y regreses conmigo y me pidas perdón. Eso quiero. –Pues siento mucho decirte que eso no será posible, primita linda. –Deja de decirme primita, huevón.”

Patricia, hola, soy yo, Mario.

–Te he dicho que no me llames. Estoy harta de todo esto.

–Patricia, por favor, no me cortes, escúchame.

–¿Qué quieres?

–El divorcio.

–No te doy ni medio divorcio. Jódete, Mario. Eres un traidor. Me has humillado.

–Te ofrezco la mitad de todo, prima.

–¡Como si fueras generoso! La mitad de todo ya es mía. No quiero la mitad. Tampoco quiero todo, a ver si me entiendes.

–Entonces ¿qué quieres, Patricia?

–Que dejes a la filipina y regreses conmigo y me pidas perdón. Eso quiero.

–Pues siento mucho decirte que eso no será posible, primita linda.

–Deja de decirme primita, huevón.

–No te rebajes al lenguaje zafio de los malandrines y los bellacos, Patricia.

–Entiéndeme bien, Mario: no hay divorcio. Yo me quedo con todo. Y además tú no te casas con la filipina. Te jodes. Quedas como un adúltero.

–Estás loca. No puedes quedarte con todo.

–Sí puedo. Y nuestros hijos me apoyan.

–Patricia, te ruego, recapacita. Necesito pasar a recoger mi ropa. Estoy viviendo como un pordiosero.

–No jodas. Dile a la filipina que te compre ropa.

–Patricia, necesito mis calzoncillos, mis medias, mis corbatas. Por favor, no seas rencorosa.

–Pídele a la filipina que te preste los calzoncillos del difunto Boyer.
–No te reconozco, cómo puedes caer tan bajo.

–¿Yo, caer bajo? Eres tú el que sale en ¡Hola! usando el Audi de Boyer. Poco falta para que te pongas sus camisas.

–No son de mi talla, despreocúpate.

–Y ya que me ofreces la mitad de todo…

–Sí, dime.

–Quiero medio millón de euros si tú y la filipina conceden la exclusiva a ¡Hola! y cobran un millón. Quiero la mitad.

–Siento mucho decirte que esas decisiones las toma Isabel y yo no intervengo.

–No te reconozco, Mario. Entiendo que ella viva de las exclusivas a ¡Hola!, pero ¿tú? ¿No era que resguardabas celosamente tu vida privada? ¿No se suponía que tenías todo un discurso contra la frivolidad?

–Bueno, sí, pero por amor uno pierde la cabeza, ¿no crees?

–Estás quedando como un gran huevón, Mario. Como un viejo verde. Como un abuelito mañoso, calentón.

–Los que me critican son unos envidiosos. Ya quisieran estar con una dama tan atractiva como Isabel. Se mueren de la envidia, comenzando por el bufón maligno de Baylys. ¡Cacasenos, pánfilos, bribones, mentecatos, pusilánimes, pelafustanes!

–El único cacaseno en esta historia eres tú.

–Pamplinas, Patricia, pamplinas.

–Por lo pronto, has quedado como un gran mentiroso, porque celebraste nuestras bodas de oro cuando ya estabas cepillándote a la filipina. Menudo caradura eres.

–Todo escritor de ficciones es un mentiroso profesional, primita.

–Estoy harta de tus sermones intelectuales. Voy a escribir un libro contándolo todo.

–Pues te exhorto a que lo hagas. Puedo escribirte el prólogo. Yo estoy siempre a favor de que los individuos se expresen en forma libérrima, aun si, al hacerlo, me atacan con saña o vitriolo.

–Deja de hablar huevadas, Mario, que me das jaqueca. Oye, ni se te ocurra ir en agosto a la clínica Buchinger de Marbella…

–Lamento decirte que ya confirmé que Isabel y yo iremos dos semanas.

–Ah, caramba. Pues allí nos veremos. Porque yo iré el mes entero.

–¿Vas sola?

–Claro, pues, huevón, ¿con quién más voy a ir? ¿Con Advíncula? ¿Con Paolo Guerrero?

–Puedes venir con nuestra hija.

–No quiere. Pero necesito ayunar, relajarme, meditar. Los periodistas me están volviendo loca.

–Pues ya nos veremos en la clínica alemana y ayunaremos juntos y verás que es muy fácil llevarse bien con Isabel.

–¿Y la vas a llevar a nuestra clínica de toda la vida? ¿A que ayune esa flaca? ¡Pero si es un palo de escoba!

–Ella quiere venir, y yo no quiero dejar de verla dos semanas.

–Seguro que te pagará los tres mil euros por semana que cuesta la Buchinger, ¿no?

–No seas mezquina, Patricia. Yo no tengo ningún interés en la fortuna de Isabel.

–Ya, claro. En tres meses vas a estar viviendo en su mansión, ya verás, y ya te veo viajando con ella en el avión de Porcelanosa. Eres un arribista, Mario. No te basta con ser marqués, ahora quieres ser rey.

–No te imaginas cómo me engríe Isabel. Tiene un personal doméstico muy numeroso que ha puesto a mi disposición. Me hacen masajes, estiramientos, me aplican cremas rejuvenecedoras, me hacen zumos de frutas, me cocinan delicias, manjares. Siento que estoy en el nirvana.

–Ojalá quedes impotente.

–¿Qué dices?

–Nada. ¿Y estás escribiendo?

–No. No escribo un carajo. No tengo ganas. No escribo ni leo. Ni siquiera leo los periódicos. Estoy hasta las narices de la vida intelectual. Ahora solo leo el ¡Hola! y créeme que soy feliz. Parece que nos van a pagar un millón por la exclusiva. Estoy sumamente entusiasmado. Porque es lo que pagó Alfaguara por toda mi obra literaria. Cómo es la vida, ¿no?

–¿O sea que ya no quieres ser escritor?

–Por el momento, no. Lo que quiero es follar tres veces al día. Me siento un muchacho. Y quiero correr la maratón de Nueva York. Y estoy pensando abrir un spa y hacer un curso intensivo de yoga y volverme vegano. ¿Qué te parece, primita?

–Que eres un viejo huevón.

–Te ruego que no desciendas al golpe bajo, acanallado, Patricia. Procuremos mantener las formas, no perder la elegancia.

–Que te monte un burro ciego, Mario. Estoy harta de tu palabreo barato. En el fondo eres igual de idiota que casi todos los hombres. Por un culo pierdes la cabeza. Eres patético.

–Primita, ¿sabes qué me ha enseñado Isabel? Que mi perfil bueno es el derecho. Yo no sabía. Toda la vida dando entrevistas, dejándome fotografiar, sin saber cuál era mi lado bueno. Pues ahora ya estoy prevenido y no me dejo sorprender. Ofrezco siempre mi perfil bueno. ¡Cómo sabe Isabel de esas cosas, es sorprendente!

–¿Y también sabe la filipina cuál es el huevo que tienes más caído?

–Patricia, por favor, no recurras al insulto.

–Pues escúchame bien lo que te voy a decir. Estoy saliendo con un futbolista chileno. Se llama Gonzalo Jara. La otra noche, después de cenar juntos en un restaurante de Santiago, me metió el dedo al poto, me pellizcó rico, y ¡Hola! tiene las fotos exclusivas. Estoy negociando el precio con ellos.

–Pero, Patricia, no te reconozco, no sabía que podías ser tan calculadora, tan maléfica.

–Pues jódete. Es mi turno. Tú sales con la filipina, yo salgo con mi chileno Jarita. Y tú nunca me metiste el dedo tan rico como él. Es un maestro mi Jarita.

–Estás demente, Patricia.

–Demente estás tú, que has perdido la cabeza por una gran pendeja y has tirado por la borda nuestro matrimonio de cincuenta años.

–No lo veo así, Patricia. Yo no quería separarme de ti, pero realmente necesitaba separarme de nuestro hijo Álvaro: me tenía las pelotas hinchadas, no lo aguantaba más.

–En ese punto te entiendo. Pero no tenías que irte con la filipina.

–Sí tenía, sí tenía. Estaba escrito en mi destino. Es una pasión hermosa que me ha cogido con la fuerza de un huracán.

–No seas huachafo, por favor.

–Y tú no seas mezquina.

–¿Estás bien de salud, Mario?

–Sí, cómo no. Mejor que nunca. Vivo pepeado.

–¿Cómo dices?

–Isabel me da pastillas para todo. Es una maestra. Le dicen la Reina Pepeada.

–Oye, quiero decirte algo, aunque me odies.

–Dime, primita, dime, ¿cómo está tu nariz respingadita?

–Calla, baboso. Mira, tengo un video que te grabé secretamente…

–¿Cómo?

–…en el que sales haciéndote una paja, mirando una foto de Nadine en ¡Hola! Perú.

–¿Qué? ¡No puede ser! ¿Me has grabado furtivamente?

–Pues ya sabes, Marito: si te mudas a la casa de la filipina y dan la exclusiva a ¡Hola!, subiré mi porno venganza a Youtube y el mundo entero sabrá que te hacías pajas fantaseando con Nadine, diciéndole moncherí, mamasuel, yo soy tu garante, te garantizo máximo placer, muá muá.
–Oh, Dios, será el fin del mundo.

–Guerra avisada no mata gente.

–Te dejo, voy a pedirle unas pastillas a Isabel.

–¿Qué estás tomando?, ¿se puede saber?

–MD, mucho MD, éxtasis todo el día. Y me quito la ropa y escucho música electrónica y bailo calato al pie de la piscina y me siento un muchacho, Patricia.

–Si serás huevón.

–Tu recuerdo anida en mi corazón, prima.

–Vete al diablo, Marito. Te dejo porque me está llamando mi Jarita.

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