La señora Dorita Lerner hereda cien millones de su hermano Bobby, empresario minero, soltero, sin hijos.
Bobby deja cien millones más a su hermana Julieta, casada con un prominente abogado, y otros cien millones a su hermana Victoria, esposa de un reputado ginecólogo.
Sin embargo, no le deja un centavo a su hermana Marta, debido a que ella tiene ideas políticas de izquierda radical, y él ha sido toda su vida un conservador de derechas.
Bobby es bastante comedido con sus cuatro hermanos: a tres de ellos les deja apenas un millón por cabeza, y al cuarto, Richard, no le deja nada porque es un combativo político de la ultraizquierda.
Apenas cobra la herencia, Dorita le regala un millón a su hermana Marta para que no se sienta tan humillada y obsequia otro millón a su hermano Richard para rescatarlo del deshonor de haber sido pasado por alto en el testamento.
Luego reparte veinte millones entre sus diez hijos, a razón de dos millones por cada uno, incluyendo a Jimmy, su hijo díscolo, escandaloso, agnóstico y bisexual, expresamente desheredado por Bobby, quien dejó un millón a cada uno de los nueve hijos de Dorita y nada, ni un céntimo, a Jimmy, en castigo por su conducta disoluta y sus novelas de dudoso valor.
Así, los nueve hijos pobretones de Dorita, algunos sin trabajo y endeudados, pasan a tener tres millones (dos regalados por Dorita, uno por Bobby), y el escribidor de ficciones y charlatán de televisión Jimmy, que algún dinero ha ahorrado tras una larga carrera, recibe, contra todo pronóstico, dos millones de su madre religiosa, ultraconservadora.
Entonces comienza el juego.
Nadie sabe cuánto dinero dona Dorita al arzobispo, su amigo de toda la vida, pero se estima que son varios millones.
La hija mayor de Dorita, María Pía, usa sus tres millones para comprarse una casa en Barranco y construirse una casa en Máncora y se muda al norte y se dedica a escribir. El dinero que le queda tras las inversiones inmobiliarias, un par de millones limpios, lo deposita en el fondo de un amigo financista, que le promete un retorno de seis por ciento anual, y en efecto cumple. Con esa plata, María Pía vive tranquilamente.
La segunda hija, Carolina, paga la hipoteca de su apartamento y luego invierte todo en la Bolsa, tratando de obtener la máxima rentabilidad en un horizonte de días o semanas. Algunos de sus hermanos la previenen: vas a quebrar, no seas tan arriesgada, pero ella no les hace caso. En menos de un año, pierde todo. Desesperada, le pide varios millones más a Dorita, quien se los niega. Tiempo después, Dorita se compadece de ella y le entrega tres millones para que siga jugando en la Bolsa. Varios de sus hijos se molestan con Dorita por darle ese trato preferencial a Carolina, a despecho de ellos, que también quisieran recibir una segunda donación, pero Dorita no se deja intimidar y les dice que ella hace con su plata lo que le da la santa gana.
Jimmy, que recibe dos millones cuando pudo no recibir nada, tal era la voluntad de su tío Bobby, usa esa plata para comprarse una casa en Miami y sigue trabajando en televisión.
Adrián, siempre muy listo con el dinero, coloca sus millones en un fondo de inversión que le asegura dividendos de ocho por ciento anual, y con esa plata se compra autos de lujo y una casa en Miraflores y se dedica a viajar por el mundo participando en maratones.
Ignacio, empresario de éxito, exportador de paltas, usa el dinero para construirse una casa de campo en Cieneguilla y sigue viviendo en su casa mesocrática de San Isidro, muy juicioso.
Jorge, empresario ganadero, compra un apartamento en San Isidro y coloca el resto en la banca privada de una importante institución financiera, cuyo gerente general es íntimo amigo suyo.
Manuel, ahijado de Bobby, no recibe tres millones, como todos sus hermanos salvo Jimmy, sino seis, porque, al ser su padrino, Bobby le deja tres millones más, suerte la suya. Manuel compra un gran apartamento en San Isidro, gasta una fortuna en decorarlo con valiosas piezas de arte, compra autos lujosos, contrata guardaespaldas y se dedica al negocio de la minería con buenos resultados. Sin embargo, cuando los precios de los metales se desploman, Manuel entra en crisis, pues está masivamente endeudado con dos bancos a los que debe varios millones. Sus ingresos se recortan drásticamente y no puede pagar sus deudas. Al borde de la quiebra, le pide a su madre que lo rescate. Dorita paga las deudas de Manuel, lo que genera resentimiento entre varios de sus hijos, que deploran que ella dé un trato privilegiado a Carolina y Manuel. Dorita los manda a callar y dice que ella hace con su plata lo que quiere, punto.
Fernando, el más trabajador de los diez hermanos, alto ejecutivo de una corporación transnacional, usa el dinero para comprarse una casa en San Isidro y una gran casa de playa y continúa trabajando como si no hubiera pasado nada.
Julián, el más artista de todos, pintor y fotógrafo, compra un apartamento en Miraflores y se dedica a mover su plata en la Bolsa, comprando acciones mineras. Tras una fantástica buena racha, sus inversiones se desploman. Vienen las vacas flacas. No pasa nada. Como es austero, prefiere no vender sus acciones deprimidas, a la espera de que repunten.
Antonio, astuto financista, se ocupa de administrar prudentemente los millones de su madre. Sin embargo, tienen un desencuentro y renuncia a ser el tesorero de la familia y es contratado en la banca privada de una institución financiera. Lo mismo que Julián, pierde bastante dinero jugando en la Bolsa, pero no liquida sus acciones devaluadas y especula con aplomo a que pronto subirán.
La familia se encuentra dividida: a un lado, están Dorita y sus hijos Carolina, Manuel y Fernando, que saben consentirla; al otro lado, sus hijos más críticos, llamados “los renegados”: Adrián, Ignacio, Jorge y Antonio; y finalmente están los neutrales, también llamados “los pajeros”: María Pía en Máncora, Jimmy en Miami y Julián en Lima.
Dorita visita a su hijo Jimmy en Miami. Jimmy piensa: si mi hermana Carolina se ha beneficiado con una segunda donación de tres millones, y mi hermano Manuel también, ¿cómo podría hacer para que mi madre me dé un dinero fresco? Le propone a Dorita comprar a medias un apartamento en Nueva York y ponerlo a nombre de él, pero ella declina. Le propone comprar a medias una casa en Miami y registrarla a nombre de él, pero ella se niega. Le pide tres millones para lanzarse como candidato a la presidencia y, para su sorpresa, Dorita, que apoyaba sus ambiciones políticas, le dice:
–Tú no estás preparado para ser presidente.
Jimmy pregunta:
–¿Y se puede saber quién está preparado?
–Alan –responde Dorita–. Yo voy a votar por Alan.
–¿En serio? –se espanta Jimmy.
–Claro, es mi amigo, hablamos por teléfono a diario –dice Dorita–. Ya es tu tío.
–¿Mi tío? –grita Jimmy, con indignación.
–Sí, hijito, Alan es tu tío de cariño –sentencia Dorita.
Consternado, Jimmy pregunta:
–¿Vas a darle plata para su campaña?
–¿Tú qué crees? –responde Dorita, y hace un guiño coqueto.
Jimmy siente un vahído, suda frío, le tiemblan las piernas, siente que va a desmayarse. Piensa: Alan tenía razón, la plata le llega sola, pero esa plata debería llegarme a mí, no a él.
Esta semana será Navidad y nadie sabe bien quiénes irán a pasarla con Dorita. Se sabe con certeza que Carolina, Manuel y Fernando estarán con ella, mimándola. Se presume que Julián pasará a saludarla. Se da por descontado que María Pía se quedará en Máncora y Jimmy en Miami. Se sospecha que Adrián, Ignacio, Jorge y Antonio no irán a casa de su madre, no tanto para evitar verla como para eludir el mal trago de encontrarse con Carolina y Manuel, a quienes no dirigen la palabra.
Jimmy piensa: nos queríamos tanto cuando éramos pobres, y ahora que somos ricos, la familia se ha ido al carajo.
Visita La página de Bayly
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.