Han pasado tan solo diez años desde aquellos tiempos en que una generación de cocineros, alentados por la voz y el ejemplo de sus pioneros, intentaba compartir el sueño de que un día nuestra cocina estaría presente en todos los corazones del mundo. Como todo comienzo, para muchos, aquella idea sonaba entonces a una utopía inalcanzable. ¿El cebiche peruano, un plato universal? ¿En Buenos Aires o Miami, los restaurantes peruanos tendrán igual éxito que los italianos? ¿Lima, un destino gastronómico de talla mundial? ¿Nuestros productos y recetas de la vida diaria, valorados y anhelados por el resto del mundo? Bajen de su nube. Esto no será nunca Francia ni España. Dejen de soñar imposibles, eso nunca ocurrirá, se escuchaba muchas veces como respuesta.
Faltan unos días para el cambio de gobierno.
En los próximos meses, los peruanos escucharemos muchas promesas de los candidatos a la presidencia. Siguiendo la historia, es probable que el ganador de la elección no cumpla con la mayoría de las promesas. Pero existe una oportunidad para que la historia cambie y obligue al ganador a cumplir: está en manos de la mayoría de peruanos, que saben cuáles son los problemas que los agobian y las decisiones que necesitan del gobierno para salir adelante. Son los peruanos que trabajan honradamente día a día, los que deben marcar la agenda política arrinconando a los candidatos, no hacia un enorme abanico de demandas, sino hacia un listado que resuma unas pocas promesas de campaña a cumplir, que representen la mayoría de anhelos del Perú, que sean directas, realistas, medibles, fiscalizables y corregibles año a año. ¿Cómo poner en agenda promesas para que luego los candidatos nos expliquen su plan para alcanzarlas? Hoy esto sí es posible. Las redes sociales pueden unir a millones de personas. Las voces llegan más lejos y más rápido, la prensa puede difundir la voz de todo un país para hacer que los candidatos cumplan lo que prometieron. Aun sabiendo que toda lista puede ser subjetiva, me atreveré desde esta tribuna a hacer una primera sugerencia de seis promesas, sabiendo que esta no es más que la mirada de un peruano que siente que, si estas batallas son vencidas, muchas de las limitaciones de los peruanos para salir adelante acabarían. No son todas las promesas que debiéramos exigir, pero son buena parte de ellas.
Son tres los ingredientes esenciales para una buena cocina: el amor, el conocimiento y la libertad. Gracias al amor, la buena cocina se vuelve sentida, generosa, profunda. Gracias al saber, adquiere precisión, equilibrio, consistencia. Gracias a la libertad, se llena de personalidad, de magia, de vida. Como el amor materno, la buena cocina no conoce de odios, rencores ni revanchas. Como el eterno aprendiz, observa, escucha, dialoga, comprende. Como el niño libre, explora, juega, vuela.
29 de julio del año 2026. Todo parece estar listo para el desfile. Se celebran unas nuevas Fiestas Patrias y esta vez serán muy especiales. El nuevo presidente elegido reanuda la contienda política luego de diez años de la histórica tregua acordada en 2016, cuando el crimen organizado, el descrédito político, la frustración social y los falsos caudillos arrinconaban a nuestra sociedad. Fue un día como hoy, hace diez años, que el presidente elegido, reconociendo su incapacidad para enfrentar solo a los enemigos de la patria y escuchando el clamor popular, decidió convocar a todas las fuerzas democráticas para constituir un gobierno de concertación capaz de diseñar y ejecutar las medidas necesarias para enfrentar la situación que el país vivía y enrumbarlo nuevamente hacia la senda del progreso y la libertad. Gracias a ello, poco a poco, con una clase política que decidió dejar atrás rencillas, apetitos y vanidades, el país fue conquistando el orden, la paz y la confianza necesaria para enfrentar un futuro que, año tras año, se fue haciendo más esperanzador.
La vida es un largo camino que construimos día tras día según las decisiones que vamos tomando. A veces, decisiones que parecen intrascendentes de pronto pueden llevar nuestras vidas hacia la gloria y, en cambio, otras decisiones que se muestran definitivas y claras pueden llevarnos hacia el ocaso. A cada instante, las decisiones que vamos tomando por los azarosos caminos de la vida van dibujando nuestro destino, para bien o para mal.
En los últimos años, el mundo del fast food ha cambiado vertiginosamente y lo ha hecho porque sus consumidores han cambiado. Antes, el consumidor se sentía atraído por todo lo que era igual, lo conocido, lo industrial, lo estandarizado. No le importaba de dónde venía un producto ni cómo ni quién lo hacía. Sin Internet, era un consumidor desinformado al que solo le interesaba lo que la publicidad le prometía.
Voy caminando por la avenida Dos de Mayo, en el límite entre San Isidro y Lince. Mi viejo barrio de la infancia ha cambiado mucho y poco. Los viejos árboles siguen allí, las viejas casonas ya no están. Las veredas siguen siendo las mismas, quienes las transitan son otros. Antes eran niños perseguidos por sus abuelas. Hoy son transeúntes saliendo de cientos de oficinas. Aún está Rovegno y su horno de piso Pavailler, el que hacía los mejores baguettes de la ciudad; ya no está el nido La Espiguita, aquel en el que descubrí, sin darme cuenta, que mi infancia no sería de pelotas sino de camotes. Y es que cuando era niño y todos mis amiguitos del barrio jugaban al fútbol en la vieja cancha de la parroquia, yo jugaba a hacer rabadillas de pollo al horno o calamares arrebozados en leche.
Existe en el Perú de hoy un enorme, poderoso y silencioso ejército. Desde hace ya largos años, este ejército está en todos los rincones de la patria, batallando a diario contra los grandes enemigos: la desnutrición, la violencia y la falta de oportunidades.
Soy accionista de una buena cantidad de restaurantes peruanos. Quizá por ello siempre me preguntan por qué suelo recomendar otros restaurantes si ellos son mi directa competencia. La respuesta que suelo dar siempre es la misma.
Una vez más estoy aquí frente al mar, tu mar, sentado sobre una roca que no parece tuya, haciéndome la misma pregunta que me hago cada otoño, cuando la niebla sacude mi alma. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué justo ahora, cuando más te necesito?
Los superhéroes de mi infancia no usaban antifaz ni vestían de capa, rojo y azul. Mis superhéroes tenían los pies en la tierra, la mirada noble y las manos en la masa. Jamás recurrían a la violencia ni mucho menos cargaban pistolas al cinto. Lo suyo era el ataque certero al corazón, claro que sí, pero no para matar, sino para alegrarnos la vida con pequeños detalles que el tiempo convertiría en grandes recuerdos. Don Lucho Rovegno era el héroe del pan baguette, las fugazzas de cebolla, el pastel hojaldrado de carne y, bueno, de la hija más linda del barrio. Don Paco no tenía batimóvil, pero sí una de las más surtidas baticuevas del mundo, la Bodega Madrid. Si uno no encontraba algo en toda la ciudad, seguro que Don Paco lo tenía. Al frente estaba su primo, siempre serio, siempre de blanco impecable, al mando de una carnicería a la que llamó Barcelona, seguro para darle la contra. Al lado Eugenia, la noble Eugenia y su quiosco de álbumes, de sobres de figuritas, de las revistas Billiken y El Gráfico, de los chistes de Tobi, Archie o La pequeña Lulú, de las revistas medio escondidas de calatas que ella, incorruptible, jamás nos quiso vender.
Es hora punta. Ingreso a la avenida Javier Prado desde la Vía Expresa, rumbo hacia la Universidad Agraria en La Molina. Cuando era niño, solía hacer esta ruta en los buses 12 A de Enatru Perú, la única empresa estatal que en aquel entonces parecía funcionar. Sus buses modernos, seguros y vigilados solo se detenían en los paraderos, llegaban a estos a la hora publicada y el trayecto no duraba más de 30 minutos. Treinta años después, el escenario que me tocará vivir hoy será muy distinto. La ruta será larga y, quién sabe, peligrosa. ¿Qué pasó?, pienso, mientras avanzo apenas unos metros por minuto. La Javier Prado a esta hora es simplemente imposible. ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Cómo fue que, en vez de aprovechar todas las oportunidades que tuvo y tiene Lima para convertirse en una ciudad admirada por el mundo, lo que hicimos, más allá de los atributos que tiene para quien la visita, fue convertirla en una ciudad hostil cuyo tránsito infernal e inseguridad reinante hacen que el día a día sea para la mayoría de limeños una suerte de dolorosa y frustrante batalla?
Tengo frente a mí a Nachito. Es peruano, tiene diez años y me cuenta que sueña con ser cocinero. Se indigna conmigo cuando le cuento que la primera receta que aprendí en la escuela fue la de pollo al horno. ¿Sabes hacerla?, le pregunté ilusamente. Con cara de disgusto, me responde ¿Cuál pollo al horno? El suizo, el tailandés, el cantonés, el criollo, el achifado, porque los he hecho todos.
La vida del cocinero no es fácil. Se levanta muy temprano, casi al alba, para conseguir los mejores ingredientes. Cocina el almuerzo, administra su negocio durante la tarde, vuelve a la cocina para la cena, se acuesta pasada la medianoche y luego vuelve a empezar la misma rutina al día siguiente, solo que con un detalle: el fin de semana no es su tiempo de descanso, sino, más bien, el de mayor trabajo. El destino del cocinero es trabajar cuando la mayoría se divierte.
Hace unas semanas tuve la dulce fortuna de tener un almuerzo al lado de las damas picanteras más emblemáticas de la bella Arequipa. El motivo parecía cotidiano: celebrar la consolidación de la sociedad picantera de Arequipa, fundada por ellas poco tiempo atrás. Cuán equivocados estábamos. Poco a poco, el aire fraterno y sincero que allí se respiraba fue abriendo camino a emotivos y largamente guardados testimonios de vida que explicaban por qué en aquel almuerzo había en realidad muchísimo más que celebrar.
Durante miles de miles de años, el río Rímac fue un río rebosante de vida, hasta que hace tan solo unos 80 años, los limeños, perdiéndole todo respeto y agradecimiento, decidimos dejarlo morir día tras día sin hacer nada al respecto.
Son las dos de la mañana. Como de costumbre, han pasado 16 horas desde que inicié mi jornada diaria. Cansado pero contento, me echo en la cama y, mientras hago un repaso de lo vivido y lo que toca vivir al día siguiente, voy cayendo suavemente. Ya. Estoy dormido. De pronto, aparecen imágenes como si en realidad estuviera despierto. Esta vez todas son imágenes femeninas. Veo a mi madre, generosa, solidaria, digna, preocupada mañana, tarde y noche porque sus hijos sean felices y para que todo aquel que se cruce por su camino sea feliz. Veo a mi hermana Cecilia, la que nunca debió partir tan temprano. ¿Por qué? Si su vida consistía en levantarse cada mañana a ayudar a todo aquel que lo necesitara. Nunca lo entenderé. A su lado, veo a mis tres hermanas mayores con la frente en alto, pero no por soberbia. Todo lo contrario: por haber llevado una vida digna, en donde el amor por los suyos solo es superado por el respeto que en cada palabra o acción tienen hacia los demás sin importar condición ni opción. Veo a mi esposa, enamorada infatigable del Perú, recorriéndolo y viviéndolo con la pasión que la caracteriza, y veo a mis hijas, llenas de nobles sentimientos y, sobre todo, llenas de sueños, preparándose con vehemencia y dedicación para hacerlos realidad. Pero veo muchas mujeres más. Veo a miles de nobles mujeres trabajando en sus comedores populares con honradez y perseverancia, llevando cada día alegría y esperanza a cientos de miles de compatriotas. Veo a mis queridas y admiradas mujeres picanteras de Arequipa. Fuertes, orgullosas y más unidas que nunca en torno a un sueño: dignificar su trabajo, honrar la memoria de los suyos, representar a su Arequipa querida con orgullo y ponerla, a través de sus platos, en la vitrina del mundo. Veo a Teresita Izquierdo recordándonos que el éxito no existe si no se comparte. Y a su lado a María Elena Moyano, defendiendo con su vida la paz que hoy gozamos. Y allí están, serenas, erguidas, María Parado de Bellido y Micaela Bastidas, gritando entre las balas “¡viva la libertad!”. Veo también a Chabuca junto a Blanca Varela, Tilsa Tsuchiya y Doris Gibson, mostrando lo mejor de sus artes y pasiones, mientras que, con su ejemplo de vida, alientan a miles de mujeres a nunca dejarse doblegar por nadie. Pero veo también a las mujeres de hoy. Las que día tras día nos dan claras señales de que, en este Perú de sueños y batallas, de oportunidades y contradicciones, es la mujer peruana la que lleva por delante la gran fuerza moral que nos sostiene como nación. Por ello, no me sorprende ver allí al fondo, dialogando con vehemencia, pero con sumo respeto, a mujeres que creen y defienden ideas distintas, sin permitir que estas se interpongan en un diálogo en el que puedo ver claramente que por, encima de todo, está el Perú. Veo allí a Inés Temple discutiendo apasionadamente sobre márketing político junto a Marisa Glave, Pilar Nores, Marisol Pérez Tello y otras destacadas políticas peruanas de todas las tiendas partidarias. Veo a Claudia Llosa, Chiara Macchiavello y Susana Baca hablando de arte y periodismo junto a Juliana Oxenford, Patricia del Río, Rosa María Palacios, Mónica Delta y muchas, muchas más periodistas talentosas y principistas que defienden y buscan la verdad día tras día. Veo a Meche Aráoz y Verónica Zavala hablando de economía, cultura y educación al lado de Ilse Wisotzki, Isabel Álvarez, Martha Mifflin y Vania Masías. Veo a destacadas empresarias como Carmen Rosa Graham, Mariela García y Janine Belmont compartiendo tiempo y conocimientos con miles de pequeñas empresarias llenas de sueños y fe en su país y su futuro. Y, entre todas ellas, veo a alguien que conduce y articula todos estos talentos y energías con sabiduría, tolerancia, inteligencia y, sobre todo, respeto, mucho respeto. No alcanzo a distinguir quién es, pero sin duda se asemeja a la figura de la lideresa de este gran encuentro de mujeres honorables del Perú reunidas para construir juntas el futuro del Perú. Experiencia, honorabilidad, preparación, tolerancia, respeto general, independencia. Alguien me dice al oído un nombre, pero no alcanzo a escucharlo con claridad. ¿Me puedes repetir quién es?, digo desesperado, justo cuando la alarma interrumpe todo. Son las siete de la mañana. Un nuevo día. ME LEVANTO SIN SABER QUIÉN ERA EL PERSONAJE. Dieciséis horas me esperan para mi siguiente sueño. Pero, claro, los sueños casi nunca continúan la misma historia. Son sueños.
Los peruanos vivimos hoy un momento confuso. Por un lado, desde hace algunas décadas, hemos abrazado un modelo que dejó atrás la idea de que era el Estado quien tenía que controlarlo todo. Hoy, los peruanos creemos que somos nosotros los dueños de nuestro destino y que es nuestra voluntad, talento y perseverancia lo que hará posible alcanzar nuestros sueños. Es en ese nuevo escenario que el Estado claramente juega hoy un nuevo rol para los ciudadanos: el de utilizar correctamente los recursos que recauda fruto de su esfuerzo para destinarlos a políticas públicas que garanticen la estabilidad económica y la igualdad de derechos y obligaciones, promover la generación de oportunidades para todos, brindar servicios públicos de alta calidad en educación, seguridad, salud y justicia, y fomentar las buenas relaciones internacionales, buenos acuerdos comerciales y la buena imagen del Perú en el mundo, mientras hace lo mismo en territorios vitales para la autoestima, el liderazgo, la convivencia y espíritu cívico de los ciudadanos a los que sirve, como son la cultura, la ciencia, la innovación, el medio ambiente, el deporte, la tolerancia y la libertad.
En estos momentos, mientras usted lee este artículo, estoy en pleno viaje hacia el lejano Singapur. He sido invitado junto a La Pandilla Leche de Tigre para realizar varios eventos en el marco del Asia’s 50 Best Restaurants 2015. La cocina peruana llamada para animar el evento gastronómico más importante de Asia. Algo que quizás hace muy pocos años hubiera sido incomprensible hoy, sin embargo, es fácil de entender porque la cocina peruana ha conseguido llegar al corazón de todo aquel que ame la cocina, por más lejos que se encuentre del Perú.
En estos momentos, mientras usted lee este artículo, estoy en pleno viaje hacia el lejano Singapur. He sido invitado junto a La Pandilla Leche de Tigre para realizar varios eventos en el marco del Asia’s 50 Best Restaurants 2015. La cocina peruana llamada para animar el evento gastronómico más importante de Asia. Algo que quizás hace muy pocos años hubiera sido incomprensible hoy, sin embargo, es fácil de entender porque la cocina peruana ha conseguido llegar al corazón de todo aquel que ame la cocina, por más lejos que se encuentre del Perú.
En este mundo conectado, donde la información está al alcance de todos en todas partes, la competencia por conquistar los corazones de los cientos de millones de consumidores que se levantan cada día en busca de nuevas experiencias se vuelve cada vez más exigente. Ya no basta tener una hermosa historia que contar, unos atributos que preservar, un producto único y mágico con el cual seducir. Hoy, la innovación debe ser constante para poder ofrecer, de manera permanente y consistente, nuevos productos e historias que mantengan al consumidor conectado con aquello que producimos. La gastronomía no es ajena a este nuevo escenario. Todos los países se han dado cuenta, en parte gracias al ejemplo de la cocina peruana convertida en una nueva marca internacional, de lo importante que puede ser su gastronomía para la promoción de sus productos o sus destinos turísticos. Cada vez más países miran su despensa, sus raíces, sus conceptos, sus protagonistas, para consolidarlos en una propuesta gastronómica que los represente exitosamente y les permita acceder a este mundo gastronómico lleno de oportunidades, hoy reservado a una docena de países, entre ellos el Perú. En Turquía, Corea, Singapur, Israel, Filipinas, Marruecos, Colombia o Hungría, por solo citar unos ejemplos, están trabajando con importantísimos presupuestos para hacer que sus gastronomías se conviertan en una poderosa herramienta de promoción y expansión de su cultura y sus productos en el mundo.
Nunca olvidaré aquella escena de otoño del año 2002. Junto al gran fotógrafo Renzo Uccelli, había partido en un largo viaje que nos llevaría por todos los rincones del Perú a los que nuestra vieja camioneta nos pudiera llevar.
Tengo un sueño. Un pequeño gran sueño. Íntimo, personal, tal vez frívolo. No es el gran sueño del Perú con oportunidades para todos por igual. Del Perú que finalmente desterró la corrupción para siempre. Del Perú visto por el mundo como un paraíso que todos quieren visitar. Del Perú en el que nuestros niños reciben la mejor educación pública posible, en el que nuestros jóvenes sueñan en grande porque saben y sienten que pueden hacer grandes cosas en su tierra, en el que nuestras familias salen a las calles sintiéndose seguras y protegidas, y en el que nuestros padres y ancianos puedan llegar al fin de sus días sintiendo que ser peruano valió la pena. No, no es el sueño inmenso del Perú para todos y admirado por todos. Ese es un sueño que vivimos, soñamos y perseguimos día tras día, con nuestras palabras y nuestras acciones, millones de peruanos. La mayoría lo hace anónimamente, algunos intentando arengar al resto desde sus trincheras con su ejemplo de vida. Unos con más recursos que otros, algunos con más tiempo y devoción que otros, pero, al final, ese es el sueño que tenemos y compartimos la inmensa mayoría de peruanos que nos levantamos cada mañana a trabajar por nuestros sueños y los de nuestra patria.
En los próximos días, gracias a la alianza Juntos para Transformar, de la cual formo parte con Telefónica del Perú, anunciaremos una veintena de becas dirigidas a jóvenes talentosos que, por no contar con recursos, no pueden seguir formándose como ellos sueñan en las diferentes opciones que la gastronomía ofrece, como lo son la cocina, la sala, la pastelería, la panadería, la coctelería y el vino.
Sendero Luminoso está de vuelta. De esto ya no cabe ninguna duda. Disfrazado de Movadef, pero sin un ápice de arrepentimiento por todo el daño que le hizo al Perú con su demencial ideología, sus dirigentes han vuelto al ruedo bajo el argumento evidentemente falso de que Movadef es un movimiento distinto a Sendero y que lo que busca es participar democráticamente en las elecciones del 2016, cuento que quienes vivimos aquellos tiempos no creeremos jamás. Movadef y Sendero son lo mismo, y quien diga lo contrario o está equivocado o miente. El hecho, como es comprensible, nos llena de un hondo desasosiego y abre, en lo más frágil de nuestra alma, una ventana que pensábamos que había sido cerrada hace tiempo y para siempre. Y es así como las preguntas aparecen inexorablemente. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que existan personas que puedan creer en los argumentos de Movadef-Sendero y, lo que es peor, abrazar su ideología? ¿Qué fue lo que hicimos tan mal como sociedad para no haber sido capaces de aprender la lección para siempre, de manera que nunca más vuelvan a surgir movimientos que, en aras de implantar su ideología, fueron capaces de lo más abominable? ¿Fue la clase política la responsable? ¿Fue la sociedad? Vamos por partes. Todos coinciden en que, en los años 80, el escenario era el indicado para que, en los Andes, el Amazonas y los sectores periféricos de las grandes ciudades costeras, Sendero pudiera sembrar su ideología en los corazones de aquellos a los que la frustración simplemente había vencido. Sin embargo, en aquel tiempo, la frustración, más que política, era principalmente económica y social. La democracia volvía una vez más llevando una frágil brisa de esperanza a aquellos golpeados durante siglos. Sin embargo, la herida de la desigualdad seguía allí latente, debido a la ineptitud de una élite incapaz de abocarse, a partir de un reconocimiento de su posición privilegiada, a la gran tarea de construir un país para todos. Y es ahí donde viene la siguiente pregunta. ¿Y, si en aquel entonces el caldo de cultivo era la frustración económica y social, por qué resurge ahora? ¿Acaso no estamos creciendo económicamente? ¿Acaso no hemos reducido la pobreza en decenas de puntos? ¿Acaso nuestra sociedad no vive hoy un momento de reafirmación de su identidad a partir de su hermoso mestizaje? Como en todo, la respuesta es sí y no. Cierto es que hay muchos peruanos, cientos de miles, que hoy, habiendo empezado desde abajo, han logrado no solo llevar prosperidad a sus familias, sino que, además, han logrado un reconocimiento social que dignifica a veces su origen y otras su oficio, y que los hace sentirse parte de un proyecto nacional. Pero cierto también es que aún existen enormes desigualdades en el mundo rural tanto andino como amazónico, altiplánico y costero, así como en las zonas periféricas de las grandes ciudades; que nuestra educación pública gratuita sigue sin ser el gran arma libertadora de nuestros niños y jóvenes más desfavorecidos; que tenemos un sueldo mínimo inaceptable para un país que pretende construir un futuro próspero a la vez que pacífico; que los altos impuestos que ahogan a quienes reciben a cambio servicios públicos de calidad inaceptable obligan a muchos de ellos a tomar la decisión terrible para el Perú de saltar a la informalidad. Pues, en efecto, este panorama nos lleva a afirmar que, en muchos peruanos, la frustración económica sigue siendo lacerantemente real. Sin embargo, es otra frustración la más peligrosa hoy y es la que nuevamente da cabida a Sendero-Movadef: la frustración política. Nuestros jóvenes quieren creer en su país; quieren seguir construyendo un país para todos; quieren prepararse a fondo, sea como intelectuales, científicos, empresarios, trabajadores o deportistas para sacar adelante sus sueños; quieren creer en sus líderes; quieren tener la paciencia necesaria y la comprensión para no dejarse tentar por opciones extremas de ideologías absurdas o, como en este caso, violentas. Sin embargo, cuando observan a su alrededor, ¿qué es lo que ven? Un enorme vacío de liderazgos, de lucidez y de inspiración en aquellos que deberían sacar lo mejor de nuestros jóvenes a través de sus palabras, ideas y acciones. Pero no. Lo que ven es solo una inefable y a veces nauseabunda pugna por el poder carente de todo aquello que podría consolidar en sus almas la convicción de que no es la obsecuencia ideológica ni la violencia, sino la paz, el trabajo, la creatividad, la tolerancia, la solidaridad, la honestidad y el esfuerzo personal y colectivo lo que les dará sentido a sus vidas. Y es allí donde ambas frustraciones se encuentran dando vida al inesperado escenario que hoy presenciamos. ¿Por qué creer que mi futuro y el futuro de los más olvidados cambiará si aquellos que pueden hacerlo solo me inspiran frustración y desconfianza?, se preguntan aquellos en los que habita la peligrosa frustración. Es en esa combinación explosiva que la frustración se hace más honda. Es en ese contexto que Modavef vuelve a cobrar vida y justamente por ello es en ese terreno, en el de la frustración, en el que, como sociedad, debemos combatir y derrotar a Sendero-Movadef. Políticos, empresarios, intelectuales, trabajadores que tenemos una oportunidad en la vida para salir adelante individualmente, aprendamos esta vez la lección, gritemos una vez más con firmeza que no les tenemos miedo, tomemos con sentido histórico la oportunidad y unámonos en esta, la gran y definitiva batalla colectiva: derrotemos la frustración de una vez y para siempre construyendo juntos un país para todos, nos toque lo que nos toque hacer. Si lo logramos, una vez más la sociedad peruana, pacífica en su infinita mayoría, habrá vencido y quizá, con lección aprendida bajo el brazo, esta vez la victoria sea para siempre.
Una de las grandes virtudes de las sociedades desarrolladas es su capacidad, a lo largo de la historia, para afrontar, sin temor ni vergüenza, los desafíos que la vida va colocándoles en el camino poniéndose de acuerdo en cómo enfrentarlos, resolviéndolos y, a partir de ahí, seguir para adelante. Son sociedades que están constantemente reinventándose, empujando sus talentos siempre hacia el límite, construyendo acción y conciencia cívica día tras día, avanzando y avanzando sin cesar.
Querido 2015, cada año que termina, quienes creemos en Dios solemos pedirle que el año que viene traiga salud y alegrías a las vidas de quienes más queremos y también, por supuesto, le pedimos por nuestro Perú, aun sabiendo que esto es, en realidad, demasiado pedir. Porque, si hubo un lugar al que Dios eligió para darle privilegio en riquezas y abundancia, ese fue el Perú. Así es, querido 2015. Cómo pedirle a Dios por nuestro país si Dios ya le dio todo lo que un país necesita para ser un hermoso lugar para vivir. Llenó sus montañas de oro y plata, escondió bajo sus selvas enormes pozos de gas y, sobre ellas, exuberante belleza y abundancia. Dibujó ríos que atraviesan sus cordilleras cargados de energía y bajan exaltados a convertir sus desiertos en fértiles valles. Le dio un mar de riquezas incalculables con todas las especies imaginables y, no contento con ello, le dio la biodiversidad más grande de todas al colocar 85 de los 110 climas que hay en el mundo, de manera que en un solo territorio uno pueda encontrar todos los tesoros del orbe entero. Pero no fue suficiente. Durante miles de años forjó mujeres y hombres transformados en culturas que supieron aprovechar lo recogido con sabiduría y luego hizo venir a todas las razas del mundo para que se abracen con quienes habitaban esta tierra, lo que dio vida a una hermosa y envidiable diversidad cultural, única en el mundo. No. ¿Cómo podríamos pedir más para el Perú si al Perú ya se le dio todo? ¿Cómo pedir más si, a pesar de todo lo que se nos dio, quienes lo habitamos hoy no solo no hemos sabido aprovechar ni darles el destino necesario a todos esos recursos de manera que les alegren la vida a todos los que habitan nuestro Perú sin distinción, sino que, por el contrario, últimamente nos dedicamos a pelear, enfrentarnos y dividirnos, dejando que el tiempo pase inmisericorde, mientras, frente a nosotros, miles de compatriotas, con todo derecho, se desesperan y reclaman lo más elemental que un ser humano puede reclamar: una oportunidad para salir adelante? Por ello, querido 2015, creo que en este año lo primero que debemos hacer es aceptar que ni es Dios ni es esta tierra la que nos ha fallado, sino que hemos sido nosotros los que hemos fallado y es justamente por eso que esta vez, en este año que nos ofreces, no pediremos por el Perú, sino por nosotros, los peruanos, para que se nos ilumine y empecemos de una vez por todas a hacer todo aquello que debimos hacer hace tiempo para que esta tierra rica llamada Perú sea el más envidiado lugar para vivir de la tierra. Pediremos por quienes sí tuvimos una oportunidad en la vida de hacer nuestros sueños realidad, para que pongamos todo nuestro esfuerzo para ser ciudadanos ejemplares que aprendimos a vivir respetando la ley y respetándonos unos a otros: empresarios, intelectuales y profesionales que aspiremos a ser reconocidos no solo por lo que logramos, sino, sobre todo, por lo que construimos y compartimos a nuestro alrededor; padres que, con nuestro trabajo honrado y digno, y con el amor que prodigamos, damos el ejemplo diario a nuestros hijos; hijos que nos preparamos con ambición e idealismo para llevar nuestros sueños a lo más alto. Y, por supuesto, también pediremos por nuestras autoridades: alcaldes, jueces, congresistas, ministros, presidentes regionales, para que sepan darse cuenta de que tenemos una oportunidad única para aprovechar lo que se nos ha dado. Que hoy los peruanos finalmente sabemos que el mundo está allí esperándonos, que no solo no tenemos dudas de nuestra identidad, sino que nos sentimos orgullosos de ella, que es aquí y ahora que los peruanos queremos salir adelante por nuestro propio esfuerzo y hacerlo en nuestro país, sin tener que huir de él. Que por todo ello no solo hemos depositado nuestra confianza y nuestros impuestos en sus manos para que nos solucionen problemas básicos, sino para que se animen con valor y convicción de una vez por todas a hacer grandes cosas por el Perú. Que no tengan miedo de dar un paso atrás para poder unirse en torno a grandes objetivos comunes, dejando de lado al menos por un tiempo, por este tiempo, apetitos, revanchas, heridas y obsecuencias que para nada corresponden con lo que su pueblo espera de ellos, que no es más que un actuar honorable, visionario, idealista y pragmático que les permita poder lograr lo que hoy no parece alcanzable. Pero no. Sí que lo es. No solo porque se nos ha dado todo, sino porque, a lo largo de nuestra historia, hemos demostrado que como civilización hemos podido asombrar al mundo. Hoy les pedimos que aspiren a lo que parece imposible. No queremos una buena educación para nuestros hijos; queremos la mejor educación del mundo para ellos. No queremos un buen servicio de salud, una justicia bien administrada, un buen transporte público, buenas carreteras y buena seguridad ciudadana. No. Queremos la justicia más admirada, el transporte público más envidiado, las carreteras más imitadas, la seguridad ciudadana más reconocida. Y lo queremos porque sabemos que sí podemos. Ciudadanos y autoridades unidos este año que pudiera ser un año electoral lleno de pugnas para convertirte, querido 2015, en un año de progreso en el que todos juntos vamos construyendo ese gran sueño que está allí esperando hace tiempo, el de la grandeza del Perú.
Hace unos días, en una entrevista en el diario La Vanguardia de Barcelona reafirmé mi negativa a tentar la presidencia del Perú al responder que, solo si un Gadafi amenazara nuestra democracia y si el país lo demandara, lo consideraría. Como no hay Gadafis que la amenacen, mi respuesta era una vez más ‘no’. Algunos la entendieron. Otros, como ya es habitual, la utilizaron según sus intenciones. En todo caso, reitero lo dicho mil veces. El ‘outsider’ no seré yo. Y no lo seré por los mismos motivos expresados siempre. Porque, en lo personal, no tengo ni la preparación ni los cuadros ni la ambición de serlo. Y, lo que es más importante, porque los peruanos merecemos instituciones ejemplares lideradas por políticos a los que admiremos por su honradez, compromiso, talento y visión. Políticos, no cocineros.
Un año más se nos va. Un año 2014 difícil, en el que habríamos podido hacer mucho más como país para alcanzar nuestros objetivos de crear riqueza y oportunidades para todos si es que cada uno en su trinchera –políticos, trabajadores, intelectuales, empresarios– nos hubiéramos mantenido enfocados en dicho objetivo en vez de distraernos en batallas efímeras que solo nos llenaron de dudas y desconfianzas que, al final, terminaron pasándonos la factura.
Hace unos meses, tuve la oportunidad de asistir invitado al World Economic Forum en Davos, Suiza, para dar un par de conferencias acerca de cómo una actividad económica como la cocina podía convertirse en una actividad de efectos muy positivos en diferentes campos. Di mis conferencias y en 24 horas estaba de retorno a Lima, solo que esta vez la sensación del deber cumplido –que normalmente siento en los viajes relámpago en los que represento al Perú– me había abandonado.
Hace unos días, abrió en París el restaurante 1K, en uno de los hoteles más modernos de París; es un restaurante peruano cuyos chef y propietarios son parisinos. Días antes abría, en la misma ciudad, Uma, un restaurante nikkéi con dos semanas de lista de espera para conseguir una mesa. Su chef y propietarios son parisinos también, al igual que las propietarias del exitoso restaurante La Cebichería (París), que hoy se muda a un local más amplio porque el actual quedó chico. Tres restaurantes que son la consecuencia de una cocina peruana que, finalmente, se instaló en el corazón de una ciudad tan orgullosa de su cocina como París.
Es más que probable que la reflexión que compartiré hoy desatará la ira de algunos especialistas en la materia. Es más que fijo que seré acusado por algunos de ignorante en lo que es economía y por otros de irresponsable al proponer ideas que, según ellos, podrían causar catástrofes económicas irreversibles. Por ello, antes de que esto suceda, permítanme poner un pequeño parche. No soy economista ni soy especialista en política pública ni tributaria. Tampoco, para estos comentarios, he acudido a la voz de algún especialista que me haya convencido de alguna de sus ideas al respecto. Estas ideas parten de mi experiencia como cocinero y empresario, y de una interpretación de la realidad que vivo y viven cada día miles de comerciantes y empresarios jóvenes y no tan jóvenes, chicos y no tan chicos, que batallan día a día por sacar adelante sus empresas y comercios intentando hacerlo bajo los nuevos principios que hoy se esparcen de generar valor compartido, de crecer individualmente mientras compartes tu éxito colectivamente. Vayamos de una vez al tema.
Hace unos días tuve la suerte de participar en el primer encuentro Kunan: Jóvenes Peruanos Fundadores de Empresas, cuyo objetivo es principalmente generar un altísimo impacto positivo en su entorno, sea social, económico, cultural o ambiental.
La cocina peruana vive hoy uno de esos momentos en los que, de pronto, parece que todo se ha dicho y hecho. Es alabada en todo el mundo, sus cocineros reciben premios internacionales, atrae muchos turistas al Perú, sus productos agrícolas cada vez tienen más valor y mercados, y, en todos los segmentos culinarios que esta ofrece, cocineros y empresarios montan negocios gastronómicos exitosos dentro y fuera del Perú. Sin duda, una fotografía del momento que podríamos definir como el hermoso final de una larga batalla. Sin embargo, la realidad es otra. Lo sucedido hasta hoy es solo eso: la fotografía de una realidad que responde a un presente y punto. Lo que hoy vivimos no es bajo ninguna circunstancia un escenario definitivo del cual podremos disfrutar por siempre. Es quizá el fin de una etapa que alcanza algunos objetivos propios de su tiempo, pero que da inicio a otra con objetivos distintos a asumir y encarar en los próximos tiempos, si es que queremos continuar con esta hermosa historia y sus hermosos sueños haciéndose realidad.
En los últimos años, una de mis tareas más importantes es la de recibir en el Perú a cientos de periodistas que llegan atraídos por esa cocina peruana de la cual todo el mundo habla. En ese mismo sentido, durante todo el año, viajo por el mundo dando conferencias y haciendo eventos para la prensa mundial, en los que intento contar historias de nuestra cocina que los anime a venir al Perú. En ambos casos, el objetivo es claro: promover, a través de nuestra cocina, una nueva imagen del Perú, sus productos, su cultura, su gente, sus destinos turísticos. Según sea el estilo o los temas que más les interesan, las preguntas que nos suele hacer la prensa son tan variadas como las historias que nuestra cocina les ofrece. Sin embargo, siempre, en todos los casos, surge una pregunta que todos llevan en su agenda. ¿Por qué? Cómo y por qué en tan corto tiempo la cocina peruana ha logrado darse a conocer en todo el mundo. Países de gran prestigio internacional han destinado presupuestos millonarios para popularizar su cocina y no lo han logrado, y, sin embargo, el Perú casi sin presupuesto y con una marca país en construcción lo logró en menos de diez años. ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué sucedió? Nos preguntan siempre. La respuesta en todos los casos es siempre la misma. Sucedió por cinco motivos.
Manolo Barrios,Músico Autor: Gonzalo Pajares. gpajares@peru21.com