Una vez más estoy aquí frente al mar, tu mar, sentado sobre una roca que no parece tuya, haciéndome la misma pregunta que me hago cada otoño, cuando la niebla sacude mi alma. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué justo ahora, cuando más te necesito?
> Y es que las cosas no andan bien por aquí, querida Costa Verde. No son tiempos de compasión, ni respeto, ni de bien. Hacia el sur y hacia el norte, donde antes volaban tus gaviotas, hoy solo corren vientos de poca vergüenza y falsa modestia que embisten sin piedad aquella voz que siempre nos hizo distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Sí. Sé lo que estarás pensando ahora al leer esto, querida Costa Verde. ¿Cómo reclamar tu partida si, durante todos estos años, solo te hemos agredido sin cesar?
> Te hemos hecho beber día tras día nuestros desagües y hemos arrojado sobre ti todo aquello que jamás arrojaríamos sobre nuestro cuerpo: basura, excrementos, residuos químicos, metálicos y plásticos. Incluso, unos años atrás, con la arrogancia vestida de progreso, cercenamos uno de tus más preciados acantilados y, con ello, destruimos para siempre la playa de tus amores. Aquella que escondías como un tesoro al final de tu bahía: La Herradura. ¿La recuerdas?
> ¿Cómo olvidar sus enormes campanas jugando a romper nuestras pitty tablas, las carpitas a rayas donde nos cambiábamos llenos de pudor, el barquillero y sus barquillos color de rosa, el tic tac de la hora Inca Kola anunciando un final que, si había suerte, se cerraba con un inmenso panqueque con manzana en el Suizo? Es la verdad, Costa Verde de mi alma. ¿Cómo reprocharte algo a ti, que nos diste todo mientras nosotros, durante décadas, lo único que hicimos fue darte la espalda?
> Cierto que, durante siglos, corrieron tiempos de paz y que, incluso, algunos fueron más o menos recientes. Como aquellos años en que la ciudad decidió avanzar de Barranco a Chorrillos haciéndolo con cuidado y respeto, y tú a cambio, generosa como siempre, no solo ordenaste a tus aguas dar un paso atrás, sino que, además, convertiste sus rocas en playas de hermosa arena a las que juntos, la ciudad y tú, les pusieron nombre: Barranquito por ser la favorita del barranquino, Los Pavos en homenaje al fondista finlandés Paavo Nurmi, Las Sombrillas, Los Yuyos y otras más que conducían hacia tu último refugio: la caleta de Chorrillos, la misma en la que hoy el pescador chorrillano intenta no abandonar ni tus aguas, ni su oficio, ni la memoria de José Olaya, aun sabiendo que tu mar ya no es mar de cangrejos ni corvinas ni del travieso muimuy que jugaba a las escondidas en la arena mojada. Esa es la verdad, querida Costa Verde. Por ello, si no te lo dije antes, te lo digo ahora: gracias. Gracias por esas hermosas playas de arena y paz en las que muchos pasamos los momentos más inolvidables de nuestra infancia, descubrimos la electricidad del primer amor, calentamos nuestras noches de invierno con anticuchos y picarones, y nos levantamos al alba, para, revolcón tras revolcón, descubrir que no habíamos nacido para ser surfistas. Y te pido también perdón. Perdón porque algunas de estas playas en las que fuimos tan felices, hoy, por nuestras acciones u omisiones, ya no están con nosotros.
> No sé qué pudo haber pasado ni cómo pudimos llegar a esto, Costa Verde de mis recuerdos, pero lo cierto es que hace mucho tiempo que dejamos de soñar juntos mirando cómo el cielo se iba poniendo de colores.
> Porque soñábamos juntos, ¿lo recuerdas? ¿Cómo serás, Costa Verde, en el futuro?, te preguntaba en silencio. ¿Tendrás un malecón que podremos recorrer plácidamente hasta La Punta, por el que podremos caminar, trotar, pasear en bicicleta o simplemente sentarnos en quioscos sencillos que se mimetizan con el entorno para tomar una cerveza y ver caer el sol? ¿Y cómo serán tus aguas? ¿Estarán llenas de vida nuevamente? ¿Se volverán a poblar de especies que devolverán la sonrisa a nuestros pescadores? Y los limeños, finalmente, dejarán de darte la espalda y te mirarán de frente usando tu mar con respeto, armonía y agradecimiento para todo lo que tú siempre quisiste darles: el surf y otros deportes acuáticos, la pesca deportiva, el paseo turístico, los días en familia? ¿Y tus acantilados? ¿Se hará, al fin, un estudio serio y definitivo que nos permitirá saber cuáles deben ser definidos como intocables y, si es que hay algunos a los que, por el peligro de sus rocas que caen, se les da la oportunidad de tener otro tipo de uso? ¿Habrá escaleras, puentes y caminos que conecten a los limeños con tus acantilados, tu malecón, tus playas y tu mar convirtiéndote finalmente en eso que siempre soñaste ser y que nosotros nos empeñamos en destruir? ¿En ese espacio público hermoso que reciba a todos por igual sin importar condición, en donde el limeño se encuentre para celebrar fraternamente el ocio, la cultura, el deporte, la naturaleza, la vida?
> Lo sé, querida Costa Verde. No solo nada de ello ha ocurrido; en realidad, nada ha cambiado. Todo sigue igual o peor, como aquel día en que, agotada y sin más fuerzas, me dijiste que no podías más y que era tiempo de partir. Por ello sé que todo lo que lees en esta carta que hoy te escribo no será suficiente para convencerte de volver. Sé que ya no crees en nosotros, y lo entiendo y acepto. Solo quiero que sepas que no te escribo por mí ni por nadie de los que hemos causado esta historia, sino por los que vendrán. Lo hago por nuestros jóvenes y nuestros niños que hoy nos señalan con vergüenza y frustración al no poder comprender cómo hemos podido hacerte tanto daño a pesar de que nos diste tanto. Te pido que creas en ellos, no en nosotros, porque son ellos los que pelearán por ti y los que te darán la confianza para volver y hacer realidad todo aquello que alguna vez soñaste. No creas en nosotros, querida Costa Verde. Cuando abras esta botella que hoy arrojo al mar, porque sé que te llegará y la abrirás, no pienses en nadie de los que te hicimos partir. Solo cierra los ojos, suspira y piensa en los que hoy quieren que vuelvas. Y vuelve, querida Costa Verde. Vuelve que ellos, a diferencia de nosotros, no te fallarán.
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