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Opinión

La cocina peruana vive hoy uno de esos momentos en los que, de pronto, parece que todo se ha dicho y hecho. Es alabada en todo el mundo, sus cocineros reciben premios internacionales, atrae muchos turistas al Perú, sus productos agrícolas cada vez tienen más valor y mercados, y, en todos los segmentos culinarios que esta ofrece, cocineros y empresarios montan negocios gastronómicos exitosos dentro y fuera del Perú. Sin duda, una fotografía del momento que podríamos definir como el hermoso final de una larga batalla. Sin embargo, la realidad es otra. Lo sucedido hasta hoy es solo eso: la fotografía de una realidad que responde a un presente y punto. Lo que hoy vivimos no es bajo ninguna circunstancia un escenario definitivo del cual podremos disfrutar por siempre. Es quizá el fin de una etapa que alcanza algunos objetivos propios de su tiempo, pero que da inicio a otra con objetivos distintos a asumir y encarar en los próximos tiempos, si es que queremos continuar con esta hermosa historia y sus hermosos sueños haciéndose realidad.

Para ello, para enfrentar el futuro, podríamos elaborar una larga lista de objetivos, podemos estudiar caminos o definir nuevos principios, valores y retos comunes, pero en realidad, si queremos que esto no sea solo una fotografía del momento, sino un largo camino en ascenso, lo que más importa es cultivar en cada uno de nosotros una especie de radar infalible que sea capaz de detectar a cada instante a uno de nuestros más discretos, escurridizos y más destructivos enemigos: la complacencia.

Y es que la complacencia, no solo en la cocina, sino en cualquier actividad, suele aparecer justo en el momento en que todo parece definitivo, justo cuando sentimos que llega el reconocimiento esperado, el aplauso general, la victoria. Es allí cuando de pronto aparece esa voz que te dice que ya lo has hecho todo, que ya no hay nada que mejorar, que los que te critican son unos tontos que no saben nada, o que son unos envidiosos que solo quieren destruir lo que con justicia y talento has logrado.

Al igual que los falsos amigos y aduladores que aparecen en la victoria y te desprecian en la derrota, la complacencia te canta al oído dulcemente, te acaricia suavemente, te abriga y protege de todo aquello que pretenda arrebatar tu gloria, mientras te esconde todo lo que realmente sucede a tu alrededor: consumidores volubles sedientos de ideas nuevas todo el tiempo, a los que hay que sorprender frecuentemente; retos postergados que se vuelven urgentes no solo para tu crecimiento, sino para tu supervivencia; otros haciendo lo mismo que tú sedientos por aprender, crecer, alcanzarte y preparándose y haciendo todo lo necesario para ello; y, claro, el tiempo y sus circunstancias que no saben ni mirar atrás ni detenerse, solo avanzar y hacer avanzar solo a aquellos que sepan ir al ritmo de su inexorable movimiento.

La clave, entonces, es mantener a raya el peligroso sentimiento de complacencia. Si logramos encerrarlo para siempre en los oscuros calabozos de nuestra alma, entonces sí que será posible lograr mucho más que lo ya alcanzado.

Por ejemplo, podremos aprender cada día algo nuevo de todo lo que este mundo conectado y lleno de información nos ofrece. Podremos mejorar lo ya hecho bajo la convicción de que todo puede ser mejorable. Podremos recuperar al niño que llevamos dentro, que disfrutaba cada juego y cada día como si fuera el último explorándolo todo con inocencia y pureza. Podremos curar heridas del pasado, esas que nos detienen y nublan para enfrentar mejor el futuro. Podremos hacer despertar nuestra curiosidad, valor indispensable para crear y avanzar, dormido entre tanta miel que empalaga y hace pequeño nuestro horizonte. Podremos descubrir que la crítica es una oportunidad para mejorar, reflexionar y crecer, y que el insulto es también una oportunidad para descubrir que detrás de él a veces se esconde, en realidad, un reclamo desesperado de cariño y atención de quien se siente olvidado.

Pero lo más importante es que, si mantenemos lejos a la complacencia, podremos construir un ecosistema de trabajo y de vida ideal que nos permitirá crecer como personas que prefieren abrazar el amor, la generosidad y el agradecimiento antes que la envidia, la avaricia o el resentimiento; como trabajadores que encuentran su energía en la pasión y la perseverancia antes que en el conformismo o la confrontación; como ciudadanos que defienden con pasión la libertad, la solidaridad y el respeto antes que la violencia o la indiferencia. Complacencia, aléjate de mí para vencer esos miedos y demonios que muchas veces en la victoria nos vuelven pequeños, vulnerables y temerosos, y nos llena de sentimientos contrarios a aquellos atributos que nos permitieron alcanzar nuestro sueño: la pasión, el valor, el sacrificio, el agradecimiento, la memoria, la libertad.

Hoy la cocina enfrenta un nuevo desafío, derrotar la complacencia, aunque en realidad no sea ni nuevo ni exclusivo de ella. Porque la complacencia es y será, en realidad, enemiga común a todos los tiempos, todos los hombres, todas las acciones.


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