Tengo un sueño. Un pequeño gran sueño. Íntimo, personal, tal vez frívolo. No es el gran sueño del Perú con oportunidades para todos por igual. Del Perú que finalmente desterró la corrupción para siempre. Del Perú visto por el mundo como un paraíso que todos quieren visitar. Del Perú en el que nuestros niños reciben la mejor educación pública posible, en el que nuestros jóvenes sueñan en grande porque saben y sienten que pueden hacer grandes cosas en su tierra, en el que nuestras familias salen a las calles sintiéndose seguras y protegidas, y en el que nuestros padres y ancianos puedan llegar al fin de sus días sintiendo que ser peruano valió la pena. No, no es el sueño inmenso del Perú para todos y admirado por todos. Ese es un sueño que vivimos, soñamos y perseguimos día tras día, con nuestras palabras y nuestras acciones, millones de peruanos. La mayoría lo hace anónimamente, algunos intentando arengar al resto desde sus trincheras con su ejemplo de vida. Unos con más recursos que otros, algunos con más tiempo y devoción que otros, pero, al final, ese es el sueño que tenemos y compartimos la inmensa mayoría de peruanos que nos levantamos cada mañana a trabajar por nuestros sueños y los de nuestra patria.
Mi pequeño gran sueño es algo más banal, quizá egoísta y, sobre todo, poco importante o insignificante para el resto. No es un sueño distinto al que tuve cuando era adolescente. En realidad, se trata de regresar a él. Es el sueño de poder algún día tener ese pequeño restaurante de cinco mesas que imaginaba cuando descubrí que había nacido para ser cocinero. El poder ir temprano al mercado, escoger los mejores ingredientes que ofrece la temporada, poder conversar y bromear con los caseros, tener el tiempo para tomarme un juguito sentado en una banca del puesto favorito mientras veo la gente pasar.
Poder llegar a mi pequeña cocina, de dos hornillas, un horno de leña donde hacemos el pan y un batán, y empezar a diseñar lo que será el menú del día. Escribir la pizarra donde anunciaremos los platos del día, porque, claro, en un restaurante así no puede haber una carta. El menú lo decide el mercado, el humor, la vida. Empezar a sentir los olores del guiso, del aderezo, del rostizado. Saludar a los clientes, que, más que clientes, son personajes con nombre y apellido que, al entrar, quedan desnudos de cargos o fortunas para convertirse todos en comensales de una misma cocina y un mismo sentimiento. Poder ver sus caras de felicidad o de sorpresa y, por qué no, de rechazo. Poder dejar que la tarde caiga sin prisas, generosa, apacible, deliciosamente simple y común. Disfrutar de un chilcano al final del día como premio a lo vivido o, en realidad, como agradecimiento a la vida que nos tocó vivir.
De momento, mi pequeño gran sueño es un sueño lejano. Aún hay mucho por hacer, mucho por crear, mucho más por explorar, por arriesgar o por aventurarse. Y es que hacer empresa entendiéndola como una oportunidad para crear riqueza y oportunidades, para abrir caminos, para compartir y generar bienestar a lo que te rodea, para contribuir con tus acciones a que ese sueño colectivo que compartimos los peruanos se vaya haciendo cada vez más cercano y posible, es una tarea ardua que demanda paciencia y perseverancia. Tarea ardua que, en todo caso, se ve ampliamente recompensada por el honor de poder vivir una vida entregada a hacer lo que uno pueda hacer de forma digna y decente, por sacar adelante los sueños de su familia y de su patria.
Hay tanto, pero tanto por hacer aún que a veces mi pequeño gran sueño parece alejarse. Pero no. El cocinero es, por naturaleza, optimista. Tiene que serlo para evitar que su cocina caiga en la mayor de sus desgracias: la desazón. Por ello, a pesar de las señales equívocas de su entorno, el optimismo siempre regresa y, como cada día, con más fuerzas que ayer, la tarea se renueva, el compromiso se agita, y una vez más va para adelante, aprendiendo, compartiendo, avanzando, con la ilusión de que, a cada paso, cada día, el premio del pequeño gran sueño estará más cerca en la medida en que todos con nuestras acciones vayamos construyendo ese gran sueño de todos, el Perú.
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