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Agobiado por las protestas y sus metidas de pata

Su afán por la reelección conyugal, las malas decisiones y la falta de convicción política para enfrentar la inseguridad ciudadana y otras demandas ciudadanas caracterizaron el segundo año de la gestión de Humala. El descontento popular se sintió en las calles. Sus hermanos y su padre tampoco dejaron de darle problemas.

¿Por qué a mí? Humala prefirió culpar a la prensa de sus problemas. (Rafael Cornejo)
¿Por qué a mí? Humala prefirió culpar a la prensa de sus problemas. (Rafael Cornejo)

No fueron tiempos fáciles para Ollanta Humala. El jefe de Estado terminó su segundo año con el nivel más bajo de popularidad y golpeado por sus propios errores políticos, su terquedad y su falta de visión. Todo por no haber mirado más allá de la ahora negada candidatura presidencial de su esposa, Nadine Heredia (ver página 8).

El mandatario enfrentó violentas protestas y movilizaciones sociales, sindicales y políticas por haber desatendido las demandas de fondo en seguridad ciudadana, educación y salud, así como por no haber sabido explicar los alcances de una de las pocas reformas que impulsó: la Ley del Servicio Civil.

La suerte en el manejo de la economía, que se mantuvo en piloto automático desde que entró al gobierno, comenzó también a ser esquiva para él: se registró una desaceleración en los índices macroeconómicos y un deterioro en la confianza del consumidor y de los empresarios.

El miedo del retorno al estatismo revivió en abril por el interés del Gobierno de comprar los activos de Repsol. Esta transacción no prosperó gracias a la presión de diversos sectores. Además, las luces de alarma se prendieron por la relación de Humala con el fallecido Hugo Chávez, a quien visitó en Cuba poco antes de su muerte. En su calidad de presidente de Unasur, avaló la cuestionada elección de Nicolás Maduro en Venezuela.

Otros temores, esta vez vinculados al uso de los sistemas de Inteligencia para hacer reglaje a civiles, volvieron cuando el exministro del Interior Fernando Rospigliosi denunció, en Perú21, que políticos y periodistas incómodos para el Gobierno eran blanco de seguimiento. A pesar de que los agentes fueron descubiertos con las manos en la masa, las autoridades lo negaron todo.

EL HAMPA Y LOS HUMALA
Humala tuvo varios flancos débiles, pero el que más resintió a la población fue la imparable ola de delincuencia, cuyo mayor pico se registró en febrero de este año con el asalto a la Notaría Paino y el asesinato del fotógrafo Luis Choy. Desde ese momento, casi todas las semanas se reportaron robos y crímenes a cargo de los ‘marcas’ y sicarios. Nadie se siente seguro en las calles.

La respuesta del Gobierno fue pura pirotecnia, como la creación del grupo ‘Génesis’, que no dio ningún resultado. Incluso, el ministro del Interior, Wilfredo Pedraza, dijo tercamente, y repetidas veces, que el tema de la inseguridad era solo una “percepción”.

Otro factor negativo para la gestión del presidente fue, por segundo año, su familia. Su hermano mayor, Antauro, continuó dándole problemas, pese a que no salió de prisión al no prosperar, en el Tribunal Constitucional, su recurso de hábeas corpus. El más reciente escándalo del cabecilla etnocacerista –revelado el miércoles por *Perú21*– fue presionar a la alcaldesa de Tocache, Corina de la Cruz, para que les otorgara a sus amigos una obra por más de S/.40 millones. Todo con la complicidad del INPE.

Su hermano menor, Alexis, no se quedó atrás. En agosto del 2012 se supo que su empresa Krasny contrataba con el Estado a pesar de que está prohibido. Este caso solo era uno de los aprovechamientos del ‘hermanísimo’ del poder. En julio de 2011, antes de que Ollanta asumiera el poder, envió al Gobierno ruso una carta como “enviado del presidente” y ofreciendo una serie de negocios en el Perú. Su padre, don Isaac, tampoco lo dejó tranquilo, pues lo criticó día y noche, y a su nuera, Nadine, le dijo que estaba “borrachita de poder”.

OTROS PROBLEMAS
También le generó fuertes dolores de cabeza su propio equipo: comenzando por el premier Juan Jiménez y pasando por los ministros del Interior, Wilfredo Pedraza; de Defensa, Pedro Cateriano; de Educación, Patricia Salas, y de la Producción, Gladys Triveño, así como el excanciller Rafael Roncagliolo. Al final, y dándole la espalda a la población, Humala hizo tres cambios, pero ratificó al jefe del gabinete y a los ministros cuestionados.

El campo diplomático tampoco estuvo libre de escollos. Uno de los impasses fue generado por el entonces representante ecuatoriano en Lima, Rodrigo Riofrío, quien golpeó a una mujer en un supermercado. El incidente terminó con el retiro de los embajadores en Lima y en Quito.

En el plano interno, el narcoterrorismo aprovechó la deficiente estrategia del Gobierno para seguir perpetrando sus atentados en el VRAEM.

El fiasco de la repartija de cargos para el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y el BCR estalló en el Congreso, pero hay coincidencia en que se gestó en Palacio de Gobierno pues era obvio que Humala sabía del funesto acuerdo que puso como candidatos a personas cuestionables. Al presidente aún le quedan tres años en el poder, pero muchos más problemas por resolver. ¿Aprenderá?


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