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Opinión

Carlos Meléndez,Persiana Americana
El sábado pasado, en El Comercio, señalé que el fujimorismo –como el nacionalismo– surgió desde los márgenes del sistema, que suma lealtades estables inexistentes en otras fuerzas (pocas en el Apra) y que es el proyecto más enraizado socialmente (lo que duele a la izquierda). Raúl Wiener interpreta de mis argumentos que “Fujimori estaría encarnando algo así como un liberalismo popular, es decir, el mismo programa que el escritor (Vargas Llosa), pero con una implantación entre los pobres”.

Parece que en el diccionario de Wiener, “enraizado” significa “popular entre los pobres”, y que, en términos ideológicos, Fujimori es lo mismo que Vargas Llosa. Tal tergiversación es problema suyo y de sus lectores. No obstante, este gaffe del ‘radical libre’ me permite caracterizar el apoyo social al fujimorismo.

En el sentido común, existe la idea de que el fujimorismo representó a los informales excluidos por los partidos tradicionales. Asimismo, dichos sectores apoyaron a Ollanta Humala en el 2011. Esto indica que el informal popular es más pragmático que ideológico, y que puede cambiar de preferencias políticas: de fujimorismo (en los noventa) a nacionalismo (en el 2011), de Villarán (2010) a Castañeda (2014). Siguiendo esta tendencia, es posible que el electorado retorne al fujimorismo en el 2016, pues no hay vinculación ideológica –liberal o socialista– posible.

El fujimorismo es una identidad pluriclasista –con mayor presencia en los NSE C y D comparativamente–, y entre las mujeres. Se mueve cómodamente en la derecha y tiene capacidad de ‘robar’ votos a la izquierda. Esto imposibilita su calificación estricta como liberalismo popular. Si Wiener duda, que pregunte a los ‘nacionalistas’ que movilizó hace unos años por quién votarán en el 2016.


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