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Opinión

Si usted interroga a dos políticos peruanos seleccionados al azar, lo más probable es que cada uno tenga una visión distinta de cuál es la modificación legal más urgente a realizar en materia electoral y política. ¿Escuchó al presidente dando la largada al diálogo nacional? Su argumentación sobre la reforma política era digna del ‘Puma’ Carranza. La culpa no es suya, sin embargo. Cada político, analista, politólogo, constitucionalista tiene en mente una reforma distinta. Hacer una síntesis evidencia que, pese a que será materia de debate en el Pleno, no existe norte para tomar un camino.

Las autoridades electorales han avanzado una “propuesta mínima”, consensuada como “mal menor” por un sector técnico y de la cooperación. Los partidos –paradójicamente– han sido los grandes ausentes de este proceso. Así, la discusión llega al Legislativo con poca legitimidad –técnica y política– en un contexto de enfrentamiento entre oficialismo y oposición, y samaqueado por las turbulencias de la coyuntura. Seguramente alguna combinación azarosa de propuestas legislativas será aprobada, pero carecerá de organicidad y coherencia. Es lamentable que la iniciativa que vea la luz sea el resultado de una carambola y no la expresión de un pacto político, de una visión institucional.

¿Se dan cuenta los promotores y congresistas de la naturaleza precaria e informal de la reforma que procuran? En el Perú, la construcción de instituciones se lleva con ligereza. Los planteamientos no pasan la prueba de la evidencia; en el mejor de los casos son adaptaciones alegres de modelos importados (propongo una “ventanilla única” para reformólogos que venden “best practices”). ¿Así se quiere resolver los males de la política peruana? Más seriedad, por favor.


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