Cómo evoluciona y sobrevive un proto-partido político en un ambiente tan agreste para la institucionalización como la política peruana? Una manera es construir una “marca partidaria”, es decir, un prestigio que sirva de atajo comunicativo para el electorado, de síntesis “ideológica”, de resumen de ideas-fuerza a representar.
Los líderes del Partido Nacionalista (PNP) están haciendo ese trabajo, conscientemente o no. Recordemos: el PNP surgió como un proyecto antiestablishment. Su sello original enfatiza el radicalismo –económico y político–, una oposición militante ante el status quo en aras de la “gran transformación”. El bagaje militar de su entonces primer candidato presidencial –Humala– despertaba los reflejos autoritarios de una sociedad frecuentemente gobernada por regímenes no democráticos. Una vez en el poder, el nacionalismo mantuvo su prédica antisistema orientando la imagen del establishment hacia la “partidocracia”. Así, ha sido la fuerza que mejor ha capitalizado los ‘antis’ (antifujimorismo y antiaprismo).
La incorporación de Daniel Urresti consolida la “marca nacionalista”. Este otro militar retirado, de encendido verbo antiaprista y antifujimorista, al igual que Ollanta Humala, tiene la habilidad de moverse entre las aguas de la crítica al sistema (desde el poder). Por si fuera poco, el presidente y el ex ministro comparten la deshonrosa reputación de acusaciones de violación a los derechos humanos cuando dirigieron operaciones contraterroristas en zonas de emergencia. De hecho, el relativismo frente al respeto a la democracia bajo situaciones de presión se afirma como elemento central en la imagen pública del PNP. Si antes dio réditos electorales, ¿lo dará también en el 2016?
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