16.ABR Martes, 2024
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Opinión

Ha llegado la hora, luego del desagravio simbólico al canciller por parte del Congreso, de que éste renuncie por el bien del interés superior del Perú y de Torre Tagle.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

Esta semana, el Congreso respaldó al ministro del ramo, canciller Rafael Roncagliolo. Era lo que correspondía política y patrióticamente luego de que el Perú fuese desairado y ninguneado con impertinencia y deslealtad por los gobiernos de Ecuador y Venezuela, este último llevando la agresividad ad hominem contra nuestro canciller. Es obvio que la coyuntura imponía la afirmación de un respaldo en la medida en que el canciller y Torre Tagle nos representan a todos, sin excepción.

Esto no significa, sin embargo, reconocer sin ambages que nuestro país y nuestra política exterior subregional han enfrentado una seria crisis de manejo diplomático y credibilidad política que ha puesto al Perú en una situación gravemente comprometida con la debilidad, que es la peor pesadilla que pueden afrontar las relaciones exteriores de una nación. Así, débil y dubitativo, el Perú ha perdido el respeto de sus pares en el concierto latinoamericano. Esa es la conclusión evidente a la luz de dos embajadores peruanos defenestrados en menos de una semana por distintas razones en el marco de una situación internacional en la que nuestra nación ha tenido que bajar la cabeza para “recomponer” unas relaciones malogradas por cuenta ajena.

Y la cosa sigue sin solución. Mientras el premier demostraba una generosa lealtad con sus subordinados –virtud que siempre hay que rescatar, señor canciller– expresando públicamente que “el canciller es un ministro que realiza una labor extraordinaria”, éste anunciaba a su salida del Congreso que le acababa de dar su respaldo, que nuestro país estaba en consultas para convocar una reunión de la UNASUR a fin de seguir la situación venezolana. Naturalmente, dijo entonces el canciller, esto necesitaba de un consenso previo tanto para la reunión como para la agenda que el Perú estaba gestionando.

Así, para cualquiera que tiene un poco de cancha política, lo que se entendía era que el ministro ya tenía el consenso previo para la reunión y para la agenda de la UNASUR y que lo que estaba haciendo con su anuncio no era más que parte de una mise en scene para ganar puntos a favor de su credibilidad mellada y la del Perú, cuando tocara hacer el anuncio oficial. El Perú estaba, finalmente, recuperando el liderazgo subregional y el canciller poniéndose a la altura de tamaña empresa. Lamentablemente no fue así. Ni bien pasaron unas horas, el ministro se desmintió a sí mismo. A través de la agencia de noticias del Gobierno, el canciller negó que se estuviera realizando algún tipo de consultas para convocar a la UNASUR con miras a tratar la situación política venezolana. En buen romance, el Perú reiteraba su falta absoluta de credibilidad en política exterior y su –ese sí extraordinario– compromiso por la improvisación.

Por lo menos, al adelantarse al penoso hecho de desmentirse a sí mismo, el canciller evitó el bochorno para el Perú de que lo desmintiera el canciller uruguayo, que al día siguiente dijo que “no veía la necesidad de una nueva reunión de la UNASUR para debatir la situación venezolana, tal como proponía el Perú”. Mientras tanto, en Venezuela, el canciller Elías Jaua, convencido de que el Perú soporta todos los guantes que se le lancen sin el menor atisbo de dignidad, hizo un panegírico del exembajador peruano en Caracas, Luis Ray-gada, defenestrado por la Cancillería a solicitud del Congreso. Para Elías Jaua, Raygada fue “sacrificado por una conspiración de la ultraderecha peruana”. Así, no sólo se entrometía en nuestros asuntos internos, sino que se sentaba en nuestra Cancillería y Parlamento. ¿Respuesta? Ninguna, claro está.

Pues bien, ha llegado la hora, luego del desagravio simbólico al canciller Roncagliolo por parte del Congreso, de que éste renuncie por el bien del interés superior del Perú y de Torre Tagle. La cosa no da para más, señor canciller. La Haya no puede ser la coartada para que las cosas sigan como están. El puente de plata está puesto. A usted le toca cruzarlo.


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