En las películas de cowboys, los malos se apoderan del pueblo y liberan sus perversiones —matar y asaltar por diversión—. Luego nos enteramos de que este recurso acompaña la existencia de un negocio sucio. En el giro adicional, el verdadero jefe es alguien más malo y más ruin que actúa desde las sombras. El público acepta esta estructura y se deja llevar por la trama. Pero cuando esta misma dramaturgia se da en la realidad (el estalinismo, el castrismo, el chavismo), la gente la niega. Extraña psicología. Bueno, todo este entramado truculento, con delincuentes gobernando y el narcotráfico como negocio, sucede en Venezuela. Lo vengo denunciando desde hace muchos años en ensayos y artículos. Hoy es obvio; como obvio es (y no reconocido aún) que Castro es el jefe “desde las sombras”. Hugo Chávez preparó con calma este horror. Durante 17 años, jóvenes desadaptados fueron preparados, en Cuba, para la guerra asimétrica. Los vaciaron de remordimiento y de compasión. Formados como asesinos, al regresar, los empleó la Guardia Nacional y el ejército. Por esto, la tasa de deserción en la Guardia Nacional es tan baja y su maldad tan alta. El 2014, sofocaron las manifestaciones populares con el método castrista de generar terror con un tiro en la cara. Este 2017, hicieron lo mismo y causaron fríamente un asesinato al día. Para aumentar el temor en las redes, les abren el pecho con un disparo de gas o de pelota (metra), a quemarropa, y los arrollan con tanquetas. La gente siguió en las calles. Subieron a cinco los asesinatos diarios y la gente sigue en las calles. Es que los esbirros equivocaron el diagnóstico del pueblo venezolano de mamadores de gallo, bebedores y reinas de belleza. Les faltó el eje más importante, el del “bravo pueblo”.
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