22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Los norteamericanos han avanzado sostenidamente hacia la libertad. La libertad individual —de género, raza y religión— señalada por la Constitución también se expresa en las calles. Obviamente, frente al ideal abstracto, falta mucho.

Pero si lo comparamos con la realidad —un mejor parámetro que las ensoñaciones—, nunca en la historia humana hubo tal equidad de género, razas y religiones, como en los Estados Unidos de hoy, ni en el inclusivo califato de Córdoba del siglo X. En cuanto a la libertad económica, la actividad privada ha ido ocupando los espacios del Estado. El proteccionismo económico, las cuotas, la fijación de precios van siendo cosas del pasado y la infinidad de tratados de libre comercio evidencia esta tendencia. Claro, frente al ideal de los anarcocapitalistas falta mucho, pero frente a la realidad histórica el avance es único. El capitalismo es un sistema muy nuevo, con apenas un par de siglos de existencia. Es un cuerpo histórico en evolución.

Como los gringos son un pueblo económico, no han puesto durante su historia el mismo empeño en lo político y el proteccionismo acaba de nombrar presidente a un candidato que perdió la elección. Su arcaico sistema de electores protege a los “estados despoblados”, lo cual es contrario a la prédica del capitalismo: se favorece al grupo y no al individuo. Es como si el voto de indígenas o varones o andinos o lo que fuera, valiera más; desequilibrando el individualismo, la equidad y la libertad inherentes al sistema.

Los que argumentan que así fue fundado EE.UU., no consideran la evolución de un sistema hacia su excelencia. Gracias a este arcaísmo político, EE.UU. ha nombrado presidente a un potencial destructor de su capitalismo de vanguardia y no a un impulsor.


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