¿Por qué hay una menor crítica para los caudillos mesiánicos y una mayor crítica para los líderes democráticos? En los últimos cien años, salvo el repudio hacia los fascistas europeos, el público ha librado a los demás de esta tipología: Stalin, Mao, Fidel Castro, etc., o peor, los ha guarecido a pesar de sus crímenes exponenciales. En cambio, los políticos de la democracia reciben una pronta denostación general. Hay razones para vapulear a los demócratas pero no es equivalente a la suavidad e incluso amparo que se le ha dado al caudillo carismático.
Se denostó radicalmente al venezolano Carlos Andrés Pérez y al boliviano Sánchez de Losada mientras que sus sucesores Hugo Chávez y Evo Morales fueron recibidos con júbilo en todas partes. Evidenciada su inimaginable corrupción y su violación de leyes y derechos, no hay una condena proporcional. O Hillary Clinton, despreciada por borrar 30 mil e-mails que tuvieron cero consecuencias, mientras Trump, el empresario mesiánico, pasa solapa a pesar de sus probados delitos empresariales y sus opiniones contra minorías, mujeres y los grandes valores de la modernidad capitalista. ¿Por qué se juzga con diferente rasero a unos y a otros?
Tal vez porque el demócrata representa la realidad y el caudillo el ideal. En el líder democrático vemos sus rasas miserias humanas (que aborrecemos porque son nuestras) y en el caudillo mesiánico vemos nuestras ensoñaciones. En uno las limitaciones de la realidad, en el otro las posibilidades del sueño. Dejarnos seducir por los caudillos ha sido y es una de las más importantes razones para destruir las democracias y elevar las dictaduras que atrasan. O sea, somos también responsables de los peores acontecimientos que produce la historia.
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