Las convicciones democráticas se han vuelto ociosas, dispersas; en cambio sus agresores, el populismo y el yihadismo, tienen claridad y avanzan. Esta indefinición debilita el único sistema que otorga libertad individual y beneficios materiales al pueblo. Mientras el populismo engaña con el espejismo del paraíso terrenal, el liberalismo otorga poco a poco soluciones materiales, a pesar de la corrupción de élites, de políticos y del infantilismo de pueblos victimizados. Aún así, hoy el pueblo tiene mejores condiciones de vida que en toda la historia humana, y las hambrunas existentes están arrinconadas y son combatidas.
Pero en lugar de fortalecerlo, lo manipulamos. Votamos para desfalcar el erario público y, a nombre de la estabilidad, corruptos y terroristas están libres. El asistencialismo prolonga la pobreza, “en lugar de enseñar a pescar”. En Colombia, el referéndum por la paz puede perdonar a las criminales FARC; dicen que hay que conservar a cuarenta mil cubanos castristas que ocupan Venezuela; no reclamar los dineros robados por el pillaje populista; no ser implacables con el yihadismo y recibir migraciones masivas en Occidente, empujadas por dictadores feroces.
Si a nombre de la bondad o la paz, la Revolución Francesa hubiera mantenido la nobleza y el norte hubiera permitido la esclavitud en el sur, el liberalismo no existiría en el mundo.
El liberalismo reclama total rigor en sus principios: la ley, el pueblo ciudadano e individual, la honestidad, la separación de poderes y un etcétera también riguroso, sin vacilaciones. Pero tenemos que creer y difundir este sistema entero, con coraje y no a medias. Si no volverá el populismo con sus señores absolutos y el yihadismo será aceptado, con su loca violencia, porque “todos tienen derecho”.
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