La no violencia es la decisión tajante del pueblo, a pesar de infiltrados y provocadores.
La pregunta obligada es: ¿qué estrategia tiene Castro, el verdadero poder de esta dictadura?
Aparentemente dos. Una es la cubanización de Venezuela. Cerrarla al mundo —a partir de la expulsión de la OEA (idem a Cuba de 1962)— y que una oligarquía militar medre del país bucólico que quede luego de esta guerra de baja intensidad. China y Rusia, sus mandantes, propietarios de la deuda, del petróleo y del oro venezolano, lo aúpan.
La otra es convertirla en una guerra civil como la de Siria, con desplazamientos humanitarios que desestabilicen la región y hostiguen a los Estados Unidos. Pero una guerra civil necesita dos ejércitos y he ahí que el pacifismo venezolano se niega a ser bando beligerante, desalentando así el “asiriar” Venezuela: una certeza militar mayor.
Las marchas le producen “fricción” al enemigo. Al prolongarse, revelan las fisuras internas del régimen, como es el cansancio de la Guardia Nacional, la centena de oficiales rebeldes que están presos, el pronunciamiento de Yibram Saab, hijo del chavista Defensor del Pueblo, e incluso la sacada de antifaz de agentes internacionales que fingieron ser humanistas como Silvio Rodríguez, Pepe Mujica y, en no menor medida, el papa Francisco.
Si las marchas se detienen, se detiene la única arma del pueblo venezolano: la fricción. Y la canalla delincuencial del régimen hará pampa rasa de ese país hermano. Por tanto, las marchas deben volver a masificarse y alternarse para no cansarse, junto a una eficaz propaganda internacional (no publicidad).
Al régimen lo cohesiona el crimen. Si caen, serán cazados globalmente por la justicia. Para romper esta cohesión es preciso ofrecerle al ejército total inmunidad después de la caída.
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