En Washington, Trump anda creando cortinas de humo, con tuits y generando titulares desorientadores, para tapar su verdadera ofensiva de poder. En México, los charros han reaccionado muy a la latinoamericana, haciendo marchas de catarsis para aliviar el orgullo nacional herido, cosa que no interpela al agresor aunque le da a ciertos políticos locales la oportunidad de pescar en río revuelto. Obviamente, el presidente Peña Nieto espera subir su bajísima aprobación pública, pero el gran beneficiado del fenómeno Trump es López Obrador, abanderado del discurso antiimperialista y el único candidato que ya está en carrera para las elecciones de 2018.
López Obrador anduvo, mucho tiempo, rabioso porque decía que le escamotearon las elecciones anteriores. Movilizó enormes cantidades de dinero (seguramente de rifas y donaciones) para inducir, durante varios años, numerosos piquetes en plazas y avenidas. Ahora, además de encabezar las encuestas, la suerte lo ha favorecido dándole el monopolio del insulto a Trump que es el anhelo de todo mexicano, por lo que está cosechando una adicional simpatía mientras los demás candidatos andan poniéndose zancadillas, en nominaciones partidarias que despegarán tarde. Sin embargo, López parecer haber hecho un enroque muy madrugado hacia el centro, algo que Chávez, Morales y Correa también fingieron, pero a pocos meses de la elección. Usar una táctica de conclusión en el preludio, puede perjudicarle la administración de los dos largos años de campaña que todavía le quedan. La indignación mexicana contra el sistema está muy latente, por lo que abandonar la polarización tan temprano deja vacío un importante espacio electoral que otro candidato podrá ocupar.
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