El viejo político priista —reciclado en la izquierda populista (fascista) para fingir renovación— aprovecha el desconsuelo del mexicano promedio y el impopular gasolinazo reciente para lanzar su campaña polarizadora. Aunque una exposición larga es desaconsejada por el marketing, apeló a la propaganda leninista educativa para explayarse —con estadística manipulada— acerca de la maldad de los ricos y la angurria de los viejos políticos del sistema. Es parte del manual del radical mostrar estadísticas manoseadas para crear “convicciones científicas” y, por antagonismo, convertirse en redentor de los afectados.
Solo con un monumental respaldo económico (¿Odebrecht?, ¿PDVSA?) puede comenzar campaña dos años antes de los comicios. Su ruta es clara: polarizar la sociedad entre los malos (empresarios y políticos tradicionales), carentes de humanidad y sin virtudes morales, y el buen pueblo de México, con él como pastor. Deshumanizar al enemigo permite que nadie sienta remordimiento al destruirlo; por el contrario, induce a que este sea el camino de salvación.
López es audaz, mitómano y magnético, condiciones precisas para emprender una exitosa campaña fascista. Mitad de los mexicanos lo consideran del establishment y la otra mitad del antiestablishment; o sea, podrá capturar votos de ambos bloques sociales, ventaja que no tiene ningún otro candidato.
Con astucia, López Obrador, un nítido representante del PRI que Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”, aparece sembrado en la izquierda ondeando la bandera “ricos malos/políticos corruptos” que hizo ganar a Hugo Chávez, a Evo Morales, a Hitler y a Mussolini.
Claro que se le puede detener, más cuando se conoce este modus operandi. Depende de que alguien tenga el coraje de ponerle el cascabel al “facho”.
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