Se ha instalado la convicción de que los complots no existen. Para la alta política y la guerra, el complot es el ideal estrella. La corrupción circunstancial es un instrumento menor, aunque periodistas y público los vociferen con asombro. Los políticos (buenos y malos) complotan.
Cuando estalla la noticia de la inmensa corrupción de Odebrecht, hay un engolosinamiento con la acusación inquisitorial y se descuida deshilvanar el complot que está atrás. ¿Puede entrelazarse semejante corrupción sin un complot? Lula es lobbista de Odebrecht y también socio político de los Castro, en el Foro de San Pablo (1989). Lula era el rostro light de esa sociedad para el crimen, el socialdemócrata. Envió a su empleado, el asesor político Joao Santana, a “fabricar” 6 presidentes en el continente, todos afines al foro. Santana recibió de Odebrecht US$16.6 millones de pago por sus servicios. ¿No hay complot? Populistas-Castro-Odebrecht-Lula-plata, ¿no hay relación? Bueno. Luis Favre, otro funcionario de Lula y de Odebrecht, fue el asesor de campaña de Ollanta Humala, acusado de recibir fondos de Hugo Chávez… Toc-toc, ¿nada?
Hubo también business con los enemigos. El presidente panameño Martinelli —opositor de Chávez— recibió coimas de Odebrecht.
Las denuncias de Ode-brecht son la puerta de un universo mucho más putrefacto. Pero aterricemos: no es coincidencia que semejante corrupción se diera junto a la instalación del populismo. Hubo y hay complot. Eso falta develar en detalle.
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