Juan Claudio Lechín,Desde Nueva York
Analista político
Parece que lo único cierto en el futuro del Perú es la profundización de su crisis política. La paz y la auspiciosa economía, que sembró el denostado Fujimori para bien general, el retroceso de la pobreza y el país feliz parecen desvanecerse al galope. El desorden político vuelve a ganar protagonismo, atrás queda la ordenada economía. Recordemos que las crisis políticas son el escenario propicio para revoluciones como las funestas de Lenin/Stalin, Mussolini, Hitler, Mao, Castro, Chávez, Evo Morales et alter.
Llegó Humala y, a partir de Conga, la agenda del Perú pasó de lo económico a lo político. Izquierdistas que estaban mudos por el avasallante bienestar material reaparecieron de las sombras y hoy son estrellas radiantes. La sociedad peruana aún no tiene claro qué le partió el espinazo a su impecable y positivo y espléndido decurso de casi veinte años. Claro, es más cómodo pensar que se debe a la estupidez del gobierno, pero es una estupidez tan efectiva, tan serena y paulatina que favorece, con precisión de microcirugía, a aquellos que buscan cambiar radicalmente el modelo económico. Apenas llegó Humala con sus declaraciones desacertadas, sin embargo, acertó en cambiar el alto mando, copar con comunistas el servicio exterior, firmar inmediatamente y poner en funcionamiento la cooperación cubana. Además de otros muchos aciertos que han ido rompiendo el exitoso modelo, recientemente, con certeza de flecha de Ulises, mandó a García Sayán a reforzar el importantísimo frente internacional del chavismo /castrismo. Pero, además, se minó el sistema político peruano con acciones aparentemente buenas y limpias, desprestigiando o apresando una lista de corruptos probados, otros en vías de ser probados y otros supuestamente listos para la hoguera. Varios de los enjuiciados o denostados son corruptos, pero no se corrige el sistema político destruyéndolo. ¿Cuál es la manera? No lo sé, pero la ilusoria, la religiosa, la de la pureza total, la de la limpieza inquisitorial, no deja un sistema político saludable, sino que lo aniquila.
Pocos atienden a estas gritadas señales de prevención, y tampoco hacen estrategia alguna para enfrentar la eventualidad de que un plan, que tiene ya quince años en desarrollo en el continente, se instale en el Perú. La mayoría, pueblo y líderes, se encierra en el recuerdo de su rutina feliz y abraza, con argumentos racionales, la ilusión de que parches, micropolítica y promesas detienen el descalabro.
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