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Opinión

Varios amigos quedaron sorprendidos por mi artículo anterior acerca del ciclo civilizatorio femenino que, considero, ha comenzado de manera imparable por los siguientes varios milenios.

Analista político

Varios amigos quedaron sorprendidos por mi artículo anterior acerca del ciclo civilizatorio femenino que, considero, ha comenzado de manera imparable por los siguientes varios milenios. Para mi novela La gula del picaflor (Alfaguara, 2006) hice una larga investigación sobre el amor, la sexualidad, los géneros; no solo las opiniones contemporáneas como Fragmentos de un discurso amoroso, de Barthes, sino obras clásicas: los diversos don Juanes, Casanova y poetas latinos como Propercio y Ovidio. Sin embargo, dos trabajos históricos llamaron poderosamente mi atención y fueron la semilla de este pensamiento que estoy desarrollando. Son La historia del amor en occidente, de Noel Pierre Lenoir (Peuser, 1959), y la Historia sexual de la humanidad, de Eugen Relgis (Libro Mex. editores, 1961). Estos historiadores, considerados ‘menores’, me dieron una data fundamentada de que existió un civilización femenina previa a la masculina, dedicada fundamentalmente a lo material, a lo relacionado con la tierra y el alimento: siembra agrícola y domesticación (los varones matamos al toro salvaje, en lugar de domesticarlo). No era la guerra ni lo relacionado a la fuerza física lo importante. El tío, es decir el hermano de la madre, era el padre biológico de los hijos. Entre muchos machos procreadores, solo el vientre común de la abuela daba consanguineidad y linaje.

Un día (esto es de mi cosecha), un joven, que por no haber cazado nada dormía exiliado con el perro y no con las primas, utilizó su fuerza física y (esto ya no es de mi cosecha) raptó a la que más le apetecía y la sometió convirtiéndola en suya, en todos los aspectos. Ahí nace la propiedad privada y el matrimonio. Dos instituciones masculinas…, hasta hoy.

En esa época, el panteón de dioses reflejaba, claro, la realidad cultural de los seres vivos, de tal manera que no era un varón el dios perfecto y creador, sino una mujer: Ishtar (Babilonia), Astarte (Fenicia y Canaán), Anahit (Armenia), Innana (Sumeria/Babilonia). Por ahora, dejaré el tema de los castristas que hostigan el Perú desde las sombras para ganarme otros detractores en esto de la civilización femenina que está instalándose.


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