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Opinión

Las Parejas Imaginarias: Algunos apuntes después de la batalla.

bortiz@peru21.com

Justo en la puerta del Centro Comercial Jockey Plaza se yergue una gigantesca, hermosa fotografía que muestra a dos hombres adultos y guapos –Galdós y Jason– acariciándose dulcemente por encima de todos. Alguna gente que pasa se detiene un momentito a contemplarla y la comenta, otros apuran el paso y siguen su camino, sin mirar. Que ningún carro haya chocado aún por mirarlo, me sorprende. Que nadie le haya prendido fuego todavía resulta inmensamente esperanzador. Algunas cosas deben estar cambiando en el Perú. Algunas, claro. Despacio se va lejos. La misma foto puesta en vallas-donde vayas- en una calle cualquiera de Lima generó, esta semana, el furioso reclamo de una ciudadana en mi Facebook: Estaba llevando a mi niña al nido cuando, de repente, se encontró con esa foto y me preguntó: “Mami, ¿esos señores se van a dar un beso?”. Y yo me sentí tan nerviosa que no atiné más que a decirle: “¡No, hijita, ¿no ves que le va a meter un cabezazo? ¡Esos señores se están agarrando a golpes, mi amor!”. Como los machos, claro. Tan delicioso comentario me pareció la radiografía –qué digo radiografía–, la tomografía, la resonancia magnética de este país: Nos parece tan horrible que un hombre acaricie, abrace o bese a otro hombre que preferimos mil veces que lo reviente a patadones y puñetes. Lógico. Es lo normal. Es lo varonil, ¿verdad? Y es eso lo que hay que enseñarles a los hijos: que el más hombre es siempre el que más pega. Tuve, por supuesto, ganas de enmarcar en plata tamaña opinión y la resalté en mi muro con un titular que decía: “Contra ternura, violencia”. Hubo, por supuesto, centenares de críticas hacia la mujercita en cuestión y hacia mí también, como siempre. Pero la confundida señora muy probablemente se tocó de nervios y me acusó. ¿Cómo creen que acabó la historia? Pues sucede que la administración del Facebook me castigó bloqueando mis cuentas por 12 horas y premiando así a la madrecita apologista del patadón. En fin. Podría comentar aquí muchísimas cosas al respecto pero prefiero pasarle el micro al amigo Diego Salazar, periodista heterosexual y con novia conocida, que lo dijo muy clarito: “_Oh, ¿qué será de los niños?, ¡pobres niños!, ¿cómo les explico esto a los niños?, ¡nadie piensa en los niños!”. El argumento vuelve a salir por todas partes con la campaña Las Parejas Imaginarias. Los niños, los niños, ¿qué va a ser de los niños? ¿Quieres que te diga qué va a ser de los niños? Pues bien, tus niños, si los educas con tus mismos prejuicios y no son lo suficientemente inteligentes para emanciparse de ellos una vez adultos, van a ser igual de imbéciles que tú. Espero que estés contento_”.

El proyecto de ley de Unión Civil de ‘Techito’ todavía no existía ni siquiera en borrador cuando, en mayo, le propuse a mi gran amiga, la fotógrafa Inés Menacho, tratar de replicar en Lima aquella campaña que había encendido feroces debates en París: Les Couples Imaginaires. Olivier Ciappa, su autor, me mostró abiertamente su comprensible desconfianza en los primeros mensajes que intercambiamos: razón no le faltaba, no quería que algún improvisado fuera a pacharaquear una idea que a él le había costado tanto sacar adelante en una ciudad en la que la ley del matrimonio gay se había aprobado en medio de enardecidas protestas. Pero la famosa foto de Bush valseando con Toledo, que le valió el Premio Rey de España 2002 a Inés, fue argumento suficiente para que Olivier nos diera la luz verde. Fue así como todo esto comenzó. En el principio fue el entusiasmo. Ese entusiasmo chisporroteante del Chavo del Ocho cuando se pone tan feliz y contento que zapatea sobre el sitio y exclama: “¡Zas, zas, zas!”. Ese era el entusiasmo del primer día. Numerosos fueron los convocados. La mesa del café en el que habíamos citado a la primera reunión de voluntarios estaba repleta, y todos estuvimos ahí puntuales, recién bañados, vigorosos, exultantes. Todos amigos. Casi todos, gays, beneficiarios potenciales de la Ley Bruce. Los únicos heterosexuales eran Inés y mi productor Martín Suyón. Todos los demás –nuestro genial diseñador gráfico Julio Granados, incluido– éramos curtidos sobrevivientes del Studio One. La lluvia de ideas era copiosa, torrencial. A todos se nos ocurrían cantidades de nombres de celebridades que emparejar y todos teníamos sus números telefónicos. Pero cuando llegó la hora de repartirnos las tareas, comenzó la desunión y los mails comenzaron a espaciarse. A la segunda reunión, el ejército ya estaba diezmado a la mitad. Y a la tercera, solo quedábamos Inés, Martín y un veintiúnico homosexual: yo. ¡Ay, mis cabellicos maire, uno a uno se los lleva el aire! Cuánta razón tenían las escrituras. La mies es mucha y los obreros pocos. Menos bulto y más claridad, como a mi mamá le gustaba decir.

Siempre es bueno empezar por lo más difícil, así que llamamos primero a PPK y le propusimos como pareja a un distinguido artista plástico. Nos respondió que no, que a ese pintor el pueblo no lo conocía, que él quería como pareja a… ¡Melcochita! quien, solidario como siempre, me secundó una vez más en mi locura. Luego llamé a Gisela. Sí, leyeron bien: a Gisela quien, sorprendidísima, me explicó con cariño que, por ahora, pasaba pero que podíamos debatir el tema cara a cara y que muchas gracias por pensar en ella. Magaly y Rosa María se pusieron la camiseta desde el vamos, incluso desde antes de que les explicáramos del todo la idea. Kenji también dijo que sí a la primera pero me puso como condición que lo retratara con un deportista. El zancudo Percy Olivares salió zumbado antes de que se lo terminara de preguntar, y ‘Chiquito’ Rossell se hizo más chiquitito todavía pero el ‘Conejo’ Rebosio sacó cara y aceptó. Experta en el nado a contracorriente, mi Martha Hildebrandt no necesitó ni tres segundos para pensárselo. Y Lucha Cuculiza, tampoco. Mi amiga Almendra Gomelsky aplaudió de emoción y su novia de ficción, Tula Rodríguez vino corriendo a una suite de hotel que, esa misma tarde, Mónica Cabrejos y Susan León convertirían en un zaperoco. A Pedro Suárez-Vértiz también se lo propuse. Su amable negativa fue la más convincente: “El activismo es camisa de once varas. Mario se va a Europa y chau, pero yo vivo en Lima, donde el rebote en prensa y el bullying de los intransigentes en las redes sociales me acarrearían tensiones agobiantes”. Como yo ya le había prometido a mi causa Charlie Galdós emparejarlo con Pedrito, no podía romperle así el corazón, de modo que tuve que buscarle un galán igual de apuesto y pensé en el siempre combativo Jason Day que, de puro entusiasta, hasta se quitó el polo para amenizar la tarde. Casi siempre inalcanzable para los terrícolas, Christian Meier me explicó por mail que, pese a que estaba absolutamente a favor, prefería ser cauteloso con las campañas sociales, porque no se puede cumplir con todo el mundo y que, cuando no se puede, se pican. La pareja cantada para Aldo Mariátegui era Phillip Butters que, estando a favor, se excusó con un cortés “ni cagando” siendo rápida y brillantemente suplido por el Nicolás Lúcar más melancólico y templado que hayamos visto jamás. Como la fuerza de esta idea estaba en el estupor causado por el cambio de roles, necesitábamos más que nunca de los machitos de barrio como Maicelo quien, como único requisito, exigió para su partner lo que él llama “carne de pavo”, (para negros –dijo- basto yo), así que el gran Luchito Cáceres, el colorado con más calle de la pantalla se dejó convencer y se vaciló como un chancho mientras que mi eterno enemigo Aldo Miyashiro sufrió como chino al sentir la pegada del abrazo viril de André Silva pero de que se dejó, se dejó aunque nunca tanto como la Ñañita Claudia Portocarrero, la mayoría de cuyas muy candentes fotos tête à tête con Tatiana Astengo resultaron maravillosamente impublicables. Pero si hubo un modelo al que yo hubiera querido imitar ese es nuestro JB, el imitador, al que vemos aquí envidiablemente besado por el guerrero de ébano, por el príncipe nubio del boxeo nacional: Juan Zegarra. ¡Ay, Zegarrita, Zegarrita…!

En fin, aquí ya no hay sitio para más. La campaña ya está hecha y hasta allí llegó mi amor. Gracias, amigos heterosexuales. Ahora, que los lobos aúllen y los cuervos graznen. Tengo la leve impresión de que esta hipócrita ciudad podría estarse despeinando un poquito, por fin, de modo que esta historia, muy probablemente, continuará.


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