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Opinión

Y como en el cuento, sus mentiras han llevado a quienes lo hemos seguido como opinión pública al final del camino: una gruta siniestra donde podemos encontrar cualquier cosa menos la honestidad e inocencia de Hansel y Gretel.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

“La mentira mata”, decía Richard Nixon evocando el célebre caso de ‘los papeles de la calabaza’, en el que Alger Hiss, un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos, había sido acusado por un excomunista norteamericano de haber recibido unos microfilms secretos dentro de una calabaza para entregárselos al enemigo. Nixon, a la sazón miembro del tristemente célebre comité del Congreso para la investigación de actividades antiamericanas, presidido por el fanático Joseph Mc Carthy, fue el principal acusador de Hiss.

Nunca se probó el hecho concreto por el que se le acusaba, pero Hiss, según refiere Nixon, cometió un error fatal: mentir sobre sus simpatías políticas por el socialismo. A partir de ahí, nadie dudó ya de que el funcionario fuese un espía ruso, y toda su defensa quedó asesinada por la mentira. Fue condenado no por lo que se le acusaba, sino por perjurio. Negó hasta el último día de su vida haber sido espía, y siempre afirmó su lealtad a los Estados Unidos. El caso de ‘los papeles de la calabaza’ impulsó a Richard Nixon al estrellato político. Muchos años después, ya Presidente, la misma mentira que alguna vez lo encumbró terminó por matarlo a él en Watergate.

Como en el cuento de Hansel y Gretel, Alejandro Toledo ha ido desde enero de este año desmigajando mentiras mucho más gruesas que las de Hiss y Nixon juntas. Y como en el cuento, también sus mentiras han llevado a quienes lo hemos seguido como opinión pública al final del camino: una gruta siniestra donde podemos encontrar cualquier cosa menos la honestidad e inocencia de Hansel y Gretel.

Así, a estas alturas, luego de las reveladoras confesiones del notario y abogado costarricense José Melvin Rudelman ante la fiscalía de su país, en el sentido de que Toledo no sólo sabía lo que siempre negó, sino que fue él quien le encomendó constituir y le dio el nombre de la empresa de fachada para que su octogenaria suegra fuese “sujeto de crédito” y se prestara millones de dólares con avales inverosímiles mucho mayores a las sumas “prestadas”, queda claro que en lo que menos debe estar pensando Alejandro Toledo hoy es en pretensiones políticas.

Esto lo deberían haber entendido ya los líderes de su partido que, de buena fe algunos, lo han venido defendiendo hasta el límite de “creerle” hasta hoy sus burdas mentiras por “errores”. La cosa ha cambiado, sin embargo, con la confesión de Rudelman, que sólo es la punta del hilo de una madeja podrida. Aquí ya no hay buena fe posible. Quien defienda desde hoy a Toledo no es más que un sinvergüenza como él, porque sinvergüenza es todo mentiroso descarado.

A Perú Posible sólo le queda ahora una alternativa si quiere seguir siendo un partido político con vocación de permanencia en la vida pública nacional: expectorar a Alejandro Toledo. Sin líder, dirán algunos, no hay partido. Bueno, esa es la apuesta de construir liderazgos alternativos dentro de una institucionalidad política. Lo otro es la diáspora, como sugiere Pedro Tenorio en su columna de ayer. Destituir a un líder es un acto traumático para cualquier partido en cualquier lugar del mundo democrático. Pero, dadas las circunstancias, es la única solución. La opinión pública valorará positivamente el gesto. Es la primera piedra de un largo periplo para la reconstrucción de la credibilidad y el favor popular.

En cuanto a Alejandro Toledo, lo único que le debe de estar quitando el sueño hoy es cómo no ser el segundo expresidente que termine en una celda. Eso y haber perdido no la credibilidad de su país, sino la del mundo que utilizó como trampolín internacional para hacer sus “negocios”. Sí, pues. La mentira mata.


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