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Opinión

Me es imposible no esbozar una sonrisa cuando veo en la televisión una “boda gay”. El hecho de estar asistiendo a una fiesta de disfraces donde los protagonistas se toman en serio su papel es lo que produce en mí la hilaridad.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

El superado despropósito de un reglamento policial, evidentemente homofóbico, que pretendía equiparar las relaciones sexuales entre policías del mismo sexo con un “escándalo” y éste, a su vez, sancionado con delitos muy graves del calibre del secuestro y la tortura, han puesto en agenda, valga la redundancia, la “agenda gay”. Pasa por el “matrimonio”, la adopción y, en general, por el anhelo de una igualdad de derechos por parte de una comunidad ávida de ser reconocida y respetada como “gay”. Es una buena ocasión para reflexionar sobre ello.

Empecemos por el “matrimonio”. Me es imposible no esbozar una sonrisa que, a veces termina en carcajadas de acuerdo al ánimo en el que me encuentre, cuando veo en la televisión una “boda gay”. El hecho de estar asistiendo a una fiesta de disfraces donde los protagonistas se toman en serio su papel es lo que produce en mí la hilaridad. Y no es para menos. Dos hombres vestidos de blanco intercambiando votos, promesas, aros, miradas lánguidas y lanzando un bouquet son como una parodia de la realidad. Por eso lo ridículo. Y por eso las risas que produce la huachafería. Porque, digámoslo con todas sus letras, el “matrimonio gay” es eso: una huachafería.

Muchos se preguntarán por qué es huachafo que dos hombres o dos mujeres se “casen”. Lo es porque se funda en la monería, la imitación, en el copycat. Es obvio, para mí al menos, que los gay no están conformes consigo mismos en la medida en que toman como referente a imitar los anhelos, las instituciones y la naturaleza de los heterosexuales. Y eso se llama alienación. Es ese su peor pecado porque, tal vez sin saberlo ni quererlo, lo que están afirmando es la primacía de una cultura y naturaleza que, por “perfecta”, ellos y ellas quieren alcanzar. En buen romance, los mismos gay, al pretender ser como los heterosexuales, están asumiendo la supremacía moral de éstos contra la inferioridad de ellos.

La adopción por parte de una pareja gay es otro disfuerzo de la alienación. En términos generales, la gente se casa para vivir juntos y tener hijos. Es pedestre, pero así es. Ergo, a los gays se les ha metido en la cabeza que ellos, como pareja, también tienen que tener hijos. ¿Como quiénes? Pues como las parejas heterosexuales, claro está. El problema radica en que el “matrimonio gay” es como una rama seca. No puede producir retoños de ningún tipo. No puede reproducirse porque del sexo entre dos hombres o dos mujeres no sale absolutamente nada vivo. Así es la naturaleza. Entonces, ¿para qué forzar lo que su naturaleza no permite? ¿O es que no están conformes con la suya? En síntesis, los gay quieren convertir la excepción de la adopción en una regla que, para todos y cada uno de ellos en pareja, pone en evidencia la imposibilidad de tener hijos en el “matrimonio gay”.

En realidad, la lucha por la igualdad de derechos no parece ser más que un pretexto para justificar la alienación. Es un pretexto de un principio legítimo, válido y poderoso en sí mismo. Pero pretexto al fin y al cabo. Porque una cosa es querer ser tratados como a todo el mundo –a mí, que no soy “todo el mundo”, no me gustaría nunca ser tratado así–, y otra cosa muy distinta es querer ser como todo el mundo –lo que es aún peor que ser tratado como a “todo el mundo”–. El “orgullo”, ciertamente, no va por ahí.


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